SoPESAS seriamente que duerman en la sala de musculación del gimnasio... #paraimperfectas / Guión: Lucía Taboada Ilustraciones: Raquel Córcoles

vivir

Punto de retorno

Si vas al gimnasio a las 10 de la mañana, ahí están. Si vas al gimnasio a las 10 de la noche, ahí están...

Si vas al gimnasio a las 10 de la mañana, ahí están. Si vas al gimnasio a las 10 de la noche, ahí están. Si vas al gimnasio un lunes, ahí están. Si vas un domingo, ahí están. Si pasas por delante del gimnasio cerrado en festivo, te los imaginas en el interior, durmiendo entre colchonetas, con las mancuernas a modo de almohada, contando ovejas en series de 2x3.

El gymquilino sobresale entre el resto de fauna gimnástica porque su despliegue de medios es portentoso: conoce a todo el mundo, saluda con reverencia papal, se pone en primera fila en las clases -que es el verdadero baremo motivacional-, los profesores saben su nombre, apellidos y grupo sanguíneo. Sospechas que alguno de ellos ha estado en su boda, que también sospechas que se celebró en el propio gimnasio.

Tiene una perseverancia entre envidiable e irritante. Es el jefe del patio de la cárcel. Pero con los gymquilinos sucede también que llegas a agradecer su presencia porque le dan al gimnasio familiaridad.

Todos tenemos una costumbre, una rutina, un punto confortable de retorno. En mi antiguo barrio había un banco en el que se sentaban a diario tres señoras. Cada mañana pasaba por delante de las tres; nunca intercambiaban sus posiciones, y entre ellas, sonaba siempre un transistor. Cuando me mudé y pasé por el banco vacío de mi nueva calle, me sobrevino la tristeza. Porque esas señoras eran mi postal diaria. Al igual que lo es el gymquilino. Si cuando entro al gimnasio lo veo, sé que la tierra sigue girando. El día que vaya a spinning y no esté, me cambio de gimnasio, o directamente me mudo de barrio.