Alejandra Castro Rioseco: la mayor coleccionista de arte femenino del mundo. / DR

la conversación

Alejandra Castro Rioseco, la mayor coleccionista de arte femenino del mundo: «He invertido cero en NFT's. No podría comprar una obra de arte para tenerla en mi teléfono»

En su impresionante casa en el corazón de Dubái, desde donde nos habla, Alejandra Castro Rioseco (Chile, 1978) vive rodeada de arte. Allí, las piezas de Miró, Botero, Matisse o Chillida conviven con las de artistas femeninas como Sonia Gómez, Carmen Argote, Margaret Harrison, Elvira Smeke o Lygia Clark... Por algo es la mayor coleccionista de arte femenino del mundo.

La charla con Alejandra Castro Rioseco empieza con una pequeña queja. «Todas mis entrevistas son iguales y todo el mundo me pregunta lo mismo: cómo empecé la colección, cómo salí de Chile... Se concentran sólo en la parte artística, que es la más linda, pero no tanto en mi lucha por la igualdad de género». Anotado.

La coleccionista, que participará en la próxima edición de Santander WomenNOW, creció en una familia acomodada y tradicional, en la que su madre, que había nacido en Santander, nunca trabajó. Ella sacaba buenas notas, pero no sabía qué quería estudiar y, aunque le encantaban los libritos de arte contemporáneo que su abuela coleccionaba, detestaba la asignatura de Educación Física («Sigue sin gustarme hacer deporte», apunta) y la expresión artística.

«¡Tenía cero talento! Por eso admiro tanto a las mujeres capaces de crear. Supongo que soy creativa de otra manera: creo canales, modelos para construir iniciativas...». Su padre le aconsejó que estudiara una carrera técnica y Alejandra le hizo caso. «Agradezco mucho haber estudiado Ingeniería Civil porque estructuró mi cabeza para gestionar asuntos muy diferentes», explica. Durante más de una década trabajó como ingeniera, pero al regresar de su baja de maternidad todo fueron obstáculos.

No recuerda cómo surgió su espíritu feminista, sólo que de niña nunca fantaseó con ser princesa, sino jefa. «Nací así, he sido así toda mi vida. En mi entorno, eso creaba tensión porque ser feminista implica entender a otras minorías, ¿no? Apoyé la causa LGTBI en Chile cuando apenas estaba naciendo». También encontró inspiración en la figura de la expresidenta chilena Michelle Bachelet. «No necesariamente como política, sino como modelo de mujer. Su campaña presidencial me animó a pensar que se podían hacer muchas cosas».

Alejandra Castro Rioseco, la mayor coleccionista de arte femenino del mundo: feminista y comprometida

Todavía recuerda la primera vez que la invitaron a una reunión del movimiento feminista. «Eran políticas muy aguerridas: gente del movimiento LGTB, el entorno de Bachelet... Llegué vestida de rosa, con la melena rubia y larga, mi cartera de Vuitton... Una de ellas, una figura poderosísima, dijo: « Ha llegado la Barbie de las feministas». Le contesté: «Vaya comentario más antifeminista. ¿No te avergüenza hablar así delante de tus compañeras?». Ella tendría unos 50 años y yo era una niña de veintitantos. Más tarde, me comentó que ahí me gané su respeto. Por cómo vestía, les parecía raro. Y era un estereotipo errado que iba en contra de los valores de la igualdad».

Empujada por el movimiento feminista, y por sus propios recursos económicos, Alejandra puso en marcha la Fundación Mujer Opina, dedicada a promover el desarrollo y el empoderamiento femenino, y proyectos como Las últimas mujeres, que trabajaba por el reconocimiento de las indígenas. Durante años, defendió causas como la igualdad salarial, pero también el derecho al aborto. Su lucha por los derechos reproductivos femeninos le costó muchos disgustos. «Lo pagué muy caro, porque Chile es un país muy católico, pero lo volvería a hacer –explica–. Me sacaron de los círculos sociales, hablaron pésimo de mí. Llegaron a llamarme asesina. ¡Yo, que soy madre! Aprendí una lección que siempre le repito a mi hija: «Nunca trates de explicarle a alguien algo que no quiere entender. Sólo perderás el tiempo». La coleccionista todavía sigue implicada en esas luchas y colaboró recientemente con la abogada española Marlen Estévez en la organización de una mesa de equidad de género, durante la última Cumbre Iberoamericana celebrada en República Dominicana.

De Chile se trasladó a Nueva York, donde vivió varios años y descubrió un mundo nuevo: conoció a artistas, galeristas, museos, críticos, conservadores... «¡Allí se me fue la cabeza!», exclama con una enorme sonrisa. El curador Pablo León de la Barra le invitó a formar parte del comité latinoamericano de adquisiciones del Museo Guggenheim de Nueva York, pero también del consejo del Museo del Barrio de Nueva York. Su intención entonces no era crear una colección. Ni siquiera una colección de arte femenino.

«Pablo León de Barra me hizo darme cuenta de que casi todas mis piezas eran de mujeres. A mí, como feminista, me parecía normal, pero él me animó a ponerlo en valor. No estaba planeado. Simplemente sucedió», explica. Ahora, MIA Art Collection está compuesta por más de 900 piezas y se ha convertido en una iniciativa única por su contribución a la visibilización de las mujeres artistas.

Convertida en una «enciclopedia del arte femenino», considera sin embargo que la promoción de estas artistas no debería ser una cruzada de los coleccionistas privados como ella o las ferias como ARCO. «Esta reivindicación tienen que hacerla las instituciones, los gobiernos, el mundo académico... Aunque podemos colaborar, no podemos encabezarla», explica.

Obligada por el trabajo de su marido, el empresario belga Frederic Janssens Mattise, Castro Rioseco dejó Nueva York para trasladarse a Dubái. No fue una decisión fácil. «Vine a regañadientes», reconoce. De hecho, su hija adolescente terminó trasladándose a otro país para continuar con sus estudios porque allí no podía hacer cosas tan cotidianas como llevar un vestido con un poco de escote o abrazar a sus amigos en su cumpleaños.

Sin embargo, ella ha encontrado en la ciudad de Emiratos un hogar vibrante, limpio y seguro. Y una meca del arte contemporáneo. «Es como Miami. El 80% de la gente que vive aquí son expatriados. No hay Gobierno, sino un rey y, a pesar del patriarcado, todo funciona bien y la sociedad se desarrolla. En Dubái tu cabeza puede enloquecer si tienes pensamientos y estructuras tan rígidas como las mías. Muchas cosas están en conflicto permanente con mis ideas». El emirato tiene otra ventaja adicional: no hay que pagar impuestos, algo que como mecenas aprovecha para seguir invirtiendo su dinero en arte femenino.

Allí, la coleccionista también ha descubierto otra manera de hacer las cosas. «Antes era súper arrebatada, súper explosiva, me gustaba causar incomodidad. Ahora soy muy distinta. Trato de controlarme cada día. He aprendido a no ir tan de frente. Eso me ha permitido organizar muestras de artistas iraníes, afganas... En una exposición que hicimos en la universidad llegamos a exhibir dos desnudos. No eran eróticos, sino artísticos, pero eran desnudos... Me aseguré de ponerlos bien lejos», recuerda riéndose.

Así ve el futuro del arte Alejandra Castro Rioseco

Su estilo de mecenazgo está alejado de los paradigmas comerciales, pero también de un mundo marcado por la riqueza y el lujo. No se trata, explica, de coleccionar por coleccionar. «A veces, converso con mis amigas coleccionistas, que responden a ese estereotipo glamuroso, y les digo que tienen que hacer algo más con su dinero. Yo he tenido la suerte de que a mi familia le ha ido bien y siento que tengo una deuda. Pero eso es intrínseco a mi personalidad. No me es indiferente el dolor de los demás y espero que nunca lo sea».

También entiende que el universo del arte genere un sentimiento de exclusión, una sensación de alejamiento en personas de todo el mundo. «Muchas veces se habla de Art Basel o de ARCO, en lugar de prestar atención a los artistas emergentes de un barrio de Madrid como Carabanchel. Desde mi punto de vista, es completamente ridículo, pero creo que está muy vinculado con el mundo capitalista en el que vivimos. Pero eso no es el mundo del arte, el mundo del arte es el artista, que es un ser humano, un individuo».

Por la misma razón, no cree que el futuro del arte o de los museos vaya a estar en el metaverso. O que el arte digital logre desterrar al que cuelga de una pared o se exhibe en una galería. «Me cuesta pensar que el arte vaya a transformarse en eso. Tener un Van Gogh enfrente puede emocionarte hasta las lágrimas, algo que nunca conseguirás si lo ves en una pantalla».

Y pone un ejemplo gráfico: a menudo, cuando ojea el portafolio de una artista descarta obras que, cuando por fin puede contemplarlas en directo, le impresionan. A veces, acaba comprándolas. « He invertido cero en NFTs. No podría comprar algo que voy a tener en mi teléfono. Yo conozco la vida de las artistas, que me llaman y me cuentan sus historias y que, a veces, sufren para comprar un tubo de pintura o un lienzo. Si tengo que invertir 1.000 dólares, prefiero dárselos a esa artista para que pueda comprar su pintura. El arte tiene una dimensión social. Lo virtual no termino de entenderlo, quizá sea ignorancia porque no le he dedicado tiempo, pero no le encuentro atractivo, no me gusta».

De momento, sus más de 900 obras de arte, que durante la pandemia se exhibieron en una exposición virtual, se encuentran guardadas en varios almacenes de Dubai y Madrid, y en las casas de algunos amigos y curadores. El año pasado, una de esas amigas le llamó y le dijo: «Empiezo a tener un problema con mi pareja... «¡Hay demasiadas cosas tuyas en mi casa!», reconoce. ¿No se le pasa por la cabeza proyectar un museo? «Me lo han ofrecido, pero me complicaría. En cuanto montas un museo, entras en un modelo más institucional y yo soy muy libre y mis artistas, también. Quizá una fundación con espacios para exponer...».

Antes de terminar, le pregunto si el arte basta con sentirlo o hace falta también entenderlo, ponerlo en contexto y filtrarlo a través de un proceso intelectual. «Quien va a una exposición y no se informa, no se educa para tratar de entender una mirada diferente de la vida... Pues es una pena. Por ejemplo, por qué Yayoi Kusama, que ahora está tan de moda, imagina un mundo de puntos. Hay quien dice que es una ridiculez, pero de ridículo no tiene nada. Yo creo que sí hay que entender el arte. Porque el arte te hace mejor persona, más sensible, menos egoísta, te permite mirar la vida de manera más contemplativa, aceptar y entender más». Palabra de una coleccionista comprometida.

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