Cuando el planeta tembló ante la llegada del efecto 2000, sus habitantes, tras tomarse las 12 uvas que marcaban el final de la humanidad, respiraron con alivio al comprobar que todo seguía en orden. Dos décadas después, el gran apagón ocupa nuestras preocupaciones, pero nos han advertido tantas veces ya que hemos cambiado el estado de alerta por el modo avión. El que las series y las películas que dominan la oferta cultural versen sobre el exterminio de la humanidad es la prueba definitiva de que estamos, oficialmente, de vuelta de todo. Aunque el género apocalíptico no es nuevo, en momentos en los que la sombra del fin planea sobre nuestras cabezas, las historias de esta temática se diferencian de las de antes en la ausencia total de distancia histórica y, por supuesto, de sutileza. Durante la promoción de No mires arriba, película que bromea con la inminente destrucción del mundo, Cate Blanchett comentó lo que haría si el final fuera tan inminente como anuncia el largometraje en el que participa. «Acumularía rollos de papel. Me parece que la rutina es algo reconfortante, por lo que me entregaría a ella y me pondría a hornear postres como si no hubiera un mañana… Aunque en este caso, realmente no lo habría». Tras haber sobrevivido a una constante concatenación de tragedias, la cotidianeidad y el humor son nuestros trajes impermeables.

La premisa de La última noche, otro estreno que ha coincidido en el tiempo, podría resumirse también exclamando «¡Vamos a morir todos!», porque en la película, al mundo le quedan 24 horas de existencia. ¿Acaso llenan sus protagonistas sus coches con latas de comida y medicinas para intentar huir de lo inevitable? Por supuesto que no. En su lugar, pasan su última noche bebiendo y comiendo. Si el mundo se termina mañana y el final feliz no es factible, solo hay dos opciones: llorar o pasar de todo. Al parecer, es la opción B por la que la mayoría hemos optado. Si en No mires arriba la humanidad prefiere ignorar que un cometa se dirige hacia la Tierra, en la vida real, no exenta de pandemias, apagones y catástrofes climáticas, encendemos Netflix, nos jactamos de la oscura realidad con memes y vemos cómo muchos de nuestros contactos suben a las redes sociales sus tests positivos de Covid-19. El miedo que hace tiempo habría acompañado a estas imágenes ha sido sustituido por el enfado por no poder disfrutar de la vida y, cómo no, por el humor.

Fotograma de La última noche / D.R.

En El siguiente apocalipsis (Basic Books), el arqueólogo Chris Begley explica que, tras los colapsos históricos de las civilizaciones, lo peor no fue el derrumbamiento, sino lo que tras él ocurrió y la forma en la que las personas se enfrentaron a cada catástrofe. La humanidad del presente, lejos de huir o de enfrentarse a la hecatombe, ha optado por bromear, por resignarse o por informarse lo justo como para que el desdén no sea tan dañino como una erupción volcánica.

Al comienzo del ensayo La risa caníbal (Alpha Decay), Andrés Barba hace una advertencia. «Un par de inesperadas guerras mundiales nos dejaron, ya en la segunda mitad del siglo XX, un mundo que, lejos de parecerse a una utopía futurista de inteligencias puras, había mutado en un mundo sentimental». Creímos que el lema de Barba sería que, en momentos complicados como el actual, hemos hecho de la risa la única escapatoria, pero al hablar con él, advertimos nuestro error. «No nos reímos de algo porque lo consideramos banal, todo lo contrario, nos reímos de algo porque es tan importante que tratamos de evitar morir aplastados bajo ese peso. La risa es siempre un reconocimiento de la importancia. Cuando algo es objeto de un chiste estamos diciendo: esto nos importa. Reímos menos porque apreciamos la risa como un episodio sentimental, no como lo que realmente es: un reto mental, la prueba de resistencia de una idea. Estamos sentimentalizados por todo lo que nos rodea. Y en un mundo sentimental se puede llorar, pero se ríe con dificultad», asegura el autor.

Una serie de catastróficas desdichas (Montena) comienza con la advertencia de que el libro no se trata de una historia con un final feliz. Este artículo tampoco, pero no por ello es un texto infeliz, sino simplemente, la prueba de que cuando las cosas se nos escapan de las manos, la forma en la que nos enfrentamos a los sucesos incontrolables es la que puede evitar que perdamos la cabeza. Ante el aluvión de malos augurios, solo queremos pasar página y sobrevivir canturreando las palabras de Raphael en Aquarius: «Sympathy and trust abounding» (simpatía y confianza por doquier). Nos hemos pasado ya todas las fases de dramas, peligros y temores en el juego de la vida. ¿Qué nos deparará el siguiente nivel a quienes ya no creemos en el game over?

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