Retrato de Borja Sémper. /
Llega con una sonrisa y un poco de jet lag, pocas horas después de participar en una charla sobre la relación entre España y México en la Feria del Libro de Guadalajara (México), «un lugar fascinante», donde ha disfrutado de una de sus pasiones, la literatura. En el escenario elegido para la sesión de fotos, la galería madrileña Albarrán Bourdais, Borja Sémper (Irún, 1976) pregunta con interés sobre las obras expuestas y se detiene ante las instalaciones.
El vicesecretario de Cultura y portavoz nacional del Partido Popular parece sentirse más cómodo allí que en el campo de juego embarrado en el que se ha convertido la política española y al que decidió regresar el año pasado. Lo hizo tras la llamada de Alberto Núñez Feijóo, un par de años después de anunciar su retirada. Ya entonces, aseguraba que el «clima político» no era de su agrado. Y no parece que las cosas hayan mejorado mucho.
Mujerhoy. ¿Qué género literario piensa que encaja mejor con la situación política actual?
BORJA SÉMPER. El distópico. Estamos viviendo cosas que pensábamos que no viviríamos y muchas tienen que ver con la degradación de las instituciones y la política, lamentablemente.
¿Y cuál le gustaría que fuera?
Una novela con tintes románticos. Me gustaría recuperar el interés y el amor de la ciudadanía por la política y que se reflejara, con sus claroscuros, en una relación estable. En estos momentos, desgraciadamente, esa relación es cada vez más distante y está más rota.
¿Qué queda de aquel chico que empezó en la política con 17 años?
La convicción de que, sólo desde el compromiso y el sacrificio personal, puedes contribuir a que las cosas cambien. Sigo creyendo que pueden mejorar, aunque a veces la realidad es muy tozuda. Pero mi experiencia en el País Vasco, donde desde pequeño me decían que solo claudicar ante el totalitarismo podía permitir una Euskadi mejor, me ha servido para entender que el compromiso, el esfuerzo, el sacrificio y la vocación de decir la verdad pueden cambiar las cosas.
¿Cómo ha encontrado el panorama en esta segunda etapa?
Más deteriorado; la dialéctica es cada vez más pobre y el debate se vacía de contenido, es cada vez más epidérmico. La escala de grises ha desaparecido y se pretende convocar a los ciudadanos a una especie de partido de fútbol: o vas con los míos o contra mí. Ya no importa tanto qué se dice, sino quién lo dice. Desde la oposición lo padecemos con vehemencia. Una democracia consolidada necesita de un Gobierno, pero también de una oposición que censure, señale, controle y ofrezca una alternativa. Pero no queremos ser la alternativa por lo mal que lo hace Sánchez, queremos generar ilusión. Aunque en este momento es muy complicado, porque la actualidad lo come todo.
¿Por qué decidió regresar?
Por la convicción de que Alberto Núñez Feijóo es el hombre que puede liderar un cambio sensato y sereno; que puede volver a conseguir que la política, en cierto modo, vuelva a ser previsible, que hablemos de los problemas de los ciudadanos y no de los problemas de los políticos. Hoy, lamentablemente, la política está protagonizada por los problemas del Gobierno. Llevamos un año de legislatura en el que el escándalo de hoy tapa el de ayer y el de mañana tapará el de hoy. Es agotador y, sobre todo, no es útil para la sociedad.
¿Nos estamos acostumbrando a vivir entre escándalos?
Creo que la sociedad española afronta un riesgo doble. Por un lado, que la polarización acabe contaminando todo, que la política deje de ser objeto de conversación en las cenas familiares y en los grupos de WhatsApp porque divide. Y, por otro lado, que nos deje de interesar porque estamos hartos de escándalos y bastante tenemos con nuestras vidas como para que la política nos las complique más. Todos tenemos una cuota de responsabilidad: los políticos, los partidos, los medios de comunicación, los opinadores... pero la ciudadanía es la que menos. Bastante tiene la gente con sacar su vida y a su familia adelante, como para que la política se convierta en un problema.
Usted ha dicho en alguna ocasión que la política se ha convertido en una trituradora, que se ha deshumanizado. ¿Podrá volver a ser más humana alguna vez?
Lo será cuando hable de los problemas de las personas. Estamos en un momento crítico, porque todas las decisiones tomadas en el último año han tenido que ver con la necesidad de mantener a Sánchez en el Gobierno: el debate sobre la amnistía, el cambio del Código Penal, la importancia que ha dejado de tener la verdad, el valor de la palabra dada, el compromiso y, por supuesto, la eclosión de los casos de corrupción, que no va a parar. No estamos hablando de la gente, sino de los problemas de los políticos, así que es difícil humanizarla.
¿Cómo vive el desánimo de los ciudadanos?
Con pena y frustración. Creo que todos tenemos una cuota de responsabilidad, pero quien más tiene es quien lidera el país, que debería convocarnos a un debate edificante. Cuando eso no sucede, todos salimos perjudicados. Tratamos de salir de esta dinámica con temas que nos presenten ante los ciudadanos como alternativa: la conciliación, la vivienda, la fiscalidad... Pero confieso que nos preocupa mucho no ser capaces de poner el debate en los temas que importan a los españoles.
Hablando de cuestiones concretas que nos preocupan, ¿deberían haberse asumido más responsabilidades políticas por el desastre de la DANA en Valencia?
Lo más dramático son los fallecidos y las personas que han perdido todos sus bienes, por supuesto. Pero también la sensación que han tenido muchos ciudadanos de que el Estado, la administración pública, no ha estado a la altura. Eso nos interpela a todos los que nos dedicamos a la política y nos debe hacer tomar nota para que no vuelva a suceder. Ha habido una responsabilidad compartida, que en la Generalitat ha tenido consecuencias, con el cese de dos consejeras. El presidente Mazón ha reconocido errores. Pero me sorprende que el Gobierno de España no, porque es imposible que no haya cometido ninguno.
Es un reflejo de lo que estamos viviendo: lo importante, que es la gente, queda relegado a un segundo plano porque la prioridad es el debate político, ver quién tiene más responsabilidades. Hay una oportunidad para recuperar la confianza de los ciudadanos, que es la gestión de la reconstrucción. Me consta que el Gobierno de la Generalitat está comprometido con ello y quiero pensar que el Gobierno de España también. Veremos si somos eficaces, si se hace con éxito y si se reconforta a quienes lo han perdido todo.
¿Está de acuerdo con la gestión que ha hecho la Generalitat?
Bueno, si el propio presidente Mazón ha asumido responsabilidades, creo que la respuesta está ahí. Obviamente se podía haber hecho mejor, y el propio presidente lo ha reconocido.
¿Qué le dice a quienes siguen esperando una respuesta por parte de la Generalitat y el Gobierno?
Que sean implacables en la exigencia a las administraciones públicas.
Otro problema concreto que preocupa es el de la vivienda...
Sí. Y no es algo que se solucione con una sola medida, necesita altura de miras por parte de las administraciones públicas. Es una materia transferida en la que tienen competencias los ayuntamientos y las comunidades autónomas, y el Ministerio de Vivienda debería coordinarlos, pero no lo hace. Como oposición, hemos hecho desde propuestas fiscales hasta de colaboración público-privada, pasando por pactos de Estado y grandes acuerdos entre administraciones. Con lo cual, sólo podemos llegar a la triste conclusión de que esta parálisis también responde a una vocación por parte del Gobierno de no llegar a ningún acuerdo con el Partido Popular, porque eso generaría un problema con sus socios de gobierno. Volvemos otra vez a hablar de los problemas de los políticos. La situación es demencial.
¿Esta situación de polarización se puede rebajar de alguna forma?
Sí, cambiando a Pedro Sánchez. He llegado a esta conclusión intentado ser humilde, porque entiendo que la gente cuando oye a un portavoz del PP decir esto pensará: «Claro, qué va a decir». Pero, honestamente, lo creo. Yo que he sido teniente de alcalde con un alcalde socialista en el País Vasco y que hice lehendakari con mi voto y el de mis compañeros a Patxi López, hoy amnésico, soy de los que no tiene problema en pactar con otros partidos, y menos con el PSOE, y llegar a acuerdos que mejoren la vida de la gente. Otra forma de hacer política me resulta ajena. Creo que los grandes problemas se resuelven con acuerdos y me provoca desazón que hayamos hecho seis propuestas de pactos de Estado y ninguna haya sido aceptada ni para sentarnos a hablar.
¿Deberíamos aprender algo de lo que la polarización ha provocado en países cercanos, como la caída del Gobierno en Francia?
La principal lectura que tenemos que hacer es que los extremos siempre se unen para generar inestabilidad. La extrema izquierda y la extrema derecha en Francia se han unido no para crear o construir, sino para romper la estabilidad. Porque de la inestabilidad, de la bronca y del lío, generalmente salen beneficiados los extremos. Estamos viendo que en un mundo lleno de incertidumbres, los extremistas aprovechan el miedo de la ciudadanía para obtener rédito político, ofreciendo respuestas sencillas a problemas que son muy complejos.
¿Y qué opina sobre el regreso de Trump a la Casa Blanca?
Aquellos políticos que dividen a la sociedad, señalan a los medios de comunicación que no les bailan el agua y a los jueces que les investigan, me parecen delirantes. Y estoy describiendo a Trump, pero también a otros. Hacer política dividiendo, generando tensión, rompiendo la separación de poderes o señalando a medios de comunicación y periodistas que les son críticos es una tendencia y una tentación. Una democracia consolidada y moderna, y la nuestra lo es, necesita medios de comunicación que señalen al poderoso, que sean incómodos con el poder. Es natural que a los políticos no nos guste que señalen que nos hemos equivocado, pero otra cosa es una reacción ante los medios. Y esto está sucediendo en Estados Unidos y en España.
¿Cree que eso puede poner en peligro la democracia?
La democracia de la que disfrutamos, esta España plural y moderna, no es un bien que nos ha sido otorgado y que, pase lo que pase, va a mantenerse con salud. Hay que proteger la democracia, la separación de poderes, la buena dialéctica, la buena política. Uno de los riesgos que afrontamos es que el deterioro que mancha las instituciones acabe dividiendo a la sociedad y haciendo que caiga un modelo de convivencia pacífica, de progreso y estabilidad. Sí, estoy preocupado.
¿A usted le ha perjudicado tener imagen de hombre conciliador?
De cara a la opinión que puedan tener de mí los cafres, sí, pero esa es la que menos me interesa. Igual podía haber vivido más cómodo de otra manera, pero hago política igual que me comporto en la vida. Yo no vivo de una manera sectaria. La política es una de las dimensiones que tenemos como seres humanos, pero no nos define en nuestra totalidad. Me gusta relacionarme con gente que piensa diferente, porque me resulta útil para aprender. En el fondo quizás me ha beneficiado, porque Alberto Núñez Feijóo ha pensado que puedo ser útil a su proyecto.
¿Alguna vez se ha sentido sospechoso entre los suyos por caer bien a una parte de la izquierda?
Supongo que sí, pero tampoco me preocupa. Me preocuparía más que alguien dijera: no sé qué piensa, o qué veleta, o cómo cambia. Yo tengo una forma de ser y nunca lo he ocultado.
Usted ha publicado Todos los futuros perdidos, un ensayo junto a Eduardo Madina, y dos poemarios: Cosas que pasan y Maldito (des)amor. ¿Cómo se pueden compaginar la política y la poesía?
[Risas] Siendo muy osado. Yo necesito hacer cosas que no sean política para intentar hacer bien la política. Y la poesía, intentar construir algo en términos literarios, me ayuda a interpretar la realidad desde otro ángulo, a intentar pensar en otros términos, con otros códigos.
¿Le inspira mucho el Congreso a la hora de escribir?
En absoluto, desgraciadamente no. Estoy muy triste con lo que he visto en el Congreso en este último año. Nunca había sido diputado nacional y, cuando tuve la oportunidad de hablar en el hemiciclo por primera vez, sentí el peso de la historia. Desafortunadamente, en un año he tenido oportunidad de lamentar muchas cosas.
¿Qué libro o verso explicaría, a su juicio, lo que ha vivido allí?
La situación política no se puede describir con palabras ni con versos.
Pero usted sigue escribiendo, ¿no?
Bueno, lo intento.
¿Cuáles son sus referentes literarios?
Tengo muchos. Pero si tuviera que echar mano de uno, Javier Marías es el primero que me viene a la cabeza. Y me gusta mucho Cormac McCarthy. Pero nunca he sido de autores ni libros favoritos, depende de mi momento vital, porque no soy la misma persona que era hace 10 años. Me gusta esa idea de la complejidad del ser humano que nos lleva a evolucinar, a cambiar, a no tener demasiadas ideas rotundas. Yo me muevo por la vida con dos o tres ideas inalterables y, a partir de ahí, dudo de casi todo.
Imagino que, como vicesecretario de Cultura del PP, no está de acuerdo con esa idea de que la cultura es de izquierdas.
Bueno, la cultura no es de izquierdas, porque el consumidor de cultura no lo es. En el PP, pese a tener extraordinarios gestores culturales, probablemente no hemos hecho la suficiente apología de la cultura cuando nos ha tocado gobernar y eso ha provocado que parezca que es hegemónicamente de izquierdas, pero esto no le hace bien a la cultura, a los creadores ni a la industria. Una de nuestras asignaturas pendientes es evidenciar, más allá de los hechos, que el PP tiene un vínculo con la cultura tan estrecho como cualquier partido de izquierdas. La cultura no tiene que ser partidista. Puede haber expresiones artísticas con carga ideológica y otras que no la tengan ni la busquen. Pero sobre todo, no le digamos a la gente qué es la cultura y cómo consumirla. Dejemos que fluya en libertad y dejemos de politizarlo todo.
Usted ha conocido también muy de cerca el proceso de creación artística a través de su suegro, el pintor Juan Luis Goenaga, fallecido hace pocos meses. ¿Qué admiraba de él?
La autenticidad absoluta, la ausencia de ataduras, por ejemplo con subvenciones y mecenas. Era un hombre que vivía por y para la pintura, que todo lo que obtenía a través de la venta de su obra lo dedicaba a comprar óleos. Más allá de su talento y de su manera de pintar, me sobrecogía su vocación de ser libre. Y fue un aprendizaje, porque yo no le llegaba a la suela del zapato en ese ejercicio de la vida a través de la libertad. Y lo reflejaba en su obra, matérica, eléctrica, impresionante. También me ha parecido sobrecogedora la obra de Lita Cabellut que he visto hace poco en el Museo de Bellas Artes de San Fernando. La suya es una manera de interpretar los Grabados de Goya desde el respeto a lo que representaba, pero con su propia personalidad e innovación. Desde entonces, estoy investigando y profundizando en un personaje que me parece fascinante.
Regresando a su familia, ha comentado que lo que más le duele de su vuelta a la política es haber arrastrado a su mujer y sus hijos consigo. ¿Echa de menos vivir en San Sebastián?
No, porque voy con cierta frecuencia y porque Madrid me parece una ciudad fascinante que nos ha cogido con mucha generosidad. Pero sí, la familia es la gran sufridora de la política. En mi caso, además, porque mi mujer tiene una dimensión pública. Ella no tiene ninguna adscripción partidista y me preocupa cuando eso le afecta. Pero solo puedo alabar su generosidad, porque yo volví con la condición de tener el aval de mi familia, un permiso lleno de generosidad que valoro y agradezco mucho.
¿Habla mucho de política en casa?
Muy poco. Hablamos de los problemas que tenemos alrededor, pero nunca lo hacemos desde ángulos partidistas. En casa no tengo un mundo plácido.
¿Y eso por qué?
Porque el mayor anclaje con la realidad, a través de la exigencia continua de intentar acertar, es el que tengo en mi casa.
¿Hay diversidad ideológica?
Bueno, hay diversidad de interpretación de la realidad y, sobre todo, esa idea de «no te creas nada que te vamos a poner en tu sitio cada vez que entres por la puerta». Y lo agradezco mucho. Mi familia me pone los pies en la tierra, impide que se me vaya la cabeza.
Su mujer, la actriz Bárbara Goenaga, decía en una entrevista: «He conocido a hombres que son de izquierdas, que se supone que van a estar cerca de ti y luego son machistas y muy machacones con las mujeres». ¿Unos tienen la fama y otros cardan la lana?
Sin duda. Desgraciadamente, hemos padecido un tiempo en el que ha habido una religión de sustitución, en el que algunos han jugado a contarnos desde púlpitos políticos cómo vivir, cómo ser virtuosos, qué tipo de vida tener o cómo relacionarnos. Lo que sucede es que determinadas máscaras van cayendo. Yo me libraré mucho de dar lecciones a nadie sobre cómo vivir su vida, porque bastante tengo yo con la mía. Huyamos de quienes dan lecciones sobre cómo vivir, cómo ser aliados de la mujer, cómo ser feministas. No, demuéstrelo con los hechos.
Cumple 49 años en enero. ¿Es momento de ir haciendo balance?
¿Cuándo no lo es? Sí, habrá que echar el freno de mano y reflexionar un poco sobre lo vivido y sobre lo que hay que hacer. Probablemente sea momento de hacer un balance retrospectivo, pero sobre todo un análisis de qué hacer a futuro.
¿Y cómo se ve en el futuro?
Espero que sereno. Yo no busco tanto la felicidad, que va y viene, sino la serenidad. Y me incomoda cuando me sacan de esos espacios, cuando me enfado, porque el día a día es para cabrearse. La política actual tiene la virtud de empujarte a lugares en los que no quieres estar, a debates y tonos en los que no te reconoces. Esa es la victoria del populista, del que nos quiere dividir, de quien quiere que la política sea una bronca continua. Nosotros aspiramos a representar otra cosa. Nadie podrá decir que Alberto Núñez Feijóo es un peligroso extremista. A mí me gustaría que la política volviera a ser un poco aburrida en España.