aterrizajes de emergencia
aterrizajes de emergencia
Falta poco más de una semana para que La sociedad de la nieve llegue a Netflix y las salas de cine en las que se exhibe la película sobre la hazaña de los supervivientes del accidente de los Andes siguen siendo las que más público congregan. Porque el largometraje de Juan Antonio Bayona, que se ha colado en las nominaciones de los Globos de Oro, es una apasionante historia de superación de 16 jóvenes que nunca perdieron la esperanza de recuperar sus vidas. Al igual que los familiares que les esperaban en sus casas.
En el libro de Pablo Vierci en el que se basa el film, publicado en nuestro país por la editorial Alrevés, se recogen por primera vez los testimonios de todos los supervivientes. Pero Vierci se ocupa también, en distintos momentos de su narración, de contar cómo afrontaron la tragedia los padres, madres, hijos y novias el susto del accidente, la incertidumbre de no saber qué había sido de ellos y la angustia suspensión de las tareas de búsqueda, entre otros momentos que vivieron en los 72 días que los jóvenes pasaron en los Andes.
Hombres y mujeres que nunca perdieron la esperanza e hicieron todo lo que creyeron necesario para recuperarlos. Porque como apunta el propio Vierci, «la desesperada búsqueda de los padres reprodujo, en otra escala, la peripecia que sus hijos estaban viviendo en el corazón de los Andes».
Una de las personas que más luchó por recuperar a su hijo fue el pintor Carlos Páez Vilaró, padre de Carlitos Páez, que acabó siendo conocido en Chile como «el loco que busca a su cabro perdido». Al producirse el accidente viajó a Santiago de Chile, donde se encontraba el operativo de búsqueda que se organizó cuando se perdió el contacto con el avión, para unirse a los rescatistas. Y cuando ellos dieron por terminada la búsqueda «Páez Vilaró», relata Vierci, «redobló la suya».
Durante los primeros días, la búsqueda de las familias se basaba en principios técnicos, en estrategias trazadas por cartógrafos, en vuelos que ellos mismos realizaban. Y cuando esto no dio resultado, «comenzaron a apelar y confiar en otras fuerzas que estaban más allá de la razón». Tres días después del accidente la madre de Carlitos, junto al hermano de Javier Methol, consultaron a un famoso astrólogo uruguayo, que les derivó al «mejor clarividente y buscador de personas del mundo: Gérard Croiset», afincado en Utrecht.
Sin embargo, el holandés estaba enfermo, y delegó la tarea en su hijo, del mismo nombre. En sus ensoñaciones, el adivino veía a a los supervivientes, tal y como relata Daniel Fdez. con su testimonio «en diferentes lugares de la cordillera». Croiset Jr. también reveló que el F571, el avión en el que viajaban, estaba al mando del copiloto cuando se había estrellado y que uno de los turborreactores se había desprendido del avión.
En cuanto a la localización del fuselaje y de los supervivientes, a la que llegó gracias a que la prima de la novia de Fernández le llevó una prenda de este en un viaje quz hizo a Ámsterdam, Croiset Jr. dijo que estaba junto a una laguna de aguas turquesas. «Pero veía vida», relata Vierci, «en su mente se configuraban con claridad imágenes con sobrevivientes en las cercanías de la laguna».
Los Páez y los Methol no fueron los únicos en recurrir a personas a las que se les atribuían habilidades poco comunes, y Vierci cuenta que Miguel Comparada, un uruguayo al que se atribuían poderes paranormales, atendió a dos padres angustiados, no dice cuáles. El hombre movió su vara sobre el mapa que le llevaron y está vibró entre el volcán Tinguirica y el Sosneado, donde se encontraba el cono partido del avión. Sin embargo, la información se descartó porque los equipos de rescate habían pasado por la zona y no habían encontrado nada.
A finales de octubre el doctor Luis Surraco, padre de la novia de Canessa, y el padre de Gustavo Zerbino, Jorge, se unieron al operativo, que determinó que la búsqueda se retomaría cuando comenzase el deshielo y se acondicionase debidamente un avión de la Fuerza Aérea Uruguaya. Una vez listo, el 1 de diciembre, junto a Páez Vilaró viajaron el experto en aviación, y amigo de la familia, Raúl Rodríguez Escalada y los padres de Roberto Canessa, Roy Harley y Gustavo Nicolich.
El 11 de diciembre despegaron de Montevideo rumbo a Santiago, pero en Buenos Aires hubo que hacer un aterrizaje de emergencia porque el aparato, que «se sacudía y vibraba», «echaba humo negro». Fue entonces cuando, ante la necesidad de esperar la reparación, el grupo se dividió en tres, para abarcar más áreas y seguir más pistas.
Los que se quedaron con el avión, el 16 de diciembre fueron informados de que dos aviadores de vuelos diferentes habían avistado una cruz hecha por humanos, en la parte alta de las montañas. A pesar de que consideraron que era imposible sobrevivir a esa altura, cinco mil metros, Nicolich y Rodríguez Escalada fueron a comprobarlo en el avión, ya arreglado. Pero se volvió a estropear y tuvieron que suspender la búsqueda de nuevo.
Para Vierci, la peripecia Carlos Páez Vilaró en la búsqueda de su hijo «estuvo sembrada de coincidencias y hechos fortuitos que siempre interpretó como mensajes que alimentaban la expectativa», a pesar de los fracasados intentos de localizarlos en avión. Cuatro días después de iniciar la búsqueda, el pintor conoció a la hermana de Sergio Catalán, el hombre que dio con Nando y a Roberto, quien le habló de su hermano. Y aunque no se conocieron, ella comentó con el arriero su encuentro con un pintor que buscaba a su hijo accidentado.
Vencidos por las dificultades aéreas, los familiares trataron de regresar a Montevideo para pasar la Navidad. Pero no lo consiguieron porque tuvieron que hacer un tercer aterrizaje de emergencia. De estos cinco empecinados padres que nunca perdieron la esperanza, el único que se equivocó fue el de Gustavo Nicolich, quién además tuvo la mala fortuna de albergar falsas esperanzas. Cuando se publicó la lista de supervivientes, solo se mencionó como superviviente a un Gustavo, sin apellido, y no era el suyo, sino Gustavo Zerbino.
Y es que lejos de cómo se traslada a la pantalla, con un oficial repitiendo un par de veces cada uno de los nombres de los supervivientes, en un primer momento existió una lista no corroborada, que no se hizo pública, pero que la Fuerza Aérea manejaba y que, sin revelar quién la componía, utilizaron para dar luz verde a los familiares de los vivos para viajar a su encuentro.
Cuando las autoridades les pidieron una lista de quienes estaban vivos, tanto Nando como Roberto se mostraron temerosos de dar los nombres de quienes habían dejado en la cumbre, porque cuando iniciaron su periplo, que duró diez días, varios de ellos se encontraban muy enfermos y temían que quizá no hubiesen sobrevivido.
A diferencia de Nicolich, Canessa o Harley, hubo padres que no fueron capaces de mantener la fe. Y tal y como relatan en sus respectivos capítulos del libro de Vierci, tanto el padre de Pedro Algorta como el de Bobby Francois les pidieron perdón en cuanto se reencontraron, porque «te habíamos dado por muerto» e incluso habían guardado luto.
Quizá por eso el primero, cuando escuchó la lista de supervivientes en la radio de un taxi en Santiago de Chile, al oír el nombre de su hijo, le gritó al conductor que se detuviese y lo abrazó, llorando.