Fotograma de la película de Juan Antonio Bayona, La sociedad de la nieve. /
No hay datos definitivos sobre la recaudación el fin de semana de su estreno, pero no había más que pasar por un cine para comprobar que La sociedad de la nieve es una de las películas más vistas en los últimos días. Y uno de los largometrajes más esperados de 2023, que no tardará en llegar a Netflix . Eso sí, entre el final de la película y el verdadero desenlace de los supervivientes del accidente de los Andes hay algunas diferencias.
Ya sea por necesidades de metraje o por exigencias de guión, los últimos minutos de La sociedad de la nieve son más apresurados y omiten algunos hechos que rodearon el rescate de los 16 jóvenes que consiguieron soportar más de dos meses las durísimas condiciones de los Andes. Y aunque la emoción y alegría por su rescate se palpa la pantalla, los hechos fueron otros.
Esto es lo que los propios supervivientes cuentan sobre su rescate en el libro en el que se ha basado La sociedad de la nieve, escrito por Pablo Vierci y editado en España por Alrevés.
Tras la muerte de Numa Turcatti y la firme decisión de Nando y Roberto de salir en busca de ayuda, ambos parten junto a Tintín el 12 de diciembre. Tres días después, tras las dificultades que vemos en la película de Netflix y la inesperada extensión de montañas que encuentran cuando alcanzan el pico, deciden que el tercero regrese al lugar del accidente.
Matías Recalt, que interpreta a Roberto Canessa, Juan Antonio Bayona y Agustín Pardella, que se pone en la piel de Nando Parrado, en un momento del rodaje de La sociedad de la nieve. /
Llegaron a la cima tras tres horas de travesía, porque el aire les hacía imposible caminar más de diez pasos. Antes de descender, Nando le dijo a su compañero, «siempre seremos amigos», a lo que contestó: «siempre, por más empinada que sea la cuesta». Cuatro horas después habían bajado 50 metros. Llegaron al valle en la tarde del 17 de diciembre, podían respirar mejor, pero a sus pies sólo había piedras heladas que podían costarles un accidente.
Ambos se habían prometido que si no podía continuar el otro seguiría, pero sabían que no sería así. La nieve y el hielo desaparecieron al día siguiente, y no tardaron en encontrar un río, junto al que caminaron y comenzaron a ver vida a su alrededor. Primero una lagartija, después unos árboles y dos vacas. «Por primera vez desde el accidente, los embargó una sensación completamente nueva, tal vez no morirían», escribe Vierci.
Con ese sentimiento siguieron caminando tres días más, Roberto enfermó, pero para entonces ya habían visto caballo. Encontraron las huellas de unas botas, y Nando decidió seguirlas. Regresó con una mala noticia, estaban entre dos ríos. Pero el dueño de las huellas habría cruzado por algún lado, así que ellos también podrían hacerlo, y Nando fue a por leña para hacer fuego. Entonces vio al arriero Sergio Catalán a caballo, al que Nando siguió mientras anochecía. Cuando le vio, y ante la inminente oscuridad, Catalán le gritó: «Mañana».
Nando Parrado, el arriero Sergio Catalán y Roberto Canessa poco después del rescate de los dos jóvenes uruguayos. /
Y ellos, confiados, esperaron, haciendo guardia durante la noche por si volvía. A la mañana siguiente el jinete había hecho una gran fogata, para que le viesen. Como el ruido del río que los separaba hacía imposible la comunicación, Catalá ató un papel y un lápiz junto a una piedra. En el papel ponía: «está de camino el hombre al que he mandado hasta allí. Dígame lo que desea». Lo que Nando escribió lo vemos en la película, al recibir el mensaje Catalán les lanzó unos panes y un queso.
Horas después Armando Serda, que trabajaba para Catalán, apareció en la zona en la que estaban Roberto y Nando. El primero, que no podía caminar más, se montó en su mula, y atravesaron el río por un paso, antes de llegar a una cabaña donde «devoraron» la comida que les ofrecieron. Mientras, Catalán realizaba una travesía a caballo de 8 horas para encontrar la ayuda que necesitaban.
Regresó junto a diez carabineros a caballo y el sargento les pidió que señalasen dónde estaba el avión. Cuando lo hicieron les respondieron que era imposible porque era al «otro lado de la cordillera» y «ustedes no pueden haber atravesado los Andes».
«Al final», relata Vierci, «el sargento creyó que tal vez fuera cierto porque esos dos jovencitos parecían muy persuadidos y estaban demasiado extenuados para mentir». Y envió a dos hombres a solicitar dos helicópteros, pero como era de noche, tuvieron que esperar al día siguiente. Nando «no quería subirse a un helicóptero por nada del mundo», pero cuando los comandantes le pidieron que les guiase, «en treinta segundos estaba sentado en el helicóptero».
Roberto Canessa tras ser rescatado, junto a periodistas chilenos en Los Maitenes. /
En el aparato «desandaron» el camino que había recorrido junto a Roberto, y en las sierras de San Hilario, les dijo que estaban del otro lado. Entonces el piloto y el copiloto comentaron que estaba perdido, «no tiene ni idea ni donde está». Él les gritó que no era así, «¡lo juró!». Tuvieron que intentar ascender dos, tres veces, pero el aire era muy ligero, el helicóptero vibraba por las turbulencias y se vieron obligados a buscar una zona de paso más baja, al sur.
Ante el peligro, el piloto pidió autorización a la tripulación para continuar porque «es una misión con riesgo de vida». Todos asintieron, las turbulencias continuaron, pero aprovecharon una corriente de aire para entrar a los glaciares argentinos. Nando no tardó en reconocer el valle donde estaba el fuselaje, el Valle de las Lágrimas. Cuando llegaron, el piloto le advirtió de que no iba a aterrizar, sino a situarse muy cerca, para que el equipo de rescate bajase.
«El descenso se hacía cada vez más difícil y la máquina subía y bajaba, o se ladeaba como si fuera una hoja de papel arrastrada por el viento», relata Vierci. En el primer helicóptero solo lograron subir dos supervivientes, en el otro cuatro. El vuelo de vuelta a Los Maitenes, la zona en la que se estableció el operativo de rescate, fue tan terrible como el de ida. Los recién rescatados pensaron lo peor. «Qué incongruencia, pensó Daniel, setenta y un días sufriendo para terminar así», leemos en el libro de la editorial Alrevés.
Los hombres que tuvieron que esperar una noche más en el fuselaje del avión tras el primer rescate. /
El piloto confesaría, tiempo después, que ese fue el vuelo más peligroso y «donde estuvo más asustado» de su carrera, unas dificultades que llevaron al operativo a suspender el rescate de los que quedaban en la montaña. En la zona del accidente los que quedaban allí se sentaron a esperar, junto a dos andinistas y dos enfermeros. El único que cuando anocheció se metió con los supervivientes en los restos del fuselaje fue Sergio Díaz, mientras que los otros tres montaron una tienda de campaña.
«Sergio nos decía que medio mundo nos estaba esperando, que había una verdadera conmoción pero nosotros no podíamos entender de qué estaba hablando», cuenta Moncho Sabella. Tanto él como Gustavo Zerbino y Javier Methol, que también se quedaron en la montaña, hablan de Díaz con ternura, porque «nos trajo cariño, alegría, todo ese calor que tanta falta nos hacía después de la larga epopeya que habíamos vivido. Era lo que más necesitamos». Los helicópteros regresaron la mañana siguiente y lograron completar el rescate.
Otra de las licencias creativas de La sociedad de la nieve es la estancia de todos ellos en una habitación conjunta en el hospital. Los jóvenes vivieron el encuentro con sus familiares de forma distinta, que dependió, en muchos casos, de su situación vital. Roy Harley, por ejemplo, pasó doce días en cuidados intensivos, aquejado de una disentería aguda y una arritmia. El médico que le atendió le contó después que, mientras le cuidaba pensó que moriría.
Imagen de la secuencia en la que los supervivientes de los Andes son rescatados, de la película La sociedad de la nieve. /
El libro de Pablo Vierci dedica su último capítulo, «El reencuentro» a relatar cómo fue el regreso de cada uno de ellos a un mundo que, durante más de dos meses, los había dado por muertos. Y cómo tuvieron que enfrentarse a las miradas y las críticas de los demás, cuando contaron cómo habían sobrevivido. O cómo Sergio Catalán, el arriero, estaba convencido de que sería él quién los encontraría. Un apasionante relato de una historia increíble que en papel se disfruta aún más que en la gran pantalla.