Hablamos con Gabriela Ybarra y Ángeles González Sinde sobre El Comensal, que se convierte en película después de haber arrasado como novela

Catorce años después de su última película, la guionista y exministra de Cultura vuelve a la dirección adaptando la novela El comensal, la historia familiar de su autora, que lidia con el duelo colectivo provocado por la violencia terrorista y la memoria silenciada.

Gabriela Ybarra y Ángeles González-Sinde. Estilismo: Carla Aguilar. / Olga Moreno

Irene Crespo

«Hortensias, Gabriela, ¿te das cuenta? Nos persiguen», exclama Ángeles González-Sinde (Madrid, 1965) mientras se sienta al lado de un glorioso ramo de hortensias azules en un piso del centro de Madrid. La directora, guionista y exministra de Cultura se lo dice a la escritora Gabriela Ybarra (Bilbao, 1983), autora de la novela El comensal, que la primera lleva ahora a la gran pantalla con el mismo título (estreno, 27 de mayo).

Ese es el motivo para reunirlas de nuevo y hablar con ambas de memoria familiar y colectiva, de duelo, de curación y del reto de traducir una novela tan admirada, nominada al premio internacional Man Booker, al lenguaje cinematográfico. Lo de las hortensias ha sido una casualidad. «Juegan un papel importante en la película y están muy presentes», explican a los presentes, antes de iniciar la sesión de fotos.

Iciar ( Susana Abaitua, Patria) le compra un ramo de hortensias azules a su madre que está muy enferma (Adriana Ozores) para que le recuerden a su País Vasco querido y de origen. Un ramo precioso e inocente que a su padre (Ginés García Millán) le duele solo ver porque hortensias así decoraban su casa en Bilbao cuando su propio padre, abuelo de Iciar, fue secuestrado y asesinado por ETA.

Las flores son un pequeño detalle, como tantos otros, de ficción e imaginación, que ayudan a contar de nuevo la historia real de Gabriela Ybarra. «Creo que, a diferencia de otras adaptaciones, esta película y la novela son complementarias», afirma la directora. De hecho, el filme se apoya más en la relación entre padre e hija. Y, por eso, además, han cambiado los nombres de los personajes.

«Para mí era importante, porque la novela de Gabriela ya era su visión de la memoria familiar y en la película se añade una capa más de imaginación», aclara González-Sinde. «Por eso tampoco buscaron el parecido físico en los actores», confirma Ybarra y ella no se reconoce en pantalla, aunque lloró «de principio a fin» la primera vez que vio la película completada. «Es muy raro, es como estar asistiendo a un psicodrama o a una especie de terapia extraña», reconoce.

EL PASADO SE HACE PRESENTE

El abuelo de Gabriela, Javier de Ybarra, alcalde de Bilbao, presidente de la Diputación de Vizcaya y de El Correo fue secuestrado el 20 de mayo de 1977 por ETA y asesinado un mes después. Enrique de Ybarra, el padre de Gabriela, se pasó una década amenazado, abandonó el País Vasco y se mudaron a Madrid. Ese pasado silente en su familia le asaltó a la escritora cuando su madre murió de cáncer, en 2011. Buscando cura, indagando en su propio duelo, su respuesta terapéutica fue El comensal, publicada en 2015. Muy poco después, la adaptación se puso en marcha. Han pasado casi siete años en los que, en más de un momento, dudaron si llegaría a ser una realidad. «El proceso entero ha sido curioso –recuerda Ybarra–.

A mí me abordó la productora, Isabel Delclaux. Me vino con el libro subrayado y diciéndome que quería que fuera su primera película. Me sonaba todo a ciencia-ficción, pero la vi tan entusiasmada que no pude negarme». Juntas empezaron la búsqueda de alguien que la dirigiera y Ángeles González-Sinde no tardó en apuntarse al proyecto. La cineasta ya había acudido a la presentación del libro y escrito sobre él. El editor de Gabriela, además, era la pareja de la directora, Claudio López Lamadrid, fallecido en 2019. Desde Una palabra tuya, hacía 14 años que ella no se ponía detrás de la cámara, pero con este proyecto lo tuvo claro.

EL FIN DEL DUELO

«Supongo que hay historias que no quieres abandonar –responde la exministra–. Es una novela que habla de muchos asuntos que a mí me interesan, como las familias, lo no dicho, la dificultad que tenemos mucha veces para la comunicación con quienes tenemos más cerca». También le atraía su forma de hablar de memoria colectiva desde lo íntimo y particular, desde lo personal y emocional. En el libro, como se repite en la película, se trata el terrorismo de ETA desde la visión de esta joven que quiere hablar, que necesita romper su silencio.

«El silencio es muy elocuente. Todos l os silencios se transmiten», añade Gabriela. Y van pesando. «La memoria está ahí, queramos o no –continúa Ángeles–. Nuestra protagonista, a diferencia de su padre, quiere ordenar todo ese caos sentimental, integrarlo y continuar. Si no, antes o después, en alguna esquina te encuentras con aquello que querías evitar».

Todo lo que la protagonista le reclama a su padre parece planteárselo a la sociedad en general. «Los psicólogos y sociólogos creen que es una cuestión de generaciones: la víctima sobrevive a la situación como puede, los hijos aprenden a guardar silencio y son los nietos los que encuentran incoherencias y empiezan a levantar debajo de las alfombras», apunta González-Sinde.

Pero el caso de Gabriela fue particular. «Soy segunda y tercera generación. La historia de mi abuelo se contaba, pero yo no era consciente de cómo nos afectaba a nuestro día a día familiar hasta que murió mi madre –recuerda–. A mí me educaron para que callara y no contara, porque mi padre estuvo amenazado más de una década, yendo con escolta, y eso lo tengo muy arraigado. De hecho, aún me cuesta hablar de ciertas cosas».

Sin embargo, ella habla. Con las palabras justas, medidas, calmadas, como en su novela. Y algunos de los hilos de aquella son de los que está tirando ahora para escribir su segundo libro. Personas como Gabriela, de su generación y quizá de otras anteriores , ya hablan y otros muchos escuchan. Hoy, afortunadamente, existen más relatos en las pantallas y en los libros sobre los años del terror que se vivieron en el País Vasco. ¿Ya hay suficiente distancia? «Es natural que haya historias hoy y habrá muchas más, porque son fascinantes y podemos sacar mucho provecho», expresa la cineasta. Y la escritora, a su lado, añade: «Como lectora y como espectadora, me gusta consumir contenido que me ayuda a superar mis propios problemas.

Creo que esto también es una forma de poner u n pequeño granito de arena en todo este camino tan grande que es el de la superación del trauma de todo un país. Poder confrontar tu historia con la de otro siempre ayuda un poco. Es importante que se compartan muchas historias y, sobre todo, desde lo personal, porque yo creo que llegan más». Por eso son importante los detalles: el comensal que no se sienta a la mesa el día que todo cambia. Las hortensias. Esos detalles.

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