David Uclés es licenciado en Traducción e Interpretación. / /
Se habla de fenómeno literario , no solo editorial. Su título, La península de las casas vacías, es miel para letraheridos, y los que no lo son. Su autor ha creado su propio lugar en este mundo. O sea, Jándula es el Yoknapatawpha, por Faulkner, de David Uclés (Úbeda, 1990). Además ha sido saludado como el Macondo español y presentado como un fruto del realismo mágico. Todo un boom. Aunque a nosotros su lectura nos ha recordado más a otro García. Más a Lorca que a Márquez.
Será porque, como dice su autor, «Lorca es un paisano». Y porque es una novela «antibelicista» sobre la guerra. Aunque, como en el caso del colombiano, estas historias no son inventadas, por maravillosas que resulten. Un ciego que recupera la vista durante un apagón, heridas de las que sale arena fina... A ambos se las contaron sus abuelos. David nunca dirá España en La península, sino Iberia, incluyendo Portugal. La culpa hay que echársela a Saramago. Aún anda buscando, confiesa, otro escritor igual.
Para rizar el rizo de lo novelesco, la portada nos tienta con un dibujo del pintor Rafael Zabaleta (1907-1960), del mismo pueblo que los Uclés. Quesada, donde empezó todo. Y de donde era Josefina Manresa, la mujer del poeta Miguel Hernández, con quien el autor se permite el lujo de conversar. Para algo se metió, sin darse cuenta -dice-, entre líneas. De un acordeonista en Montmartre y en el Pont des Arts, sobre el Sena allá en París , que luce modernamente rural, con ropa de segunda mano y visera, cabía esperar algo así.
A él le hemos preguntado directamente por el tirón de esta historia suya de los Ardolento, con Odisto a la cabeza. Cuando han pasado ocho meses y el mismo número de ediciones, a cargo de Siruela, desde que viera la luz. Detrás de esta ambiciosa obra de 700 páginas hay no 100 sino 15 años de soledad, escribiéndose y reescribiéndose. La vida y milagros de un licenciado y máster en Traducción e Interpretación que es un bohemio de verdad; eso sí, millennial . Antes había dado a la imprenta El llanto del león (2019) y Emilio y Octubre (2020). Y había sido tocado por la varita mágica de las becas.
Además de lorquiana, esta península tiene mucho de bíblica. Aquí llueve casi siempre, como en las películas de Tarkovski o de Béla Tarr, como en el diluvio universal. Una lluvia que desgasta la ropa y el cráneo, transforma evangélicamente y asciende al cielo sin compasión dejando seca la tierra. Estamos ante «la historia de la descomposición total de una familia, de la deshumanización de un pueblo, de la desintegración de un territorio y de una península de casas vacías». Se dice desde el principio. Nosotros empezamos por el final.
MUJER HOY. ¿Por qué cree que está teniendo tanto éxito su novela?
DAVID UCLÉS. Pienso en dos motivos. Primero porque quizá no se había contado antes toda la guerra civil española en una sola ficción con los mismos personajes y en toda la península. En ensayos sí, pero en ficción no. Y segundo, porque está narrada bajo ese realismo mágico que atempera y suaviza las escenas. Ese expresionismo de las imágenes logra que se queden en la retina del lector. Eso, supongo, la hace original.
También está su juventud, que aporta un punto de vista nuevo. La contienda a los ojos de un millennial.
Desde luego, el hecho de haberla escrito 89 años después de la guerra me ha permitido tratar esta con mayor libertad. El narrador es muy juguetón. La forma de la novela está constantemente innovando. Hice lo que quise en cada momento, siempre con rigor histórico y honestidad. Con tantos años como han pasado, uno puede permitirse esas licencias narrativas, siempre respetando a las víctimas.
David Uclés es un bohemio de Jaén que toca el arpa y el acordeón. / /
¿Realismo mágico? La vida en los pueblos era (y sigue siendo) así.
De hecho, nosotros pensamos en llamarlo costumbrismo mágico porque lo mágico forma parte de las costumbres de los pueblos. Yo me recorrí toda la península y todas las supersticiones que aparecen en el libro pertenecen a algún sitio. Nuestras costumbres son la base de la magia.
¿Echa de menos el pueblo?
Yo viví en Jaén durante veinte años y luego me fui (ahora reside en Madrid). Echo mucho en falta el silencio y el tiempo alargado. Lo que hemos perdido ha sido el silencio.
Se atisba un auge de lo neorrural, ¿piensa que es posible un éxodo inverso?
Creo que eso es como el yoga. ¿Hasta qué punto nos sirve estar una hora con la mente en blanco para luego volver al trajín de siempre? No sé si es más una ilusión. Sí hay una vuelta al campo, pero muy pequeña. ¿Por qué? Porque es muy duro. Románticamente nos llama, pero no estamos acostumbrados a esa soledad. El campo, lo digo en la novela, es bonito de lejos pero duele de cerca.
¿Se siente identificado con la gente de su generación?
Yo soy muy bohemio, a las buenas y a las malas. Siempre quise tener la cabeza libre para escribir. A los 18 decidí sobrevivir de lo que me daba la calle, tocando. Cuando vivía en París, me iba con el acordeón todos los días al puente, y unos días llovía y otros hacía frío o mucho viento. He estado toda la vida tocando a la intemperie, la guitarra y el arpa en Santiago, siempre sobreviviendo. Me gusta ese estilo de vida. Lo analógico, el silencio, las luces bajas, los pueblos, la naturaleza. Y eso me aleja un poco de mi generación. Por ejemplo, toda mi ropa es de segunda mano. Por el tema ecológico y porque son prendas con una historia. Soy demasiado romántico quizá.
Volviendo a la novela, está tan apegada a la tierra que recuerda más a García Lorca que a García Márquez.
Yo no había leído Cien años de soledad hasta este verano. Así que no ha sido una influencia. Sí el realismo mágico europeo de Günter Grass, Olga Tokarczuk o Sánchez Ferlosio (Alfanhuí). Pero a Lorca yo lo llamo paisano. Porque de mi casa hasta donde él nació solo hay olivar. Yo podría ir a casa de Lorca saltando de un olivo a otro. El campo de Granada y de Jaén es el mismo. Tenemos una vida muy austera, muy parecida a los manchegos y muy poco al folclore andaluz. Así que, sí, es mucho más lorquiana que de García Márquez.
Luis Rosales puntualizaba que Lorca no era lo popular, sino lo que estaba antes. Que venía de una raíz muy profunda. Eso está en La península.
Y en mi familia también. Hay cierta mirada triste. Como si miráramos la tierra y dijéramos: «Esto es lo que nos espera». Como si cargáramos con la tierra encima de los hombros. A mi hermana no le gustó leer nunca Bernarda Alba porque empatizaba mucho, porque sentía demasiado esa vida rural. Hay un losa de nostalgia y de tristeza que Lorca reflejaba muy bien. A mí Bernarda Alba no me parece nada exótico.
Ha crecido entonces en un ambiente como el de la novela.
Sí, Quesada tiene la peculiaridad de que allí el tiempo pasa más lento. Tú te vas a cualquier pueblo de Jaén y, como su modo de vida es el olivar, no ves los adelantos tecnológicos. Te puedes dar un paseo como si estuvieras en los años treinta, salvo en la plaza principal. Yo he visto matanzas de pequeño, he recogido aceitunas hasta los 18. Me crie en el campo, así que cuando me preguntan de dónde he sacado el vocabulario del libro, siempre digo que son las cosas que hay en mi casa, que tienen esos nombres.
Decía que leyó este verano el libro que cuenta la historia de los Buendía, ¿encontró parecido con la suya?
Si soy sincero, no. García Márquez hace un ejercicio de realismo mágico respecto a su tierra y yo lo hago respecto a la mía, pero son diferentes. Yo cojo una herida reciente y la explico, detallando esa parte hiperrealista de la política. Hay incluso partes ensayísticas. En Márquez hay un noventa por ciento de imágenes oníricas y un diez por ciento de conexión con lo real. En mi novela serán mitad y mitad, incluso ganando la realidad. No está entre mis favoritos.
¿Quiénes serían esos favoritos?
Saramago es el número uno, que hace también realismo mágico pero con ideas grandes. Me gusta mucho Camila Sosa Villada actualmente. También Stefan Zweig. Unamuno me fascina. Pero de Saramago me lo he leído todo. Por él soy iberista. No he vuelto a encontrar un autor así.
Justo se estrena ahora la serie sobre Cien años de soledad.
También ha salido En agosto nos vemos, la novela póstuma de García Márquez. Hay un re-boom. De repente se ha puesto de moda otra vez el realismo mágico. Este tipo de libros, el mío también, tienen tantas imágenes que es muy complicado llevarlos a la pantalla, pero si encuentras una productora con tiempo y amor al texto, se puede hacer algo bonito porque son muy visuales.
¿Quiero esto decir que se plantea llevar La península a la pantalla?
Como escritor sí que sueño con que se pueda hacer algún día una adaptación. Pero no la vendería a no ser que fuera una serie, porque no cabe en una película.
Cambiando de tercio, ¿es una novela contra la guerra?
Sí, como Matadero cinco, de Kurt Vonnegut, o Las aventuras del buen soldado Švejk, del checo Jaroslav Hašek. Normalmente, las novelas que juegan con lo onírico tienen una crítica detrás. Lo digo en el prólogo, de cuarenta personajes sobrevive uno. Es una crítica a la guerra; no es una novela bélica. Salvo el episodio de la batalla del Ebro, que lo quise escribir como se escribían en el siglo XX las grandes batallas.
¿Está ya con otra obra?
La que será mi cuarta novela ya la tengo porque la escribí justo antes de publicar La península. Una novela sobre Barcelona, también en realismo mágico. Voy a publicar en años pares, así que la sacaré en 2026. Y para el 2028 estoy estructurando lo que podría ser una segunda parte de esta. Se trataría de contar la dictadura en la misma clave.
¿Qué es para usted la literatura?
Lo primero es evasión. Es el mecanismo que me permite, como si fuera la máquina de Matrix, conectarme a otro lugar y salir de mi vida. Busco en la buena literatura que sea evasión, viaje y belleza. Yo recibo eso de los libros y darlo es mi responsabilidad como escritor. Por eso escribo. No lo hago porque sea terapéutico o porque no sepa hacer nada más. He vareado la aceituna y podría hacer cualquier cosa.
El libro que está leyendo ahora mismo...
Los íntimos, de Marta Sanz, que me está viniendo muy bien porque cuenta cómo es el mundo editorial por dentro. Y Bomarzo, de Mujica Lainez, que todavía no lo había leído.
¿Dónde colocamos la música?
La música es necesidad . Es como gritar. Y es compartir. Cuando voy a una fiesta o a una cena, siempre llevo mi guitarra. También canto solo y toco el piano, el arpa, el acordeón o lo que sea. La música es terapia, la literatura no. Me encantan Jacques Brel, Aznavour, Édith Piaf, Barbara. Cantaba sus canciones en París.
Además de escritor y músico, pinta. ¿Qué relación tiene con Zabaleta?
Toda. Me dicen que mis pinturas se parecen a las suyas. Y claro que se parecen. Porque de chico nos hacían un concurso en la feria de agosto que consistía en pintar a Zabaleta. Él fue mi primer maestro. Esa deconstrucción que hace de la realidad es la que yo he hecho en el papel. He tenido como referente a una persona que deformaba la realidad y te la entregaba con colores y formas oníricas. Él vivía en el mismo cortijo que mi bisabuelo paterno, José, y pintaba a gente de todo el pueblo. Mi abuelo Luis, que era el que me contaba las historias, también me hablaba de él.
¿Por qué eligió el nombre de Odisto para el patriarca?
El nombre me vino por Odiseo (Ulises) porque quería que fuera un héroe anónimo que se iba de casa y luego volvía, con la guerra de por medio. Ese fue el título de la novela durante muchos años. Así la presenté, sin éxito, a muchos premios nacionales. Jándula, Odisto y Ardolento se han quedado en el imaginario de los lectores. Y el título también. Ya son realidades que existen fuera de mí, así que estoy muy feliz.