«No, mamá, tú no me entiendes. Tú no sabes lo que es que no te quieran». Esta frase tan adolescente la pronunció cierta periodista cuando ya no cumplía los 25 dirigida a su santa madre, que llevaba emparejada con su padre desde los 16 años. Igual que uno se siente único al enamorarse también lo hace al sufrir una ruptura . Igual que existe la épica del enamoramiento tenemos la del abandono: ahogarse en lágrimas o jaggermäister o ambos, hundirse en la miseria stalkeando en redes sociales … Nada más ajeno al universo de Todos deberíamos romper, la primera novela de la profesora de Filosofía Marta Gordo que plantea justo eso: si hay un gran amor, ¿por qué no también una gran ruptura? ¿Y por qué no sacar cosas buenas de ambos acontecimientos?
Nadia tiene casi 40 y lleva más de media vida con Juan. Él, su amor de siempre, le suelta un derechazo que no ve venir: se ha enamorado de otra persona y quiere acabar con su relación. Ni rastro de la performance clásica de la mujer abandonada, Nadia elige su propia forma de drama. Coge una maleta, deja atrás móvil, trabajo y rutina, se busca un nuevo empleo como bibliotecaria y un nuevo sitio donde vivir: un viejo piso del madrileño de Lavapiés.
«La novela no es autobiográfica pero hay dos personajes reales: la casa y el barrio», explica la autora, que comenzó Todos deberíamos romper en un taller de escritura de Elvira Navarro y recibió la noticia de que Caballo de Troya publicaba su manuscrito a través de un correo electrónico de Jonás Trueba (editor invitado desde 2021) en pleno confinamiento.
Lavapiés y sus vecinos acompañan la soledad de Nadia, que tiene que llegar a amigarse con su nuevo hogar: «Me interesa en general esa visión animista de las casas. Igual que los perros se parecen a sus amos, las casas se parecen a sus dueños. Al principio hay hostilidad, las cosas se rompen… Luego Nadia se hace un hueco».
En medio de un presente alucinado, aislada de lo que hasta unos días había sido su rutina, el pasado se le presenta la protagonista casi de manera corpórea. Primero, a través de un ente fantasmagórico, el espíritu de Blanca, una chica que desapareció cuando ella, Juan y el resto de amigos 'de toda la vida' estaban en el instituto. También en forma de 'revival': sus dos amigas, Ingrid y Helena, reaparecen con la fuerza con la que irrumpen las amigas para atender a la que tiene el corazón roto, tengan 15 o 40 años, aunque en este caso la 'paciente' no se comporta como ellas esperan.
«Tenemos una narrativa de la ruptura, en general, muy culebronesca, o solo la vemos como una fase de pérdida de confianza y de autoestima». En Nadia no vemos nada de eso, de hecho podemos descubrirnos envidiando su nueva vida. Aunque nadie quiere, en principio, que le dejen, y menos después de un amor tan consolidado como el de la protagonista, a veces se descubre envidiando esa vida que se le abre por delante: ese disponer del tiempo, esa libertad de ser y de hacer lo que se quiere, esa euforia ante lo posible.
Le sugiero a la escritora que todos, incluido el entorno de Nadia, espera de ella, tras el abandono (con una 'otra' por medio, para más inri) un poquito más de Almodóvar y menos Joachim Trier (se nos viene a la cabeza, por ejemplo, La peor persona del mundo), más histrionismo y menos calma nórdica: «Es algo que me gustaba ver de otro modo. Me interesaba que fuera una historia más aséptica. Todas esas rupturas dramáticas podrían traducirse a lo nórdico, como tú dices, vivirse de otra manera», opina Gordo. «Hay un lado francamente vitalista. Cuando te haces una herida hay una fase que creo que se llama 'proliferativa', de multiplicación de células. Va todo unido. Hay mucha potencialidad abierta», resume.
Todos deberíamos romper es un ejercicio de contar las cosas de otra manera: hay un beso de amor, pero no es el que va justo antes de ese 'y vivieron felices y comieron perdices'. Y también hay un plot twist que nos propone revisar la manera en que pensamos sobre otras mujeres y que cuestiona la narrativa de 'la otra'.
Le pregunto a la autora si se le ocurriría alguna canción para acompañar ese mood que persiste tras acaba 'Todos deberíamos romper', un estado de ánimo entre la melancolía y la esperanza: «Cualquiera de estas que aunque hable de desamor lo hace con una melodía animada». Después de darle vueltas -por aquí somos muy de Turnedo y simulares-, nuestra jefa web Laura Requejo da con la respuesta y os la regalamos a todos: «Better off without a wife», de Tom Waits (¡ojo, que por ahí hay una versión de Bette Midler!). Cuando terminéis la novela y escuchéis este himno al 'buen romper', contadnos cuál sería vuestra banda sonora ideal.
20 de enero-18 de febrero
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