un doodle muy flamenco

Carmen Amaya, de las barracas de Barcelona a Nueva York: infancia pobre, boda íntima y muerte prematura de la leyenda el flamenco

Google conmemora el aniversario del nacimiento de Carmen Amaya, la bailaora catalana que nació hace 110 años y que conquistó al rey Alfonso XIII y a Franklin Roosevelt con su taconeo.

Carmen Amaya en París, 1959 / gtres

Elena Romero Vargas
Elena Romero Vargas

En la barraca número 48 de la Playa de Somorrostro, en Barcelona, nació hace 110 años una estrella. Hablamos de Carmen Amaya, la bailaora que cambió el paradigma del flamenco y llevó su fuerza por todo el mundo. Hoy Google le rinde homenaje con un Doodle que conmemora el aniversario de su nacimiento y la huella que dejó en la cultura española.

Nacida en el seno de una familia gitana, Carmen Amaya se crió entre tablaos y guitarras. Con los referentes de su padre, su madre y su tía, y con el brío necesario para desarrollar de manera autodidacta su don, la artista catalana no tardó en salir de las barracas para conquistar escenarios en las principales ciudades del mundo, desde París hasta Nueva York.

Pero la gracia de Carmen Amaya no se quedó solo en el baile, también dio el salto a la gran pantalla, protagonizando películas junto a artistas como Conchita Piquer o Miguel de Molina, y hasta sus últimos momentos dedicó su vida al arte en todas sus manifestaciones. Recordamos la vida de una de los mayores talentos patrios y una de las mujeres más poderosas de nuestra cultura :

La artista que cambió la bata de cola por los pantalones

La propia Carmen Amaya no dudaba en afirmar que su talento se lo enseñó el mar. La bailaora nació un 2 de noviembre en Somorrostro, un barrio chabolista de Barcelona ya desaparecido que se ubicaba entre las vías del tren y el mar. La infancia de Carmen estuvo marcada por la precariedad, pero eso no impidió que desde muy pequeña la niña pasase horas bailando sobre la arena de la playa, sin más formación que el propio instinto que emanaba de su interior.

Su padre, el guitarrista flamenco José Amaya «El Chino», se ganaba la vida tocando en tabernas y tablaos de la zona. No tardó en llevarse a su hija consigo, y junto a Juana Amaya, tía de Carmen, iban puliendo y orientando la carrera que marcaría su vida. Sin embargo, y aunque estos primeros pasos fueron cruciales para todo lo que vino después, Carmen no necesitaba normas ni directrices: la magia de su baile era la libertad con la que sus pies taconeaban al son de alegrías, fandangos o bulerías.

La fuerza, el temperamento y la falta de ataduras que aprendió de las olas del mar es lo que reflejaba en su baile y en su vida y fue ese carácter pasional el que le abrió las puertas de la gloria dentro y fuera de España. Desde la sencillez que la caracterizaba, «La Capitana» despuntó también por decisiones como cambiar la bata de cola por los pantalones de tiro alto y las chaquetillas cortas , lo que dejaba aún más a la vista la agilidad y la magia que desprendía su figura en el movimiento.

De Alfonso XIII a Orson Welles, los admiradores de Carmen Amaya

El talento de Carmen Amaya no dejó indiferente a nadie. La fama llegó de forma muy prematura a su vida y no tardó en saltar de las tabernas locales en las que acompañaba a su padre a teatros de toda la Península Ibérica. De Barcelona saltó a ciudades como París, donde comenzó a cultivar el éxito internacional que l levó su baile hasta el otro lado del charco.

Una de sus actuaciones más especiales antes de salir de España se la dedicó nada menos que al rey Alfonso XIII. Fue en el año 1929, cuando el rey acudió a Barcelona con motivo de la inauguración del Poble Espanyol. Un fallo de protocolo fruto de la naturalidad de Carmen, seguido del despliegue de talento que acostumbraba, sirvió para dejar atónito al rey y para dar comienzo a una amistad entre el monarca y la bailaora.

Carmen Amaya y su marido, Juan Antonio Agüero, en un ensayo en París/GTRES

Su suerte alcanzó su punto álgido en 1936. El estallido de la Guerra Civil cogió a Carmen bailando en Valladolid, por lo que tuvo que emigrar a Portugal y, desde ahí, viajar hasta Buenos Aires. Comenzó entonces la gira que hizo su nombre famoso en América y con la que llegó hasta Nueva York. Allí conquistó a celebridades como Charles Chaplin, Greta Garbo y hasta Orson Welles, que no le temblaba el pulso a la hora de afirmar que era «la mejor bailarina del mundo».

Tampoco fue ajeno al terremoto catalán el presidente Franklin Roosevelt. Estaba tan prendado del talento de la artista que llegó a enviarle un avión privado para que viajase hasta Washington y actuase para él. Como compensación por su baile, Roosevelt regaló a Carmen una chaquetilla bolera con oro y brillantes incrustados.

Sin embargo, la gran conquista de Carmen viajaba con ella a todos lados. Su marido, Juan Antonio Agüero, era miembro de su compañía y la acompañaba en todas sus actuaciones. Se casaron en una boda de lo más íntima una mañana en Barcelona. Ni siquiera celebraron luna de miel: el principal compromiso de Carmen Amaya era con el flamenco, y lo primero que hizo nada más casarse fue subirse a otro escenario.

El fin de su vida y el principio de una leyenda

Carmen Amaya falleció en noviembre de 1963 a causa de una enfermedad renal que sufría desde hacía mucho tiempo. Sus riñones no depuraban las toxinas que generaba su propio cuerpo, y aunque el baile mejoró considerablemente su salud, no superó los cincuenta años de edad.

Murió en su casa de Begur, frente al mar que tanto le enseñó, pero el fin de su vida no acabó con su legado. Más de cien años después de su nacimiento, la leyenda de la mujer que revolucionó el baile flamenco y lo llevó por todo el mundo está más viva que nunca. Prueba de ello fue el Desfile Crucero de Dior que se presentó en Sevilla en junio de 2022, para el que Maria Grazia Chiuri se inspiró en la fuerza y el magnetismo inigualable de la catalana. Hoy es Google quien le rinde un homenaje especial para conmemorar el nacimiento de una de las estrellas que más brillan en el firmamento del arte español.