Adolfo, el diseñador y sombrerero que vistió a los cisnes de Truman Capote. / getty images

de origen español

Cien años de Adolfo, el rey de la Costura de Manhattan que fue ayudante de Balenciaga y vistió a los trágicos cisnes de Truman Capote

Este próximo 15 de febrero, se culminará la conmemoración del centenario del nacimiento en 1923 de Adolfo, el diseñador cubano de origen español que un día fue rey de la costura de Manhattan.

Como Madonna, Cher o Rihanna, Adolfo era sencillamente conocido por su nombre entre la cohorte de mujeres ricas y poderosas que optaron por lucir sus prendas. La trayectoria de Adolfo Faustino Sardiña está de rabiosa actualidad: se encuentra en la intersección formada por Cristóbal Balenciaga, de relevancia por la serie de Movistar+ y la publicación de dos libros sobre su enigmática existencia, y los «cisnes» de Truman Capote, las protagonistas de la alta sociedad de Nueva York a las que traicionó en su libro «Plegarias Atendidas» y que ahora Gus Van Sant retrata en unos palpitantes episodios escritos por Ryan Murphy para la plataforma HBO Max.

Siendo muy joven, el modista, fallecido en noviembre de 2021 a los 98 años, fue aprendiz del maestro de Guetaria en su «maison» del número diez de la Avenue George V de París y, más tarde, ya instalado en la Gran Manzana, tuvo entre sus clientas a C. Z. Guest, casada con Winston Frederick Churchill Guest, campeón de polo y descendiente de Winston Churchill, o Babe Paley, una de las legendarias hermanas Cushing, icono de estilo y esposa de William S. Paley, artífice de la CBS, a quien le creó una máscara para el icónico baile que Capote celebró en el Hotel Plaza de Nueva York en 1966. El escritor dijo de esta última que solo tenía un defecto: «era perfecta».

Por eso, en la novela cuyo título encuentra su origen en una de las frases de la santa española Teresa de Ávila —«se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por aquellas que permanecen desatendidas»— contaba que su marido le había sido infiel con la mujer del Gobernador. Al igual que el literato, Adolfo también solía almorzar con Babe y C.Z. en La Grenouille, uno de los restaurantes preferidos de estas «ladies who lunch» junto a La Côte Basque o La Caravelle.

De su tía María a su primera clienta, la duquesa de Windsor

La gran responsable de que nuestro protagonista conquistara la cúspide de la moda internacional fue su tía, la cubana María López, una de las mujeres mejor conectadas de la isla, amante de la costura parisina y con la que se fue a vivir tras la repentina desaparición de su madre, la irlandesa Marina Gonzales, fallecida cuando él nació durante el parto, que tuvo lugar en en Cárdenas (Cuba). Poco después, murió su padre, el abogado español Waldo Sardiña, proveniente de una familia de clase media. Una infancia trágica que, en cambio, su tía intentó paliar con la mejor educación en la escuela jesuita de San Ignacio de Loyola de La Habana.

Allí, Adolfo, que abrazó la religión a lo largo de su vida, coincidió con el «couturier» cubano Luis Estévez, posteriormente famoso por vestir a Betty Ford, esposa del presidente Gerald Ford. Él todavía no sabía que, a su vez, se convertiría en el diseñador de cámara de una primera dama estadounidense. Nancy Reagan, mujer de Ronald Reagan, sería la mejor embajadora de su marca y la vestiría en las dos tomas de posesión de su marido, en 1981, de rojo; en 1985, de azul. Todo un hito. «Reagan es la persona más agradable del mundo y la quiero. Hablamos por teléfono de vez en cuando. Siempre está de buen humor».

La millonaria Gloria Vanderbilt. / getty images

María López inoculó a su sobrino por la costura desde pequeño, ya que era habitual que ella se vistiera en Chanel o Balenciaga. De hecho, Adolfo trabajó como ayudante de sombrerería para ambos. La primera le influyó notablemente: emuló en sus colecciones los «tailleurs» de tweed de seda de «mademoiselle», a la que nunca se atrevió a saludar debido al respeto que sentía por ella. La periodista Margaria Fitchner describió la técnica de Adolfo como «Chanel illusion». Con Balenciaga, estuvo unos meses, donde coincidió con Ungaro, también aprendiz del «monje de la alta costura», aunque al español solo lo vio en un par de ocasiones.

Con 17 años, salió de Cuba y jamás pudo volver debido a la posterior revolución de Castro que provocó la huida de las clases adineradas. Su destino fue París y, posteriormente, Nueva York. En la Gran Manzana, primero trabajó como ayudante del sombrerero Bragaard y, más tarde, en los almacenes Bergdorf Goodman, donde, al pedir que incluyeran su nombre en sus tocados, fue despedido y reemplazado por Halston, famoso por el «pillbox» que Jackie Kennedy llevó en la ceremonia de investidura de su marido, John F. Kennedy, en 1961. Encontró rápidamente una nueva oportunidad en Emme. Ganó varios premios.

Cambio de paradigma: vestidos para la élite del mundo

Los diseños de Adolfo destacaban porque estaban hechos con costuras, sin rellenos ni alambres. En 1962, lanzó su propia firma de pamelas y canotiers en un salón ubicado en el 22 East 56th Street de Manhattan gracias a un préstamo que le había hecho su amigo, el modista Bill Blass, de 10.000 dólares que le devolvió en seis meses. Sus creaciones ocuparon las portadas de las principales revistas de moda del momento: Vogue, Harper's Bazaar…

Pero pronto dejó de lado estos complementos para menesteres mayores. «Nunca disfruté haciéndolos», confesó. Curiosamente, Halston siguió sus pasos. «Efectivamente, en la época en la que él comienza a hacer tocados se inicia una revolución social y, por tanto, cambia la forma de vestir.

Se acaban los corsés del New Look de Dior y el glamour de los 40-50 para dar paso a las minifaldas, el pelo suelto o muy corto estilo «twiggy» y los festivales de música al aire libre. Es la época de Elvis y sus caderas, del rock, de liberarse y la desaparición del sombrero forma parte de esa revolución.

Como tantas veces a lo largo de la historia de la moda, el sombrero dice mucho del momento histórico que se vive, incluso cuando desaparece también está indicando algo. Y, por eso ahora, hay cada vez más señales de que «va a volver en serio», cuenta a «Mujer Hoy» Isabel Terroso, propietaria del taller Balel y famosa por la pamela de inspiración asiática que la reina Letizia llevó en la coronación de Carlos III de Inglaterra y que, de paso, la terminó de coronar a ella como uno de los mayores iconos de estilo del mundo.

La millonaria C.Z. Guest. / getty Imges/slim aarons.

Así, al abandonar progresivamente los accesorios, Adolfo empezó a confeccionar para el círculo de la alta sociedad estadounidense. Él no tenía experiencia en costura. Todo lo que sabía era lo que había aprendido con Balenciaga en París, puesto al que llegó gracias a su tía, y a lo que había estudiado junto a la cubana Ana María Borrero, quien fue costurera de Poiret y Patou en los años 20.

Una de las primeras clientas de la nueva etapa de Adolfo fue Wallis Simpson, duquesa de Windsor por su matrimonio con el que fuera rey de Inglaterra, Eduardo VIII, otra de las grandes íntimas de su tía. «Fue de gran ayuda en mi carrera. La había conocido en La Habana y cuando llegué a Nueva York, me preguntó si quería hacerle unos vestidos. Dije que sí, por supuesto. Tuvieron éxito. Luego, me presentó a Babe Paley que se convirtió en una de mis amigas. Paley me presentó a la señora Betsy Bloomingdale, casada con Alfred S. Bloomingdale, nieto del fundador de los grandes almacenes Bloomingdale's, y, en 1966, a Nancy Reagan», comentó a «WWD» en 2014. C.Z. Guest acudió a él cuando su diseñador de cabecera, Mainbocher, se retiró. Y el resto fue historia.

Adolfo pronto encontró en sus clientas a mujeres liberadas y exitosas como Gloria Vanderbilt, a quien siempre consideró una de sus musas. «Le hice ropa que reflejaba sus pinturas y los «collages» que hizo de la reina Isabel I de Inglaterra», dijo. Sus creaciones prendieron de los cuerpos de leyendas como las actrices Jennifer Jones o Claudette Colbert, la socialite Nan Kempner, la filántropa Pat Buckley, Jackie Kennedy, Barbara Hutton o la icónica presentadora Barbara Walters. Muchas de ellas no se perdieron sus desfiles, que solían producirse en el Hotel St.Regis, un emblema de la ciudad. Construido por John Jacob Astor IV —uno de los fallecidos en el hundimiento del Titanic—, contaba con apartamentos donde vivieron desde Babe Paley y su marido, a Marlene Dietrich o Salvador Dalí.

La socialite Babe Paley. / gtres

«Sus primeras colecciones se dan en los sesenta y son piezas que lucen las modelos que, a su vez, desfilan con sus tocados. Es un «totum revolutum»: mezcla el chándal, con abrigos de corte militar o blusas «Gibson Girl», una imagen tardo-romántica de un famosísimo ilustrador norteamericano que era la de una mujer de la «belle epoque». Su gran valedora había sido Gloria Vanderbilt y probablemente en el estilo de ella pegaba más en ese desorden, que era una manera elegante de corregir lo «hippie», que estaba de moda.

Mientras, en esos años, Chanel o Givenchy están obligados a ser modernos porque ya habían sido redondos y elegantes en los años cincuenta. En los setenta, parece arrepentirse de ese montón de cosas y se hace más limpio. Esa época estaba influenciada por la arquitectura. Terminó teniendo mucho éxito y se especializó en la etiqueta de noche», dice el periodista, sociólogo y uno de los críticos de moda más respetados del país en conversación con «Mujer Hoy», sobre Adolfo.

«Se llamó comercialmente así porque s u apellido era bastante terrible para hacer algo en la moda y cabe la posibilidad que se inspirara en otro hombre que había triunfado con un solo nombre, Adrian, en los años treinta. Éste exageraba los hombros para hacer la cintura más discreta, una situación que Adolfo, al vestir a las mujeres del gran poder, tuvo que encontrarse sistemáticamente», finaliza Mansilla.

El amor junto al financiero Edward C. Perry

Muy discreto y contrario a hablar de cotilleos que afectaran a sus clientas, se despidió de la moda en marzo de 1993, con 70 años, para cuidar de su compañero durante los últimos cuarenta años, el financiero Edward C. Perry, a quien conoció de una manera divertida cuando un amigo de él le pidió que almorzaran juntos. Entonces, Alfredo era muy joven y hacía sombreros, profesión que en inglés se dice «milliner» y suena muy parecido a «millionaire» («millonario»). Cuando Edward le preguntó qué hacía, él contestó: «Soy milliner», a lo que Perry repuso. «Oh, yo también». Se pensaba que Adolfo era, sencillamente, rico. Aún así estuvieron juntos durante cuatro décadas. ¿Hay mayor tesoro?

Gloria Vanderbilt y Truman Capote. / getty images

Adolfo fue afortunado en el trabajo y en el amor, hasta que Edward falleció a finales de 1993 a los 88 años debido a un cáncer de garganta. En cambio, la salud acompañó a Adolfo hasta los 98 años. Antes de fallecer en 2021, veía «Downton Abbey» o ponía en práctica su afición preferida, la lectura, en su casa del Upper East Side, una residencia con bustos neoclásicos, muebles de estilo imperio y almohadas de Aubusson.

Si estaba en Londres y se hospedaba en el hotel Ritz, cercano a Picadilly Circus, compraba las últimas novedades en Hatchards, el templo londinense de las letras. Al menos tuvo dos perros carlinos, a los que llamó Victoria, como la legendaria reina inglesa, y Alexander, por los Romanov. A la vista está que era un enamorado de la historia, de la que él mismo terminó formando parte.

En 2014, cuando tenía 91 años, acudió al funeral de su buen amigo, Óscar de la Renta, fallecido a los 82 años. Allí, el cubano de origen español tomó asiento en las últimas filas mientras los flashes iban dirigidos a algunos famosísimos asistentes como Julio Iglesias y Miranda, Valentino o Sarah Jessica Parker. Pensó que aquel había sido un adiós hermoso.

Nada más salir, le rogó a su secretaria y a su abogado que, llegado el momento, se celebrara una misa así en su honor, pero en una pequeña capilla de la iglesia de San Vicente Ferrer, a la que acudía a diario para rezar… y donde buscaba la belleza perdida del nuevo siglo en algunas de las mujeres que, como él, no faltaban cada día a su cita con Dios. No siempre tenía suerte, pero había ocasiones en las que se topaba con una de esos «cisnes» que, para nuestra desgracia, ya están oficialmente extinguidos. Eso debía ser para él lo más cercano a morir en paz.