Han sido solo dos días, pero la cumbre de la OTAN de Madrid ha dado para mucho más que reuniones de trabajo, pactos multilaterales y decisiones al más alto nivel. España celebra que se ha coronado como país moderno, eficiente y a la altura de las circunstancias con la mayor reunión de mandatarios que le ha tocado organizar hasta la fecha.
Sin duda, la campaña de imagen que ha orquestado el gobierno gracias a emplazamientos clave (el Museo del Prado, el Teatro Real, el Museo Reina Sofía) y el programa paralelo para primeras damas y caballeros ha sido un acierto.
Sin embargo, no todo el mundo ha cumplido con las altísimas expectativas que la delegación española había depositado en esta cumbre de la OTAN, cosa que ha dado lugar a anécdotas y cotilleos bien interesantes.
Porque, de alguna manera, muestran cómo los representantes de las potencias globales se permiten libertades que los países modestos. O acaso llegan con la idea preconcebida de que España continúa siendo un país especializado en sol y la fiesta: pura informalidad.
Las apariciones de la familia Biden han sido, a lo largo de toda la cumbre, un motivo de ligero pero constante enojo protocolario. Las ocasiones en los que su comportamiento ha provocado cierta perplejidad han sido múltiples.
Ya en las primeras horas de la visita constatamos cómo una visita oficial había sido transformada en vacaciones familiares: los Biden llegaron acompañados de sus nietas veinteañeras, Maisy y Finnegan.
Las jóvenes, absolutamente sinceras al respecto de la naturaleza de su viaje a España, comparecieron ante la reina con la franqueza de un chándal. Literalmente. Algo impropio que al menos su abuela debió tratar de evitar. La misma Jill Biden cometió otro error de protocolo garrafal: hizo esperar a la reina Letizia frente al Museo Reina Sofía, además de no quitarse las gafas de sol para saludarla. La escena de Letizia parada y a la espera también debió evitarse.
Aunque la calidez y la fluidez fue constante entre los reyes y los Biden, cabe tomar nota de la diferencia de criterio entre la reina Letizia y Jill Biden. Letizia llevó un traje blanco para una de sus citas diurnas, la visita a un centro de refugiados ucranianos. La primera dama estadounidense se lo puso para la cena oficial en el Palacio Real, una invitación que hubiera requerido algo más de esfuerzo indumentario por su parte.
Otro detalle que no ha pasado inadvertido, sobre todo en redes sociales, ha sido la familiaridad con la que el presidente de Estados Unidos Joe Biden trata a sus anfitrionas. No es ya su manera de acercarse al hablar o las constantes bromas muy poco interesantes, sino esas extrañas fotos de él rodeando la cintura de la reina Letizia o de Begoña Gómez. Tanto abrazo de aproximación al estilo año 70 ya no tiene vigencia en estos tiempos.
Por supuesto, ha habido grandes bluffs en cuanto al despliegue de looks inolvidables en esta cumbre de la OTAN. Digamos que las primeras damas no han estado, por lo general, a la altura de la alfombra roja que esperábamos. Algo por una parte comprensible, ya que se ha evitado un tono demasiado celebratorio en estos tiempos de guerra. Y, además, el peso de la imagen lo llevaban la reina Letizia y Begoña Gómez, ambas impecables en todo momento.
Sin embargo, hay que reconocerlo, las apariciones de Brigitte Macron fueron mucho menos espectaculares de lo esperado. Está claro que la primera dama francesa no quiso preparar artillería fuerte para la cumbre madrileña e incluso llegó a repetir dos vestidos prácticamente idénticos, pero en distinto color, para las dos cenas señaladas en el programa. Tampoco entendimos muy bien ciertos looks de día con una manga francesa que subrayan la longitud de sus brazos: no le favorece nada.
Punto y aparte merece Linda Rama, la primera dama de Albania. Quizá confundida por las altas temperaturas de Madrid, Rama acudió pertrechada con unos looks más playeros que urbanos, con unas gorras y gorritos difícilmente explicables en una agenda oficial. El mismo error de interpretación que cometió la primera ministra de Dinamarca, Mette Frederiksen, quien se presentó a la cena del Palacio Real con un vestido dorado al más puro estilo Hollywood y totalmente incomprensible.
Efectivamente: existe quorum en el triunfo absoluto de la reina Letizia como anfitriona e incluso cicerone turística para VIPs internacionales. Domina el máximo nivel protocolario con la misma eficacia que el tú a tú a pie de calle. Ella misma explicó a varios mandatarios, incluido el presidente Pedro Sánchez y su esposa Begoña Gómez, el protocolo del saludo y la foto en el Palacio Real. Y volvió a aclararle su posición de la foto a Gómez en una salida diurna multitudinaria.
Sin embargo, Letizia no sería Letizia si no dejara su habitual mensaje silencioso con el que nos sigue informando de que, aunque acepta ser la primera dama de la sonrisa, su potencial va mucho más allá. No es casualidad que le dedicara una atención extra a Gauthier Destenay, marido del presidente de Luxemburgo, Xavier Bettel. En el mes del Orgullo Gay y ahora que los derechos de la comunidad LGTBI+ parecen amenazados, este plus es más que significativo. Sobre todo después de comprobar que, en la cena del Palacio Real, le sentarían al lado del presidente más homófobo de Europa, Viktor Orban.