Aquella frase que ha envejecido tan mal y que esgrimía que «detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer» podríamos reformularla para el caso concreto que nos ocupa como «al lado de un gran hombre siempre hay una gran mujer». En efecto, el propio Ferran Adrià ha manifestado en diversas entrevistas que no sería quien es sin Isabel Pérez Barceló, con quien contrajo matrimonio en 2002.
La pareja vive a caballo entre Barcelona y cap de Creus, sede de la Bulli Foundation un laboratorio de ideas que nació con la vocación de preservar el espíritu del mítico restaurante El Bulli, unas instalaciones que van a visitar la princesa Leonor y su hermana, con motivo de la entrega de los Premios princesa de Girona.
Adrià y su mujer llevan una vida bastante apartada del foco público, hasta tal punto que en 2016, el propio chef desmintió en El Mundo que se fueran a separar y aseguraba que «estoy muy enamorado de ella». Siete años más tarde, el matrimonio continúa firme y sólido y corrobora las palabras del chef mundialmente conocido.
Isabel Pérez Barcelo, que es vocal de la mencionada fundación, acompaña habitualmente en sus viajes de trabajo a su marido y le hace de intérprete, ya que él solo habla español y catalán. Circunstancia que no le ha impedido ser portada del New York Times (que le dedicó 14 páginas interiores en 2013), desenvolverse como chef universal en cualquier país del mundo y crear un imperio empresarial.
Ferran Adrià ha compartido con su mujer el éxito y el reconocimiento estratosférico, pero también momentos muy duros a nivel personal, como lo fueron la muerte de sus padres, Ginnés Adrià, en abril de 2014, víctima de un cáncer, y su madre, Josefa Acosta, en marzo de 2016. Su hermano y mano derecha, Albert, manifestaba que uno de los momentos que más echaba de menos era irse a tomar un vermú en familia, que para ambos ha sido prioritario.
Adrià y su mujer, Isabel, decidieron no tener hijos, porque la carrera del chef imposibilitaba que así fuera y asumieron que no se podía tener todo, como el chef manifestaba en una entrevista en Vanitatis con motivo de su 60 cumpleaños: «Pensamos en tener hijos, pero tuvimos que decidir. Mi carrera era muy exigente». Y también aseguraba que su mujer «es la persona más importante de mi vida».
Otra noticia muy dura para él fue la desaparición de su gran amigo y socio en El Bulli, Juli Soler, en julio de 2017, víctima de una enfermedad neurodegenerativa que le obligó a dejar la Bulli Foundation en 2012, en la que siguen manteniendo vivas su memoria y su legado su viuda, Marta Sala, y sus dos hijos, Rita y Pancho.
Adrià es un hombre de gustos austeros, no le parece interesar el lujo, no consume alcohol, salvo el cava y el champán ocasionalmente, cuida su alimentación y su forma física y a sus 61 años nunca ha perdido de vista sus orígenes humildes en el barrio obrero de Santa Eulalia en Hospitalet de Llobregat.
No fue a la universidad ni a ninguna escuela de cocina y comenzó su andadura en la hostelería como friegaplatos por un motivo tan trivial como sufragar un viaje a Ibiza. En 1984 empezó a trabajar como pinche de cocina en El Bulli, que acabó comprando en 1990 con Juli Soler.
Su éxito fue fulgurante en un momento en el que la gastronomía española empezaba a despegar internacionalmente y en el que tan solo una docena de nombres eran los elegidos en este particular olimpo de dioses. El propio Adrià comentaba en una entrevista que era amigo de la mayoría de ellos, pero que ahora le resultaría imposible mantener relación con el centenar de nombres propios que han dado el salto cualitativo de estar en la cima. El Bulli, su laboratorio culinario, cerró sus puertas el 30 de julio de 2011.
Se especuló mucho sobre esta decisión, que fue meditada y programada en el tiempo (la decisión la había tomado el 20 de noviembre de 2019) para disfrutar de esa última etapa con el personal y los clientes de tan emblemático establecimiento. Como han demostrado los hechos, que son tozudos, Adrià no estaba arruinado como algunos pensaron, ni mucho menos, y todo obedecía a una necesidad de un cambio vital sobre el que le había alertado su hermano, Albert Adrià.
Hace un par de semanas abrió las puertas El Bulli 1846, el mítico restaurante reconvertido en museo, para que, según ha contado el chef, los que lo conocieron y los que no puedan conocer de primera mano el gran fenómeno que se gestó entre sus fogones. Un ejercicio de memoria histórica que permite a los visitantes recorrer las instalaciones, que se conversan con sus elementos originales, y ver reproducciones de algunos de sus platos más emblemáticos. Tan realistas que parecen reales y, por lo tanto, comestibles.
20 de enero-18 de febrero
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