Los zares Alejandra y Nicolás II, con sus hijos, María, Olga, Tatiana, Anastasia y Alexei. /
Fue una historia de amor digna de una tragedia literaria. Se habían visto, por primera vez, cuando todavía eran adolescentes. Ella, Alejandra de Hesse, tenía 12 años, y él, Nicolás Romanov, 16. Coincidieron durante un viaje de ella a San Petersburgo para asistir a la boda de su hermana mayor. Pero, desde el primer momento, no quisieron pensar en ninguna otra opción que no fuera la de su matrimonio.
El amor y la complicidad que se tuvieron durante toda su vida contrasta con la enorme impopularidad de ella en Rusia y con las tragedias a las que tuvieron que enfrentarse. Fueron los últimos monarcas de la dinastía Romanov y murieron ejecutados el 17 de julio de 1918 en la casa Ipatiev, en Ekaterinburgo, junto a sus cinco hijos y algunos miembros de su séquito.
Alexandra Feodorovna nació como princesa Victoria Alix Helena Louise Beatrice de Hesse, en Darmstadt, Alemania, el 6 de junio de 1872. Era la sexta hija del Gran Duque Luis IV de Hesse y su primera esposa, la princesa Alicia del Reino Unido, segunda hija de la reina Victoria . Alix se convirtió en una de las nietas favoritas de la reina. En familia la llamaban «sunny» (soleada), por su buena disposición, o Alicky, para distinguirla de Alexandra, princesa de Gales, y esposa del futuro Eduardo VII.
Los primeros años de su vida fueron privilegiados, pero tristes. Su hermano mayor, Federico, murió, tras una caída, por culpa de la hemofilia, cuando ella tenía apenas un año. Luego perdió a su madre por culpa de un brote de difteria cuando tenía seis. También murió Marie, la hermana a la que estaba más unida. A los 12 años, ya mostraba un carácter serio y melancólico.
Era extremadamente religiosa y le gustaba ayudar a los demás. Amaba la música y era una gran lectora. Tras la muerte de su madre, pasó la mayor parte de su infancia con sus primos en Inglaterra. La reina Victoria se convirtió en una madre para ella. Su padre murió en 1892, cuando ella tenía 19 años. No pudo hablar de él sin lágrimas en los ojos durante el resto de su vida.
Pero, a pesar de su tristeza, Alix era una de las princesas más bellas de su tiempo, con un abundante pelo pelirrojo, ojos grises y una piel de porcelana. Sin embargo, era tan tímida que no podía soportar que su abuela, la reina Victoria, le pidiera tocar el piano delante de extraños. De adulta, esa timidez continuó. Ella misma reconocía que no estaba hecha para brillar en sociedad y que carecía de la elocuencia y la inteligencia necesarias. Esta sensibilidad le granjeó la antipatía de muchos cortesanos, que veían en ella altivez y desprecio, cuando solo era una máscara para defenderse.
La reina Victoria intentó que su hijo y heredero, Eduardo, le propusiera matrimonio. Sin embargo, Alix rechazó su proposición. Solo le veía como a su primo, no como a su futuro marido. Victoria se sintió decepcionada, pero vio la actitud de Alix como una muestra de su fortaleza de carácter.
La realidad era que Alix había conocido al gran duque Nicolás Romanov, heredero al trono de Rusia , cuando asistió a la boda de su hermana Elizabeth con el gran duque Sergei Alexandrovich. El futuro zar ya escribió entonces en su diario que «estaban enamorados». Empezaron a escribirse. Seis años después, en 1890, Alix viajó a Rusia para visitar a su hermana Elizabeth. Ella y Nicolás se encontraban en reuniones de la corte, paseaban juntos y jugaban al bádminton. Nicolas anotó: «Es mi sueño casarme algún día con Alix».
Grabado de la familia imperial rusa. /
La familia de ella estuvo a favor del matrimonio desde el principio, aunque la reina Victoria se opuso. Temía que Alix no estuviera segura en un país como Rusia, tan inestable. Los padres de Nicolás también se opusieron: no querían que su hijo se casara con una alemana. Pero Nicolás estaba decidido.
En abril de 1894, ambos se encontraron en la boda del hermano de Alix, Ernest, con la princesa Victoria Melita de Sajonia-Coburgo-Gotha, en Coburgo. Al día siguiente, Nicolás propuso matrimonio a Alix y estuvo dos horas convenciéndola de que se convirtiera a la fe ortodoxa, algo que retenía a Alix de aceptar el matrimonio.
Finalmente, aceptó la propuesta de Nicolás. «Ha sido un día maravilloso», escribió el zar en su diario. Por su parte, Alix escribió a su institutriz que era más feliz de lo que podían expresar las palabras. Pero los acontecimientos se precipitaron. El emperador Alejandro III, padre de Nicolás, murió seis meses después, el 1 de noviembre, y Nicolás se convirtió en zar. Al día siguiente, Alejandra fue recibida en la fe ortodoxa. Los rusos conocieron, por primera vez, a su zarina vestida de luto en el cortejo fúnebre de Alejandro III. Muchos vieron en ello un mal presagio.
El 26 de noviembre de 1894, Nicolás y Alejandra contrajeron matrimonio en la iglesia del palacio de Invierno, en San Petersburgo. Alix llevaba la corona Imperial de los Romanov que había pertenecido a Catalina la Grande, un velo de encaje y el manto imperial. Años después recordaría el día de su boda como «otra misa funeral, salvo que iba vestida de blanco».
El zar Nicolás II y su esposa Alejandra, el dia de su boda. /
La coronación tuvo lugar el 14 de mayo de 1896, en la catedral del Kremlin. Un suceso trágico ocurrió ese día alimentando los rumores de una maldición: cientos de personas murieron en una avalancha que se produjo en una fiesta popular. Nicolás y Alejandra quisieron suspender un baile convocado en su honor, en la embajada francesa, pero se insistió en que, si no acudían, los franceses se sentirían ofendidos. Los rusos lo tomaron como una muestra de la falta de corazón del régimen.
Nicolás y Alejandra estaban enamorados, pero eran muy jóvenes. El zar Nicolás II tenía solo 26 años. Ni él ni Alejandra estaban preparados para asumir la responsabilidad del país más grande de Europa, complejo y violento. Alejandra solo tenía 22 años y no sabía cómo manejar los asuntos de Estado. Desconocía las costumbres de una corte que no la recibió con buenos ojos. Los errores de la nueva zarina se multiplicaron.
Alejandra se convirtió pronto en extremadamente impopular. Desde el principio, Alix quiso dejar claro su rango principal. Vestía con pesados brocados y lucía todas las joyas posibles. Pensaba que el pueblo ruso reverenciaba a sus zares por el mero hecho de serlo, como seres divinos, y se negaba a saludar o recibir el apoyo de la gente cuando viajaba.
En la corte se extendían rumores malignos, como que había abortado su segundo embarazo porque era fruto de su relación con un amante. Esto contrastaba con el feliz matrimonio de Alix y Nicolas, que preferían pasar juntos todo el tiempo que podían, lejos de celebraciones y de bailes. La familia imperial sentía que ella les separaba de él.
Entre 1895 y 1901, Nicolás y Alix tuvieron cuatro hijas: Olga, Tatiana, María y Anastasia. La impopularidad de Alix creció por su incapacidad para dar un heredero al reino. Los campesinos pensaban que no era querida por Dios. Finalmente, en 1904, Alejandra dio a luz a un niño, Alexei. Pero el sufrimiento de Alix no terminó, sino todo lo contrario.
Alexei nació con hemofilia y Alix, desesperada, solo empezó a confiar en una especie de visionario, Grigori Rasputin, que acabó detentando una enorme influencia en la política interna, cuando el zar partió al frente tras el estallido de la I Guerra Mundial. Rasputin fue finalmente asesinado en 1916. Pero ya era tarde. El zar tuvo que abdicar en 1917 y la familia imperial fue arrestada.
Durante su separación, en los primeros meses de la guerra, Alix le escribió a Nicolás más de 400 cartas. En ellas le contaba cuánto le deseaba, pero también cómo debía hablar a sus ministros. Su amor se mantuvo incólume a pesar de las dificultades y del rechazo del pueblo ruso a «la alemana». Importantes figuras de la corte le pedían a Nicolás que mantuviera a raya a su esposa, totalmente influenciada por Rasputin, hasta el punto de que nombraba a sus ministros tras consultarle a él. Pero Nicolás nunca pudo oponerse a la mujer que amaba.
Su verdadera tragedia fue, probablemente, la incapacidad de ambos para leer los acontecimientos que ocurrían a su alrededor. Murieron juntos tal y como habían deseado en numerosas ocasiones en sus cartas de amor. Su pasión sobrevivió a la brutalidad de su asesinato y, más de un siglo después, todavía sorprende su amor, aislado de un mundo que no parecían entender.