Prima de Felipe de edimburgo

La vida libertina de la princesa Marina, duquesa de Kent: una boda legendaria, un marido poderoso y una lista interminable de amantes e infidelidades

La duquesa de Kent y princesa de Grecia y Dinamarca, Marina vivió su vida a su manera, sin importarle las habladurías sobre sus romances libertinos (e incluso lésbicos).

La princesa Marina, duqeusa de Kent. / gtres

Elena Castelló
Elena Castelló

Marina, princesa de Grecia y Dinamarca, llegó a Londres, en 1934, para contraer matrimonio con Eduardo, duque de Kent , el cuarto hijo del rey Jorge V y de la reina María de Teck , del que era prima segunda.

Marina descendía del zar Alejandro de Rusia y, como Jorge, del rey Christian IX de Dinamarca. Eduardo es hoy un príncipe olvidado, pero en los años veinte y treinta acaparaba las portadas de los periódicos por su elegancia, su vida agitada – en la que cabían hombres y mujeres y todo tipo de drogas –, por los rumores sobre hijos ilegítimos y finalmente por su trágica muerte en un accidente de avión, en 1942.

Marina era «una criatura encantadora y elegante», según la describía Eduardo y juntos se convirtieron en la pareja de moda imprescindible en la vida social de la aristocracia inglesa. Marina era la menor de las hijas del príncipe Nicolás de Grecia y Dinamarca y de la gran duquesa Elena Vladimirovna.

Sus hermanas eran Olga y Elizabeth. Había nacido en Atenas, en 1906, durante el reinado de su abuelo Jorge I de Grecia. Su abuela era la respetada reina Olga . Era prima también del futuro príncipe Felipe de Edimburgo. Marina creció en el palacio de Tatoi . Tanto ella como sus hermanas recibieron una educación muy devota.

Cómo conoció al duque de Kent

La familia solía viajar al extranjero durante los veranos. Su primera visita a Gran Bretaña fue en 1910, con solo tres años. La reina María de Teck trataba a Marina y sus hermanas como si fueran sus hijas. Pero esta agradable vida familiar acabó cuando la familia real griega tuvo que partir al exilio. Marina tenía 11 años. Sus padres se instalaron en París, y ella pasó largas temporadas con sus familiares de las distintas monarquías europeas.

A pesar de haber coincidido de niños, Marina y Eduardo estrecharon lazos en Londres, en 1932. Su compromiso se anunció en agosto de 1934 y se casaron tres meses después, el 29 de noviembre, en la Abadía de Westminster , ante 2.000 invitados. Eran la pareja ideal: él, guapo, muy elegante, conocido por sus impecables sastres; ella, de piel perfecta, discreta, pero con un gran estilo. Fue una de las bodas del año. Había pasado una década desde la ceremonia del príncipe Alberto y Lady Elizabeth Bowes-Lyon, futuros reyes Jorge VI e Isabel, padres de Isabel II.

La primera boda grabada de la historia

Además, fue la primera boda real que se grabó para que pudieran verla los británicos y otros espectadores de Estados Unidos y Europa. La ceremonia de Westminster fue seguida de otra ortodoxa, más privada, en la capilla de Buckingham Palace. Fue la última boda de un miembro de la familia real con una princesa extranjera. Marina y sus padres llegaron a Dover el 22 de noviembre y viajaron hasta Londres, acompañados por el novio. Fueron recibidos en la Estación Victoria por el príncipe de Gales y el Duque de York, ambos hermanos de Eduardo. Eduardo acababa de ser investido Duque de Kent por su padre.

La novia llevaba un diseño de Edward Molyneux, en seda blanca bordada con brocado de lamé plateado en forma de una rosa inglesa. La revista Vogue la alabó: «Esa perfección tan sencilla muestra su exquisito gusto personal», escribieron. Los reyes Jorge y María regalaron a su nuera un collar de diamantes que llevó el día de la ceremonia. El ayuntamiento de Londres la obsequió, por su parte, con una tiara «fringe» y sus padres con un broche de diamantes. Molyneux se ocupó de todo su «trousseau».

El matrimonio se instaló en Belgrave Square y su palacete se convirtió en el centro de la vida social del momento. Intelectuales, políticos, artistas y figuras de la sociedad acudían a sus cenas. La pareja fue la primera que se consideró un icono de estilo, tal y como lo entendemos hoy. Los sombreros, las joyas, el largo de la falda de Marina eran seguidos y copiados por todas las jóvenes de la alta sociedad. La decoración de la casa, ideada por el propio duque, era alabada por todos los que frecuentaban Belgravia Square.

Marina de Kent sale a una fiesta. / getty images

Eduardo se dedicó a una carrera naval, aunque detestaba navegar. Luego fue trasladado al Foreign Office –el ministerio de Asuntos Exteriores británico. Fue el primer miembro de la familia real inglesa que trabajó como funcionario público.

Marina empezó a ocuparse de numerosos patronazgos. Su relación con la reina María, su suegra, fue muy cercana. Solía pasar el tiempo con ella, cuando su marido se ausentaba por trabajo. Marina y Eduardo tuvieron tres hijos: el príncipe Eduardo, duque de Kent, la princesa Alejandra, lady Ogilvy, y el Príncipe Miguel de Kent. Los tres, primos de la reina Isabel II, desarrollan todavía labores de representación de la familia real.

Pero Eduardo tenía otra vida más allá de la Corona y de la Armada. Le encantaba la velocidad y contaba que Marina era extraordinaria porque nunca se quejaba cuando conducía sus deportivos demasiado rápido. También sentía fascinación por el arte y el teatro. Al igual que su hermano, el príncipe de Gales, futuro Eduardo VIII, el Duque de Kent se convirtió en un árbitro de la elegancia. Sus chaquetas cruzadas se llamaban «las Kent».

Sin embargo, tenía una afición peligrosa por la aventura. Se cuenta que se enganchó a la morfina en la veintena y que tuvo numerosas historias amorosas tanto con hombres como con mujeres. Se rumoreó incluso que tuvo un hijo secreto con la «socialité» canadiense Violet Isobel Christine Evans, y que este niño fue adoptado por el editor Cass Canfield. Se le relacionó con el escritor Noël Coward. Marina permaneció ajena a las habladurías. Era una princesa de sangre real y su dignidad debía permanecer a salvo. Además, adoraba a su marido.

Marina enviudó el 25 de agosto de 1942. Su esposo, el príncipe Eduardo, tuvo un accidente de aviación cerca de Dunbeath, en Escocia, cuando cumplía una misión militar para la Royal Air Force. Las circunstancias de su fallecimiento no fueron aclaradas del todo. De hecho, los informes sobre el accidente siguen siendo material clasificado. Marina continuó con sus actividades caritativas y de representación. En 1960 apareció en la Lista de las Mujeres Mejor Vestidas. Recorrió Grecia, Italia, Australia y Ghana en representación de la Corona. Murió en Kensington Palace el 27 de agosto de 1968, a los 61 años, por un tumor cerebral. Está enterrada en el cementerio real de Frogmore.