Gwyneth Paltrow subió al estrado para defenderse de la acusación de haber provocado un accidente de esquí en un 'resort' de lujo invernal de Utah, un encontronazo que dejó a Terry Sanderson, optometrista de profesión, maltrecho. Sanderson anunció que le pediría a la estrella tres millones de dólares por daños, pero terminó demandándola por 300.000. No contaba, claro, con que Paltrow iba a robar totalmente su show con un desfile de looks impagable y una exhibición de cómo viste hoy el poder brutal. En tiempo real.
Evidentemente, Sanderson minusvaloró trágicamente la inteligencia de Paltrow, una de las mujeres de negocios más poderosas de Hollywood. Si pensó que su escandaloso relato sobre la supuesta mala intención de la actriz monopolizaría titulares, erró. El despliegue de looks que Gwyneth Paltrow paseó por la sala durante los ocho días que duró la vista se convirtió en noticia global y declaración de intenciones viral. Con su ropa, Paltrow ya le decía a Sanderson: «Te perdono».
Las crónicas cuentan que, tras escuchar el veredicto de no culpabilidad, no se movió un solo músculo en la cara Gwyneth Paltrow , que se acercó a un compungido Terry Sanderson para susurrarle al oído: «Te deseo lo mejor». Así de segura estaba la actriz de su inocencia y, sobre todo, de la abrumadora superioridad de su imponente presencia, capaz de reducir a su contrincante prácticamente a la invisibilidad. Su aspecto no era nada inocente. Decía: no tengo poder, soy el poder.
Es mucho lo que se puede decir del espectáculo de moda en el que Gwyneth Paltrow convirtió su polémico juicio, pero podemos empezar por lo que llaman el 'zeitgeist', o sea, el espíritu de los tiempos. Paltrow quiso vestir la nueva declinación del lujo que han consagrado las pasarelas del próximo invierno y que ya había sacado del armario la serie sobre el poder y el dinero más influyente de este siglo: 'Succession' .
Véase detenidamente el armario de Shiv (Sarah Snook), la única hija del magnate Logan Roy (Brian Cox). Lo llaman 'el lujo de acero', un estilo que supone un repliegue radical hacia los tejidos más lujosos, los colores neutrales y el patronaje minimalista que ha protagonizado las últimas colecciones de Hermès, Ferragamo, Prada o Max Mara y que eran santo y seña de Phoebe Philo (que vuelve en septiembre), The Row, Loro Piana o Khaite.
La nueva expresión de poder económico huye de la extravagancia, el color y la ostentación y se quiere discreto. No es solo por no llamar la atención. Es que la ropa, en este nivel económico, ya no se ofrece como suplemento compensatorio. La élite no necesita representar. Su poder financiero se expresa en modo zen.
Con su melena rubia impecablemente peinada (sin rastro de esas voluminosos peinados que tanta inversión requieren a las compradoras aspiracionales), mínimo maquillaje y una abundante exhibición de joyería minimalista de oro, Paltrow apareció cada día en sala portando agua, libreta, bolígrafos y varios modelos de gafas retro.
Ni rastro de los antiguamente preceptivos tacones de gran 'bitch'. La comodidad es un básico tan importante como la calidad de una buena cachemira. Camisa masculina, blazer, vestido de punto, jersey de cuello alto, abrigo recto, pantalones lisos… El lujo de acero no hace ni una concesión al entretenimiento de los demás: el disfrute queda para quien entra en contacto directo con la textura de los tejidos y los acabados de la confección.
En su polémico juicio, Gwyneth Paltrow solo hizo una concesión en su 'statement' de poder inalcanzable: una paleta de colores interesantísima que incluye un abrigo masculino de color verde oliva. Combinó además de diez una chaqueta blazer azul marino, camisa de rayas azul cielo y pantalones de pana marrón.
Cualquiera que frecuente las redes sociales de Gwyneth Paltrow sabe que esta exhibición de poder a través de la ropa está absolutamente calculada. Puede haber tomado buena nota del caso de Amber Heard , quien recurrió al armario masculino para enfrentarse a Johnny Depp , con poca suerte.
Evidentemente, el despliegue de lujo de acero por el que optó Gwyneth Paltrow resulta mucho más seductor y, a la vez, intimidante. No puedes dejar de mirarla, admirarla y temerla, todo a la vez. «No puedo fingir que soy la típica persona que gana 25.000 dólares al año», confesó preclaral, en una entrevista en 2009.
El espectáculo siempre gana, y Gwyneth Paltrow lo sabe muy bien. Ha aprendido a orquestar pequeños minishows (del huevo vaginal a la vela con olor a su propia vagina) para impulsar las ventas de su imperio 'wellness', Goop. Con su inteligente abordaje de estilo, la actriz ha convertido un vulgar juicio en el espectáculo de moda más influyente de lo que llevamos de año. Y, además, mucho más excitante que cualquier alfombra roja o la misma Semana de la Moda de París.
Las marcas llevan tiempo devanándose los sesos para recuperar el esplendor que tuvieron pasarelas y 'red carpets', cada vez menos interesantes, influyentes y significativas. Lo han intentado todo: redoblar la inversión, viajar a parajes exóticos, construir escenografías rimbombantes, fichar modelos inesperadas… Puede que Gwyneth Paltrow, con su juicio viral, haya dado con una tecla que aún no se han atrevido a pulsar: la irrupción del factor realidad.
Cuando la ropa opta por abandonar el territorio de la fascinación y apuesta por vestir el mundo real, lo lógico es que su contextualización también sea realista. ¿Y si ya no nos conmueve la millonésima escenificación de la ficción, sino la cruda realidad? ¿Y si queremos ver, mejor en streaming, cómo las estrellas visten en el territorio de lo real?
Contemplar a una gran estrella como Gwyneth Paltrow en un trance judicial ha suscitado más interés global por las marcas que cualquier alfombra roja. El plus de significado de su ropa no procede de una narrativa incorporada de manera más o menos artificial. Está totalmente integrada en la trama de su vida.
20 de enero-18 de febrero
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