De nuevo de actualidad con la exhumación de José Antonio Primo de Rivera del que fuera Valle de los Caídos y su posterior entierro en el cementerio de San Isidro, hay una figua de su familia que resulta especialmente interesante, pese a que ha caído en el olvido: su hermana pequeña, Pilar Primo de Rivera.
Aunque la familia Primo de Rivera tuvo en sus manos el destino de España y, por ello, figura en los libros de historia, sus descendientes huyen del foco público como de la gripe. Algunos de ellos se cuentan en el círculo de amigos de la Familia Real, caso de Pelayo Primo de Rivera: a su boda con Inés Entrecanales Franco en 2003 asistieron el rey Felipe VI y la infanta Cristina . Fue, además, conde del Castillo de la Mota, un título heredado de su tía abuela Pilar Primo de Rivera y Sáez de Heredia, nuestra protagonista.
Pilar Primo de Rivera (1907-1991) recibió su título directamente de Francisco Franco en 1960, con lo que desde diciembre de 2022 desapareció con la aprobación de la Ley de Memoria Democrática. Lamentablemente, tampoco persiste en el acervo popular la huella de su 'obra', una misión que marcó durante décadas el destino de las mujeres españolas, para las que Pilar llegó a crear una estructura de instrucción y adoctrinamiento en la familia y la religión similar al ejército.
Lo sustancial de la trágica vida de Pilar Primo de Rivera ocurrió en su infancia: perdió a su gemela a los seis años y a su madre a los tres. Su crianza, como la de sus cinco hermanos, quedó al albur de su padre, Miguel, un teniente coronel que terminaría dando un golpe de Estado (en 1923) y haciéndose con el poder (hasta la proclamación de la Segunda República en 1930). Decir que creció en un ambiente rígido es quedarse corta: solo conoció el masculino castrense, profundamente conservador, autoritario y religioso.
Inevitablemente, Pilar tuvo adoración por su padre. También su hermano mayor, José Antonio, quien en 1933 fundó el partido Falange Española. Compartió con ellos un desaforado deseo de actuar en nombre de un patriotismo profundamente ideológico. Otro detalle que permite entender su trágica posición en el conservadurismo del siglo XX: su propio hermano se negó a admitirla en el partido por el hecho de ser mujer. Pilar tuvo que colarse como organizadora de una sección para mujeres llamada Sección Femenina.
La Sección Femenina se fundó en 1934 pero, para julio de 1936, ya tenían 2.500 miembros y subiendo: 60.000 mujeres se afiliaron antes de terminar la guerra. Su figura alcanzó una influencia tal, que la recibieron los inexpugnables dictadores que convirtieron aquellos años en un tiempo de horror: Hitler, Mussolini, Salazar. Cuando Francisco Franco se hizo con el poder, la nombró delegada nacional y la convirtió en la mujer más famosa del régimen.
Pilar Primo de Rivera no se casó ni, por supuesto, tuvo hijos, aunque paradójicamente preconizó que la familia y los niños constituían el único objetivo de la vida de las españolas. En febrero de 1943 llegó a decir: «Las mujeres nunca descubren nada. Les falta el talento creador reservado por Dios para inteligencias varoniles». No debía referirse a ella misma, autora de la organización de masas femeninas más poderosa del siglo XX español.
En las últimas entrevistas que concedió, recogidas en el libro de Antonio-Prometeo MoyaÚltimas conversaciones con Pilar Primo, se perciben perfectamente los malabares mentales que la jefa de la Sección Femenina tenía que hacer para compatibilizar su ideología sumamente conservadora con su vocación de lideresa perfectamente equipada para cambiar el mundo: quiso llevar una vida destinada a los hombres, y lo consiguió negándoselo a las que eran como ella. Con matices.
«La paz fue más difícil que la guerra», recordaba Pilar pocos meses antes de su fallecimiento. «En la paz de Franco, la sinceridad era un suicidio. Nosotras no queríamos inculcar a las mujeres una visión pasiva de la vida y de la feminidad».
Para conseguir formar a millones de mujeres en este espíritu de servicio a sus maridos, la Sección Femenina de Pilar Primo de Rivera controlaba prácticamente todas las asociaciones de mujeres del país y la educación femenina. Formaba a las maestras, editaba libros y organizaba el Servicio Social de la Mujer, una especie de mili de voluntariado en hospitales o comedores infantiles necesaria para acceder al primer empleo, sacarse el carné de conducir o entrar en la universidad.
Podemos concedérselo: la reclusión total de la mujer en la familia que impuso el franquismo encontraba un respiradero en el programa de la Sección Femenina, donde la española era instruida para convertirse en el ángel de su hogar, pero al menos podía hacer deporte. Pilar defendía un hogar donde hubiera «una alegre generosidad de las acciones», lo que incluía la educación universitaria y deportiva para que cada mujer pudiera convertirse en un «verdadero complemento del hombre».
La Sección Femenina fue una especie de sacerdocio para Pilar, dedicada por entero a la memoria de su hermano José Antonio, fallecido en la guerra civil. Eso no quiere decir que sus contemporáneos no encontraran inquietante la existencia de una mujer con tanto poder. Y, encima, soltera. Tuvo novios (dos) y pretendientes, pero los rechazó.
El escritor Ernesto Giménez Caballero llegó a concebir la idea de un matrimonio entre Pilar Primo de Rivera y Adolf Hitler, quien en una visita a Berlín le había regalado rosas y un retrato efusivamente dedicado. El plan llegó a trazarse, pero evidentemente no llegó a dar frutos. Pilar, por otro lado, jamás le dio pábulo.
¿Habría aceptado Pilar la tutela sobre su vida que ella misma promulgó para sus contemporáneas? ¿Se habría casado para servir a España? Nunca lo sabremos, aunque el libro de Moya incluye un diálogo que muestra la dificultad que un exceso de ideología, en general cualquier narrativa-marco tan rígida, añade a la tarea de reflexionar y comprender los propios anhelos y qué los impide. Esto decía Pilar Primo de Rivera en 1990, a los 83 años.
—¿Y ha sido usted feliz sirviendo a España?
—Muchísimo
—¿Entonces dónde ha estado el sacrificio?
—No le comprendo
—Le pregunto que en qué ha consistido su sacrificio si realmente usted ha sido tan feliz. Donde hay sacrificio hay sufrimiento, no felicidad.
—Eso lo dirá usted. La vida de toda mujer es felicidad en el sacrificio. Si contrae matrimonio, vive dedicada al marido, a los hijos, al hogar. Yo me entregué al servicio de España.
—¿Cree usted que se podría llamar simplemente vocación a esa voluntad suya de sacrificio? Si usted no hubiera tenido vocación política, no se habría sacrificado por España y se habría contentado con el puesto de las demás mujeres, es decir, la familia. Solo quiero llegar a lo que usted no quiere decir claramente: que usted no se casó porque no quiso casarse, y punto. Y que no abandonó la Sección Femenina porque eso la hacía más feliz que formar una familia.
—Bueno, yo seguí mi vocación en una España en la que pocas mujeres podían hacerlo, es cierto. Pero que una mujer como yo siguiese soltera… En el caso de los hombres suele pasar inadvertido porque los hombres son hombres y todos tienen sus razones para ser como son, pero en el caso de la mujer siempre tiene consecuencias.
—Ahora es usted la que me lía.
—Verá usted, yo nunca he sido guapa. Ni me he esforzado en fingirlo ni me ha gustado maquillarme ni coquetear con los hombres. No creo que eso sea obligatorio para sentirse mujer.
—Estoy de acuerdo con usted. Pero no cuando dice que nunca ha sido guapa. Hay fotos que lo desmienten.
—No tiene por qué adularme. Tengo 83 años y ni siquiera estamos en el mismo lado del espectro político. Además, es verdad, a partir de los treinta y cinco ya empecé a parecerme a Elsa Lanchester, la actriz que hacía de novia de Frankenstein. Del monstruo de Frankenstein.
—Creo que usted se odia injustificadamente si piensa eso.
—No me lo decían a la cara, pero a mis espaldas murmuraban de todo: que si no me arreglaba, que si no conocía el champú, que si vestía como la hija de un sacristán… Lo cierto es que no percibí nada parecido a un sueldo hasta después de la guerra. Llevé el mismo abrigo durante veinte años.
20 de enero-18 de febrero
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