La Gran Duquesa María Teresa y el Gran Duque Enrique de Luxemburgo. /
El 10 de noviembre de 1980, el príncipe Enrique, heredero del Gran Ducado de Luxemburgo, que tenía entonces 25 años, presentó a su prometida, María Teresa Mestre y Batista , un año menor, a la prensa, en el Castillo de Berg, la residencia de la familia gran ducal. Los novios se habían conocido, cinco años antes, mientras estudiaban Ciencias Políticas, en la Universidad de Ginebra. Enrique le había pedido matrimonio a María Teresa justo el día después de graduarse. Él era el segundo hijo de los Grandes Duques de Luxemburgo y el primero varón, y, por tanto, el futuro Gran Duque.
María Teresa había nacido en Cuba y había abandonado la isla con sus padres, José Antonio Mestre y Álvarez y María Teresa Batista y Falla, pertenecientes a la alta burguesía y descendientes de españoles, en 1959, cuando estalló la revolución castrista. La familia se había instalado en Ginebra y habían adquirido la nacionalidad suiza.
Los entonces grandes duques, Juan y Josefina Carlota, no vieron con buenos ojos que su heredero se casara con una plebeya –la primera consorte no aristocrática del Gran Ducado–, pero acabaron aceptando a la novia, aunque las relaciones entre suegra y nuera siempre fueron difíciles. La novia llevaba un anillo de compromiso de zafiros y diamantes.
Meses antes, María Teresa había sido invitada a la residencia de vacaciones de la familia Gran Ducal, en el sur de Francia, y al castillo familiar de Fischbach para participar en una cacería. Enrique y María Teresa habían sido primero amigos y con el tiempo se habían enamorado. La fecha de la boda se fijó entre dos compromisos oficiales, el sábado 14 de febrero, pero no fue algo buscado, según confesaron más tarde los novios. San Valentín es una fecha que se celebra poco en Luxemburgo. Pero, sin duda, era una boda por amor.
La Gran Duquesa María Teresa durante sus bodas de plata en 2001. /
El día anterior se celebró una cena en el Palacio del Gobierno a la que asistieron ambas familias y todos los invitados de casas reales extranjeras. Las celebraciones fueron bastante íntimas, a pesar de tratarse de la boda de un heredero. Aquel sábado, primero se celebró una boda civil, a las 10 de la mañana, en el salón de baile del Palacio Gran ducal, oficiada por el alcalde, y, después, una ceremonia religiosa en la catedral de Notre Dame de Luxemburgo. La mañana amaneció fría, pero muy luminosa. La novia deslumbró con un diseño de Alta Costura de Balmain, que recordaba bastante al vestido de Cristóbal Balenciaga que había lucido 20 años antes la reina Fabiola de Bélgica en su enlace con Balduino.
Era de manga larga y falda acampanada, y llevaba remates de armiño en los puños, el cuello y la falda e incluía una impresionante cola de dos metros de largo que nacía en los hombros. Estaba confeccionado en seda natural ribeteado de armiño, con gran velo de tul e incrustaciones de encaje de Manila, perteneciente a su familia. María Teresa lució la llamada tiara del Congo Belga, de diamantes, de la firma Van Cleef and Arpels, que pertenecía a su suegra –se la había regalado a Josefina Carlota por su boda el Gobierno de la excolonia–, y que podía convertirse en un collar. Llevaba entre las manos un pequeño ramo de campanillas.
Los Grandes Duques de Luxemburgo, en una imagen reciente. /
El novio llegó a las 11 de la mañana a la catedral, dando el brazo a su madre, la gran duquesa Josefina Carlota. Poco después llegó la novia acompañada de su padre, y fue recibida por el nuncio apostólico de Luxemburgo, asistido por el vicario general y el capellán de la Corte. Tras la misa, los novios salieron al exterior bajo un pasillo de sables, formado por excompañeros militares del novio. Al terminar, las dos familias se reunieron a saludar con los novios en el balcón de Palacio.
Entre los 700 invitados, se encontraban los príncipes Rainiero y Grace de Mónaco, el príncipe Felipe de Edimburgo, los reyes Balduino y Fabiola de Bélgica, la reina Margarita de Dinamarca , el rey Olav de Noruega, los príncipes herederos de Liechtenstein, la princesa Cristina de Suecia, Paola y Alberto de Lieja y María José, la ex reina consorte de Italia. Representando a España acudieron la infanta Margarita y su esposo, Carlos Zurita.
En el Palacio Gran Ducal se celebró el banquete y después los novios se reunieron con representantes del gobierno y de asociaciones civiles del Gran Ducado. Las celebraciones terminaron con un gran castillo de fuegos artificiales, aunque, para entonces, la pareja viajaba rumbo a París para dirigirse luego a Nueva York y Las Bahamas.