Carlos III percibió en alguna ocasión que su madre le desatendía, aunque Isabel II hacía lo mismo que el resto de aristócratas; dedicarle una horita diaria a sus hijos. En ese tiempo la reina tenía que compartir el cuidado de su hijo con sus responsabilidades reales. La abuela de Carlos y la princesa Ana , Isabel Bowes-Lyon; la niñera, Mabel Anderson y la institutriz, Catherine Peebles, moldearon ese niño que se ha convertido en el rey del Reino Unido.
En el libro La reina, Ana Polo recoge estas historias sobre lo complicado que era saciar al pequeño Carlos del Reino Unido. Era muy tímido, con una sensibilidad honda, brotes de melancolía y una inseguridad latente. Necesitaba muchos cuidados, imposibles de cumplir por parte de una reina que lidiaba con las crisis de un país.
De todo su entorno, a quien estaba más unido Carlos era a su abuela Isabel. «Seguramente la mujer más importante de su vida», sostiene Ana Polo sobre la esposa de Jorge VI y soberana desde 1936 hasta 1952.
La reina madre (el nombre que distingue a las exreinas consortes) ayudaba como consejera de Estado y con la supervisión de sus nietos Carlos y Ana cuando aún no habían nacido Andrés y Eduardo. «Lo colmó de abrazos y lo rodeó de personas estimulantes, como escritores y artistas», añade Polo sobre la relación con el príncipe.
La abuela era muy querida por los ciudadanos de su país y vivió mucho tiempo, hasta los 101 años. En Detrás del trono, el historiador Adrian Tinniswood cuenta que tenía una salud infalible a pesar de que el alcohol era un básico en su menú. «Solo ver vino ya me sube el ánimo. Sería una tragedia si no pudiera beber nunca más», le confesó a su marido en 1925, cuando estaba embarazada.
La influencia de la reina madre fue muy fuerte en la vida del actual monarca del Reino Unido. Quería que su nieto se casara con una mujer de la familia Spencer. El motivo era su fuerte amistad con Lady Fermoy, quien era abuela de Diana de Gales. Y después, según explica Tom Quinn en el documental The Queen Mother, no quería que se divorciaran. Su idea era que Camilla Parker-Bowles, Diana y Carlos de Gales llegaran a un acuerdo sin romper el matrimonio.
Isabel II llegó a reconocer que no era una mujer excesivamente maternal, pero se esforzaba. Polo explica que movió la hora de la audiencia semanal con el primer ministro para estar con Carlos y su hermana Ana. «Además, siempre que le era posible, recibía a sus hijos en sus aposentos media hora por las mañanas antes del desayuno y, sobre todo, se aseguró de que estuvieran rodeados de personas que les ofrecieran seguridad y apoyo», relata.
La reina necesitaba más horas al día y más manos en el cuerpo, así que buscó una niñera a finales de los años 50. El día de la elección, solo una mujer se mantuvo imperturbable a la presencia de los reyes, según la revista Time. Ese carácter la diferenció y decidieron contratarla a ella, a Mabel Anderson.
La candidata elegida lo tenía todo. Encajó con los niños y con sus padres, pero además su biografía parecía idónea para el puesto. Era la hija de un héroe de la nación; un agente de policía asesinado durante el Blitz, el bombardeo de Alemania a Reino Unido en la Segunda Guerra Mundial. Además, era soltera a sus 30 años, lo que le daba más tiempo.
Anderson se pasaba las horas en el palacio para cuidar de los niños. Quedaba con la reina por la mañana y por la noche y compartía qué habían hecho Carlos y Ana. De esa intimidad nació una amistad que perduró cuando los niños se hicieron adultos. La reina quiso que ella siguiera en el palacio. Incluso la llamaba a veces para ver la televisión juntas, según el diario británico Daily Mirror. Al final, Anderson acabó por cuidar también a la reina Isabel II.
Además de la abuela y su niñera, fue clave la aportación de la institutriz Catherine Peebles. Una escocesa de pequeña estatura, pero una energía desbordante, como la describe Polo. Conocida como Mispy, pasó a ser la encargada de la educación del heredero antes de que su madre partiera a un viaje por la Commonweath.
A pesar de que no tenía formación académica, Peebles contaba con unas referencias que la avalaban; los hijos pequeños de la duquesa de Kent, la princesa Alejandra y el príncipe Miguel. El secreto de su trabajo eran tres pilares: amor, disciplina y sentido común.
Cuando Mipsy llegó a palacio descubrió de inmediato las rarezas de Carlos. El joven vivía de una manera aislada. Tanto, que sus amigos no los escogía ni él mismo; en su cumpleaños venían los hijos y nietos de aristócratas, y eso se notaba en las formas exageradamente educadas. Parecía un acto oficial televisado, explica Ana Polo en su libro.
Hasta sus ocho años, Carlos III aprendió en casa, y luego fue a colegios de élite. Su institutriz quería que supiera cultura general: desde pintar con acuarelas hasta asignaturas como geografía, francés o historia, la carrera que acabó por estudiar en la Universidad de Cabridge. El príncipe prefería estas actividades a la aritmética desde muy pequeño.
Las actividades más comunes fueron un lujo para Carlos III que le regaló Mipsy. Ella le montó en el metro, le llevó al zoo, y le entregó su lista a Papá Noel (le pidió una bicicleta); su profesora fue su primera ventana al mundo exterior.
20 de enero-18 de febrero
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