Durante décadas la imagen de la princesa Carolina de Mónaco acudiendo sonriente al Baile de la Rosa junto a Karl Lagerfeld marcaba el inicio de la primavera en el principado más glamouroso de Europa.
El evento organizado a mayor gloria de la Fundación Princesa Grace, se convertía temporada tras temporada en la imagen perfecta de la amistad perfecta: la que combinaba al mejor diseñador con la mejor princesa. ¿Pero cómo nació la relación indestructible entre la hermana de Alberto de Mónaco y el káiser del mundo de la moda?
Se conocieron cuando Carolina era apenas una adolescente y acabaron siendo casi vecinos y confidentes cuando Karl Lagerfeld acabó instalado en La Vigie, al resguardo de las miradas ajenas y con licencia para montar las mejores fiestas de la Costa Azul.
El primer encuentro entre estos dos personajes icónicos del siglo XX fue imborrable para ambos. «Tenía 16 años y medio. Fue en una sesión de fotos en el hermoso apartamento art deco de Karl en la plaza Saint-Sulpice de París. Lo recuerdo muy bien», confesó mucho tiempo después la Primera Dama extraoficial de Mónaco en una de las raras entrevistas que concede.
Eran los años parisinos de la vida de Carolina de Mónaco y el diseñador, que entonces trabajaba para la firma Chloé, no dudó en poner a la princesa bajo sus alas mientras le descubría (quizá demasiado bien) lo divertido que podía ser París.
Recalar en la casa del diseñador antes de iniciar una juerga nocturna empezó a convertirse en una tradición para el grupo de amigos que rodeaban a Karl Lagerfeld y en el que fue rápidamente adoptada Carolina. Los testigos de aquella época hablan de que, a pesar de la diferencia de edad. La conexión entre la royal y Lagerfeld fue casi inmediata: compartían inquietudes culturales, el gusto por la belleza y el mismo sentido caústico del humor.
La admiración que sentían el uno por el otro era indestructible pasara lo que pasara entre ellos y el mundo. «La princesa Carolina encarna para mí a la joven moderna, la madre ideal y la princesa que tiene su lugar en la vida de hoy», afirmaba Karl Lagerfeld en los años 90. Para después advertir que Carolina era tan perfecta a sus ojos que aunque se equivocara, él seguiría defendiendo su perfección.
Juntos pasan por momentos cargados de glamour y cariño, como las distintas ediciones del Baile de la Rosa que orquestaron en sintonía o los retratos con tiara, niños y el Mediterráneo al fondo que convirtieron a Carolina en la musa de todos.
Karl Lagerfeld también fue testigo de la crianza de los hijos de Carolina. De hecho la última foto que existe de la princesa antes de dar a luz a Andrea Casiraghi se la hizo Karl sentada en las escaleras de su casa y forma parte del álbum familiar.
Pero también compartieron los momentos más amargos: la muerte de Rainiero y de Stefano Casiraghi, la ruptura con Ernesto de Hannover, el acoso de los paparazzis… Carolina lo tenía claro, salvo la niñera que cuidó de sus hijos, nadie la conocía tanto como Karl Lagerfeld. Su pérdida, tras 45 años de amistad, fue otra de las tragedias de la vida de Carolina de Mónaco.
«Nuestra relación no se podía definir. Para mí Karl era como un miembro de la familia. Me influenció y enriqueció. La lista de todo lo que aportó a mi vida es muy larga», explicó la princesa en la revista Vogue.
Y dio otra pista: eran tan amigos, que él jamás la aconsejó sobre qué ponerse. Seguramente porque Karl Lagerfeld vió desde aquella sesión de fotos en su casa que la princesa adolescente tenía madera para convertirse en una de las mujeres más elegantes del mundo por méritos propios.
20 de enero-18 de febrero
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