La princesa Carolina de Mónaco con algunos de sus ocho nietos /
Cuando Carolina de Mónaco fue madre por primera vez, en 1984, lo dejó claro ante los medios de comunicación; ser madre de su primer hijo, Andrea Casiraghi , se había convertido en el momento más notable de su vida.
«Tener un hijo es una oportunidad de alcanzar la verdadera pureza -dijo Carolina de Mónaco después de su primer parto-. Al dar a luz sientes por primera vez que has hecho algo. Es el único momento en nuestra vida en el que somos puros y desinteresados».
La Carolina de Mónaco que se casó con Stefano Casiraghi tras el fiasco de su primer matrimonio con Philippe Junot tenía muy claro qué deseaba de aquel matrimonio: un verdadero hogar, con hijos y ella en el centro como una madre joven.
Un deseo que consiguió dando a luz a sus tres primeros hijos, pero que fue trastocado por la tragedia de la muerte de su esposo. Lo que entonces no podía imaginar es que la vida le reservaba una segunda oportunidad: Carolina de Mónaco se acabó convirtiendo en mejor abuela que madre.
«Los padres somos el arco, ellos son las flechas, solo hay que intentar apuntar bien», pronunció una vez la princesa Carolina ante la prensa para aclarar a continuación que ella no había errado el tiro: estaba muy orgullosa de los adultos en los que se habían convertido sus hijos. ¿Pero qué visión tienen sus propios hijos de su puntería?
Pues todos pensábamos que le darían la razón a su madre, pero una pequeña alerta saltó recientemente. Carlota Casiraghi concedió una entrevista a la revista Town and country y, al reflexionar sobre su propia maternidad, la hija mayor de Carolina de Mónaco dejaba escapar pequeñas perlas sobre cómo era ser hija de la pluscuamperfecta princesa monegasca.
«Cuando te conviertes en madre, tu madre tiene que aceptar el hecho de que ella no es la única. Y es muy liberador», dijo. Y continuó: «Tengo la impresión de que, incluso cuando tienes tus propios hijos, siempre es difícil tener tu propio espacio». Y acabó con un «trato de no hablar de mi relación con mi madre, y no necesariamente quiero revelar todo lo que sucede entre nosotras, pero siempre es ambivalente».
Todos los medios de comunicación gossip pudieron leer entre líneas que Carolina de Mónaco, en su afán por proteger a sus hijos, se había acabado convirtiendo en una especie de madre helicóptero royal: sobreprotectora y un pelín asfixiante.
Una imagen realista y menos aduladora que la que la propia Carlota Casiraghi había ayudado a construir anteriormente, cuando dio un discurso ante el público hablando entonces de que su madre les cuidó «sin ser intervencionista» y que fueron entregados en su infancia a una «soledad muy beneficiosa» que les hizo construir una «poderosa imaginación».
¿Fue entonces Carolina de Mónaco una madre controladora o una madre ausente? Seguramente ambas cosas a la vez. Sirva en su descargo de su actitud ambivalente el hecho de que la princesa Carolina de Mónaco vivió buena parte de su maternidad sobreviviendo a las horas más bajas de su existencia: intentando superar el duro golpe que supuso la muerte inesperada de su esposo, Stefano Casiraghi, mientras recibía el acoso de la prensa.
Su reacción ante la trágica muerte de Casiraghi fue huir de palacio y criar a sus hijos lejos de todo y de todos, intentado que llevaran una «vida normal» y protegerles de la exposición mediática. Gracias a ello los niños fueron al colegio en vez de educarse en palacio. Incluso pidió a su hermano el príncipe Alberto que los visitara a menudo para que los niños tuvieran un referente masculino.
En aquella época, más que nunca, Carolina se volcó en los niños. «Espero que nadie piense que otros crían a mis hijos. Invierto mucho tiempo con ellos como las otras madres. Cuento los momentos que me alejan de su lado. Les dedico mucha atención. Los beso, los abrazo, los tomo en mis brazos. Carlota, especialmente, necesita contacto con su madre. Es una niña, después de todo. O sobre todo», explicaba la princesa sobre su actitud maternal.
Otro factor a tener en cuenta en la crianza ambivalente que han recibido los Casiraghi es que la hermana mayor de Alberto de Mónaco no tuvo, precisamente, el mejor referente materno posible. De hecho, muchas de sus decisiones como madre parecen una respuesta destinada a no repetir con sus hijos los errores que cometió Grace Kelly con ella.
La primogénita del príncipe Raniero se crió rodeada de cuidadoras y sin un contacto estrecho materno (cosa que Carolina de Mónaco evitó a toda costa al criar a sus propios hijos).
Grace Kelly, el príncipe Rainiero y Carolina de Mónaco junto a su hermano Alberto de niños.
La princesa veía a Grace Kelly en contadas ocasiones porque la ex actriz cumplía a rajatabla con sus múltiples compromisos palaciegos. La propia Carolina confesó en una entrevista que hasta que no cumplió los 14 años no se sentó a comer en la misma mesa que sus padres.
Carolina recuerda con especial dolor cómo Grace Kelly, sin malicia pero de forma firme, despreciaba el gusto de su hija por el colegio y por aprender. «No necesitas estudiar», era la frase de cabecera de la ex actriz para su hija.
Grace Kelly soñaba con casar a su hermosa hija con un príncipe europeo que la catapultara al mundo de las altezas reales mientras la princesa soñaba con completar sus estudios universitarios en París. Un total desencuentro.
Carolina de Mónaco intentó no caer en los errores de su madre en la crianza con sus hijos. Procuró estar presente, a pesar del dolor del luto, pero también darles libertad, quizá demasiada, tanta como para sentir soledad.
Y, por supuesto, siguió con su agenda social y se volvió a casar por fin, con un príncipe, Ernesto de Hannover. Aquella boda pilló a los Casiraghi en plena adolescencia y en distintos internados repartidos por Europa.
Para entonces el lema de Carolina de Mónaco, más que la sobreprotección, era que cada uno asumiera la responsabilidad de su vida: «Siempre les he dicho a mis hijos: 'Puedo mostraros la puerta, enseñaros a hacer llaves, pero sois vosotros solos quienes deben abrirla».
Las claves de su flechazo con el papel de abuela las ofreció la princesa de Mónaco en Point de vue: «Trato de ser una abuela adecuada. Lo maravilloso es que me convertí en abuela mientras aún ejercía de madre, porque Alexandra tenía 13 años cuando nació Sacha [el primer hijo de Andrea Casiraghi]. La transición de una cosa a otra se hizo sin interrupción».
Carolina de Mónaco ejerciendo de abuela junto a Tatiana Santo Domingo
Tiene razón. Con el tiempo la princesa monegasca ha demostrado que la veteranía en la maternidad es un grado y ella ya posee un máster en crianza infantil. Entre sus hijos, los de su hermana la princesa Estefanía y los mellizos de Charlène podemos asegurar que en el palacio de Mónaco ha habido bebés e infantes desde 1984 hasta este momento.
Ahora mismo Carolina de Mónaco disfruta de ocho nietos pequeños que orbitan por turnos a su alrededor (además de lo que esté por llegar cuando se descubra el misterio del embarazo de Schrodinger de Carlota Casiraghi).
Que a Carolina de Mónaco le encantan los niños lo tenemos todos claro. Lo demuestra a menudo en cada foto oficial extraoficial y oficial en la que hay un niño cerca. De hecho, la foto más tierna jamás captada entre Charlène y Carolina es una en la que ambas aparecen haciendo cucamonas a una princesa Gabriella que da sus primeros pasos.
Por cuidar niños Carolina de Mónaco es capaz de viajar hasta la República Democrática del Congo periódicamente para supervisar el funcionamiento de la ONG Amade Mondiale que ha presidido durante años y vela por los derechos de las niñas en el país africano.
Vídeo. Carolna de Mónaco, sus mejores looks
Su pasión por sus nietos parece infinita y, como tiene acceso a los sitios más cool del mundo (incluido un yate), seguramente los niños estén encantados de verla. Como todas las abuelas Carolina parece relajada en su papel de veterana y dispuesta a disfrutar. Y nosotros estamos encantados de verlo.
Otra cosa es que sus hijos disfruten de la injerencia constante de su madre en la educación de sus hijos, pero eso sería un capítulo más de la complicada relación de la princesa de Mónaco con algunos de sus descendientes.