Ser la amante del rey, a efectos literarios, nos dispara la imaginación hacia citas increíbles y veladas de postín. Pero el podcast que comienza el próximo 7 de noviembre, y que tiene como protagonista a Corinna Larsen contando todo lo que aconteció en su relación con el rey Juan Carlos, nos ha devuelto a Tierra.
Sin llegar a los extremos de cutrerío desvelados en la serie de HBO «Salvar al rey», en la que Queca Campillo confesaba haberse encontrado con el monarca en una furgoneta, la relación de Corinna y Juan Carlos de Borbón no promete nada bueno (y no porque sus protagonistas hayan acabado enfrentados en los tribunales británicos).
El podcast de «Corinna y el rey», no cabe duda, es una jugada de marketing maestra para la ex princesa de Sayn-Wittgenstein-Sayn, pues su lanzamiento coincide con una de las vistas londinenses de la demanda que le interpuso Corinna a Juan Carlos I por supuesto acoso.
Para contar su propia visión de lo que pasó entre ella y el monarca la empresaria alemana cuenta con ocho episodios y la guía de dos periodistas candidatos al Pulitzer: Tom Wright y Bradley Hope.
Lo mejor de su relato, en este momento en el que solo se conoce el contenido del primer episodio del podcast, es que por fin se habla de una relación romántica y profunda: en el corazón de Corinna el rey Juan Carlos era su marido.
Lo peor, lo cutre que es todo lo que rodea a esta historia de amor. Nada más alejado del imaginario de lujo y bling bling que todos presuponemos al hecho de convertirse en la amiga especial de un rey que lo que narra Corinna Larsen sobre su relación con el emérito.
Para empezar, porque él está considerado (incluso por él mismo) como uno de los grandes seductores de las monarquías europeas, pero el retrato que proporciona «La casita», el primer episodio del podcast, no nos explica dónde residía ese encanto irresistible de un hombre de 66 años para una mujer que no había cumplido los 40: diez llamadas al día y unos ramos de flores no justifican tanta fascinación.
Y eso que entre Corinna y el rey todo comienza con un toque muy Windsor, en una cena en el coto de caza privado que el duque de Westminster posee en España, una finca llamada La Garganta en la que coinciden por primera vez.
En aquella cena Corinna está cansada y se dirige al rey para pedirle permiso para retirarse antes que él. Un detalle inaudito y de una trascendental relevancia (lo de atreverse a abandonar la sala antes que el jefe de Estado) que al común de los mortales se nos escapa.
Un detalle, además, que nos venden en el podcast como un gran alarde de independencia de Corinna Larsen. La primera, en la frente, y tenemos que comprar que pedirle permiso a un señor (que a priori ni sabe tu nombre) para irte de una habitación es una muestra de independencia y no una de esas cosas incomprensibles que hacen los muy ricos.
Después llega el momento en el que los empleados del rey contactan telefónicamente con Corinna (a la que, por lo visto, el rey ya había «fichado») para pedirle que asesore al monarca sobre su colección de armas. Gratis. GRATIS. Y Corinna dice que sí porque es una empresaria de armas tomar.
Tras decir que sí al asesoramiento gratuito, llegan las diez llamadas del rey a la alemana para hablar de sus cosas y, cuando no la localizaba, los mensajes firmados con el ingenioso seudónimo de señor Sumer (abreviatura de Su Majestad El Rey).
Y aunque su primera «quedada oficial» podría haber sido en el Ritz de Madrid, el rey prefiere llevarla a La Angorrilla, lo opuesto a la idea romántica de nidito de amor de un rey que podamos imaginar.
El ex pabellón de caza de Franco en El Pardo estaba viviendo su decrepitud cuando Corinna Larsen llega allí dispuesta a disfrutar de su relación con el emérito. No sabemos si los millones de euros que invirtió el rey Juan Carlos en aquel lugar se notaron a posteriori, cuando Jaime Parladé tuvo por delante la tarea de actualizarlo, pero lo cierto es que, cuando llegó Corinna, el panorama era desolador.
Piscina plegable de plástico, barbacoa portátil para freír salchichas, sillones y alfombras desfasados, decoración con muebles castellanos que vivieron su mejor momento en los 60... Todos ellos fueron sustituidos por un muro para evitar miradas indiscretas y un sistema de seguridad que permitiera al rey vivir allí en bermudas y sin sobresaltos. Pero ni con eso el lugar era ni medio confortable: « Era un lugar discreto para preservar el anonimato, pero insufrible para vivir», ha declarado Corinna antes incluso de lanzar este podcast.
A lo que tampoco se acostumbró Corinna Larsen fue a la última puntilla cutre de su idilio, que el rey no le diera la exclusividad de su corazón. « Mantenía una relación quíntuple», afirma Corinna en el podcast. ¿Acaso hay algo más cutre que ser una más?