Aniversario
Aniversario
Después de que Felipe y Letizia en España y Federico y Mary en Dinamarca hayan celebrado recientemente sus 20 años de matrimonio, ahora es el turno de otro aniversario nupcial en el universo royal. El príncipe Eduardo y Sophie, duquesa de Edimburgo, festejan hoy sus bodas de plata convertidos en efectivos aliados de Carlos III dentro de su nueva 'monarquía adelgazada'. La renovada popularidad de la pareja se volvía a poner de manifiesto este fin de semana, cuando pusieron su granito de arena en medio de la pompa y majestuosidad del desfile Trooping the Colour.
Una situación que contrasta con la que se vivió hace 25 años cuando el hijo menor de Isabel II se casaba con la entonces conocida aún como Sophie Rhys-Jones en una ceremonia relativamente modesta en la capilla de San Jorge de Windsor. El príncipe había tardado casi seis años en pedirle matrimonio a esta antigua asesora de relaciones públicas, a la que conoció en un partido de tenis en 1993. Cuando por fin se anunció su boda, Eduardo declaró a la prensa: «Es imposible entender por qué he tardado tanto, pero no creo que hubiera estado bien hacerlo antes, y no creo que ella hubiera dicho que sí».
También hizo hincapié en que su boda sería informal y muy lejos del gran acontecimiento que fue por ejemplo el legendario enlace entre su hermano Carlos y Diana de Gales. Para la ocasión, Eduardo encargó a la prestigiosa joyería Garrard, que también diseñó el anillo de compromiso de Lady Di, que creara una pieza que «llamara la atención». El resultado fue un diamante ovalado de dos quilates engastado en oro blanco y flanqueado por dos diamantes más en forma de corazón.
En su gran día, la novia llegó a la capilla de San Jorge con su padre, Christopher Rhys-Jones, en un Rolls-Royce que había sido regalado originalmente a Isabel II con motivo de su Jubileo de Plata en 1978. Sophie derrochó elegancia con un conjunto hecho a medida, compuesto por un abrigo y un vestido de noche diseñados por Samantha Keswick.
La diseñadora británica, que creó el traje en cuatro meses, se aseguró de que las telas del vestido combinaran a la perfección con la piedra de la capilla de San Jorge, e incluso hizo visitas secretas al lugar para coordinar los colores. Sophie lució también un abrigo lila a juego.
Para el día de su boda, la entonces condesa de Wessex completó su look con la tiara Anthemion, su primera pieza de la colección personal de su suegra. Fabricada con diamantes blancos, se cree que se elaboró a partir de un conjunto de joyas desmontables que originalmente formaban parte del Regal Circlet de la reina Victoria, que data de 1853. Complementaba este regio accesorio unas joyas de perlas diseñadas personalmente por su nuevo marido.
A cambio, Sophie había regalado a Eduardo un reloj de bolsillo de oro de 18 quilates, que se fijó a su chaleco. La novia llevó también un ramo de rosas marfil y lirios blancos al hacer su gran entrada, acompañada por la música de la banda de los Royal Marines. Siguiendo una tradición que se remonta a 1923, las alianzas se hicieron con oro galés de la mina Príncipe Eduardo.
A pesar de la modesta lista de 500 invitados, unos 200 millones de telespectadores siguieron el acontecimiento por televisión. Sin embargo, a diferencia de las extravagantes bodas de los hermanos de Eduardo, no hubo ceremonias de Estado ni militares, por expreso desde de la pareja. La ceremonia fue en gran medida una ocasión familiar, con los hermanos del príncipe, Carlos y Andrés, actuando como sus padrinos.
Los novios habían pedido un 'dress code' poco formal, solicitando que sus invitados no llevaran sombrero. Pero algunos miembros de la realeza se saltaron ligeramente estas normas. Las imágenes de la boda nos muestran a la difunta madre del novio con un delicado adorno lila en el pelo, mientras que su hermana, la princesa Ana, optó por un pequeño accesorio verde. Sin embargo, la abuela de Eduardo, la difunta Reina Madre, sí que se puso un sombrero. Aunque en su caso, a los novios no les importaría que lo hiciera, ya que rara vez se la veía en público sin él.
Tras la ceremonia, los recién casados se dirigieron en coche de caballos a la recepción en St George's Hall, en el castillo de Windsor, donde disfrutaron de una cena tipo bufé con sus invitados. La música corrió a cargo de la Joven Orquesta Nacional de Escocia, los London Mozart Players y la banda de los Royal Marines.
La 'pièce de résistance' fue una gran tarta de fondant de tres metros de altura. El postre fue confeccionado por Linda Fripp y requirió de una minuciosa elaboración durante 515 horas. Constaba de siete pisos adornados con frutas y flores glaseadas. La tarta estaba coronada con raquetas de tenis en miniatura, en recuerdo al primer encuentro de la pareja.