La reina Isabel , inhumada en la capilla de San Jorge, en Windsor, el pasado 18 de septiembre, se llevó con ella algunas joyas a las que siempre tuvo un especial afecto por su alto valor simbólico. Su colección personal constaba de unas 300 piezas, entre ellas 14 tiaras, 34 pares de pendientes, 98 broches, 46 collares, 37 brazaletes, cinco colgantes, 15 sortijas y 14 relojes.
Pero había 30 piezas que eran las que solía ponerse siempre. Su estilo era discreto, salvo cuando la ocasión merecía un despliegue especial, en bailes o cenas de Estado. Su joyero se repartirá entre sus hijos, sus nietos, la reina consorte Camilla y Kate, la nueva princesa de Gales. Este reparto ya estaba preparado desde hacía tiempo.
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Parece que Kate Middleton, como princesa de Gales y futura Reina consorte, se llevará una buena parte de las joyas personales de Isabel II, pero será Camilla quien escoja primero, como reina consorte, por el peso de los actos institucionales que formarán su agenda a partir de ahora.
La experta real Ingrid Seward aseguró en el periódico Daily Mail que lo natural era que, además, los parientes de la reina recibieran otras piezas de su colección personal. Parece que este reparto se hizo hace ya tiempo y que Isabel lo dejó todo bien atado.
La pieza de mayor valor sentimental de su joyero, y con la que fue enterrada, fue su alianza de casada, que nunca se quitó de su dedo anular. Estaba confeccionada con una pepita de oro extraída de una mina de Gales. La reina madre también había elegido oro galés para su alianza, forjada en 1923.
Esta tradición continuó en la familia real: la princesa Ana, la princesa Diana, Kate Middleton, hoy princesa de Gales, y Meghan, duquesa de Sussex, también llevaron alianzas confeccionadas con oro galés. Pero la de Isabel II escondía, además, un mensaje: unas palabras que mandó grabar el duque de Edimburgo, meses después de su boda, pero que han quedado en la intimidad y todavía hoy son un misterio, que la reina se ha llevado con ella.
Isabel II poseía espectaculares dormilonas de diamantes, pendientes de zafiros o «chandeliers» de rubís. Pero siempre prefirió el discreto clasicismo de unos pendientes de perlas y diamantes que llevó cada día, desde hacía varias décadas. Eran un recuerdo de su abuela paterna, la reina Mary, que se los había regalado por su boda con Felipe de Edimburgo, en 1947.
La propia reina los había recibido como regalo por su matrimonio con el futuro Jorge V, en 1893. El regalo fue el resultado de un fondo que formaron 650 nobles inglesas para ofrecérselo por su casamiento. Con el dinero que recolectaron, compraron además un collar de perlas y diamantes que se podía transformar en diadema, en la joyería Hunt and Roskell.
Por su parte, una de las aristócratas más conocidas de la época, lady Clinton, organizó una segunda recolecta con las nobles de Devonshire, que escogieron, como complemento con el collar, un par de pendientes compuestos por una perla y un pequeño diamante. Los pendientes eran la segunda pieza más querida de Isabel II y también fue enterrada con ellos.
Pero había una tercera joya, muy especial para Isabel II: su sortija de compromiso, que se había convertido en un barómetro de su humor. Cuando la hacía girar en su dedo era signo de que su majestad estaba irritada. Confeccionada en platino y con un diamante central de tres quilates rodeado de 10 diamantes más pequeños, fue un diseño del propio Duque de Edimburgo, realizado por el joyero Philip Antrobus, con un estilo cásico e intemporal.
Las gemas que la componían provenían de una diadema que perteneció a la princesa Alicia de Grecia, madre de Felipe. Le venía holgada en su dedo anular, por lo que hubo que empequeñecerla, justo antes del anuncio oficial de su compromiso con el Duque, el 10 de julio de 1947. Es un símbolo de amor eterno y se comenta que es posible que lo herede su hija, la princesa Ana.
En cuanto al guardarropa de Isabel II, es probable que la parte más icónica, como sus conjuntos de los Jubileos o los abrigos y sombreros de las bodas reales, se conserven y se exhiban en un museo, como ocurre con el vestuario de Diana Spencer o de la propia reina Victoria, por su importancia histórica.
Esto sucederá, sin duda, con su vestido de novia y con el de la Coronación. Algunos de sus modelos pasarán probablemente a algunas de sus nietas, como en el caso de la princesa Beatriz, cuyo traje de novia era un diseño de noche de Isabel II, que también está expuesto. Muchos de los vestidos de gala pueden reformarse para que los luzcan la actual princesa de Gales, Kate Middleton o incluso Charlotte y Lilibeth en un futuro.