La princesa Irene de Grecia y su hermana Sofía embarcan con destino desconocido en 1961, el mismo año en que la futura reina de España coincidió con Juan Carlos de Borbón en la boda de los duques de Kent. /
Para los que la observamos desde la distancia de las fotografías en los medios de comunicación, Irene de Grecia se ha convertido en parte inseparable de la reina Sofía , casi su sombra. Sabemos, sin embargo, que como tía se hace querer por su discreción, aunque el proverbial sigilo con el que se conduce, y otras particularidades de su carácter, le hicieran merecedora del apodo 'tía Pecu', por peculiar, por excéntrica. Desde luego, su vida no es la de una princesa como las demás.
A diferencia de sus hermanos, Irene nació en Sudáfrica, donde su familia se había refugiado en su huida del nazismo. Ha vivido en Madrid, Atenas, Madrás (India) o Londres, pero solo desde 2018 es legalmente española: juró la Constitución sin que nadie se enterara, por supuesto, gracias a un real decreto. Este reconoció los lazos que la unen a España.
Irene de Grecia vive en Zarzuela al menos desde la muerte de la reina Federica, en 1981. «Vine a Madrid para pasar cinco días y me quedé cinco años. Según pasaba el tiempo entendí que mi lugar estaba al lado de Sofía», le confesó la princesa a Eva Celada, la autora de la biografía 'Irene de Grecia, la princesa rebelde' (Plaza & Janés).
¿Qué vio Irene en Zarzuela para decidirse a abandonar su vida bohemia, dedicada a la música, el trabajo solidario y la meditación y en total libertad de movimientos, para acompañar a su hermana? Difícil decirlo, aunque el rey Juan Carlos ya estaba embarcado en la agitada doble vida sentimental que hoy conocemos tan bien. Que se sepa, mantenía relaciones más o menos estables con Bárbara Rey o la fotógrafa Queca Campillo . Entonces, el monarca aún no había comenzado su relación más asentada, con la mallorquina Marta Gayá.
Una de las cuestiones que más saltan a la vista en la biografía de cualquier princesa es la sentimental, los noviazgos y matrimonios. Es raro, muy raro, el caso de la joven de la alta sociedad europea que decide quedarse solteras . Casi todas responden a la tradición de fundar una familia con alguien que, la mayoría de las veces, aumenta o fortalece la influencia de su apellido.
Cuesta pensar que la reina Federica, tan proactiva a la hora de casar a Sofía, no quisiera lo mismo para Irene, un bellezón típicamente griego. De hecho, se dijo que se empleó a fondo para casarla con Harald de Noruega , pero este prefirió a Sonja Haraldsen. Se rumoreó que Irene aprendió a hablar noruego con fluidez, con vistas a convertirse en reina.
Evidentemente, hubiera sido un triunfo absoluto para Federica traer al mundo a tres monarcas. Quizá su ambición le cortó las alas a su hija pequeña, destinada a vivir amores sin final feliz, no solo por las maniobras desesperadas de su madre. Sea como fuere, antes de que Harald entrara en escena, la princesa se enamoró de su primo Mauricio de Hesse, hijo de Felipe de Hesse-Kassel y la princesa Mafalda de Saboya.
Toda la famlia real griega, Pablo, Federica, Constantino Sofía e Irene, en su palacio en Tatoi (Atenas). /
Fue un amor de juventud: Irene rondaba los 20 años. Y fue, también, su primera gran decepción, pues Mauricio prefirió casarse con la princesa Tatiana de Sayn-Wittgenstein-Berleburg en 1964. Sí llegó algo más lejos con el príncipe Miguel de Orléans, conde de Évreux, hijo del conde de París. Se hubieran casado de no aparecer Béatrice de Orléans, relaciones públicas y consejera de Dior, finalmente condesa.
«No me pregunte por mis relaciones amorosas, implican a terceras personas y no deseo perjudicar a nadie», dijo Irene de Grecia a la escritora Eva Celada. Evidentemente, la princesa no dejó de relacionarse con hombres, aunque se puede decir que renunció al amor, al menos, al amor que hace funcionar los matrimonios.
Las historias amorosas que siguieron a sus dos vanos intentos de casarse estaban, desafortunadamente, abocadas al fracaso. Cualquiera que siguiera los pasos de Gonzalo de Borbón en la noche madrileña se lo habría advertido a la princesa: el aristócrata era demasiado crápula para ella.
«Si sigues adelante con mi cuñada, te expulsaré de España», amenazó el rey Juan Carlos a su primo Gonzalo, según ha relatado la escritora y periodista Pilar Eyre. Él le conocía bastante bien y no quería que su fama de mujeriego acabara haciendo daño a la hermana menor de su mujer.
«Gonzalo, al que tampoco le debería gustar mucho la princesita griega, obedeció sin rechistar», confirmó Eyre. Otro candidato 'sospechoso'm fue Jesús Aguirre, ex jesuita y una persona con una cultura vastísima con la que la princesa Irene compartía gustos e inquietudes.
Irene era una consumada pianista, que llegó a debutar como profesional en el Royal Albert Hall de Londres, en 1969. Jesús Aguirre, además de melómano declarado, era director general de Música y Danza del Ministerio de Cultura. No se podía pedir un encaje mejor. Con una salvedad: se rumoreaba que Aguirre era homosexual en el armario , de ahí que de nuevo el rey Juan Carlos interviniera para cortar la relación.
Irene de Grecia junto a su madre, la reina Federica, en un viaje a Nueva York, en 1964. /
«Oye, tú, deja en paz a mi cuñada, que es una inocente y todo se lo cree... No la enredes, no quiero que vuelvas a llamarla», dijo el monarca al ex jesuita, siempre según el relato de Pilar Eyre. La decepción de Irene fue máxima, aunque ya se había resignado para cuando Aguirre destapó su romance con Cayetana, la duquesa de Alba.
Como compensación a tanto desastre amoroso, Irene de Grecia ha podido vivir el mundo desde un punto de vista absolutamente idealista gracias a la red de protección que la familia Borbón y Grecia tejió a su alrededor. Muy consciente de la pobreza por su experiencia en la India y, a la vez, firme creyente en que la bondad humana puede aplacarla, entregó su pasión al trabajo solidario a través de la ONG Mundo en Armonía.
Bajo su presidencia, Mundo en Armonía ha conseguido actuar en 30 países con proyectos tan locos como el de fletar un avión de Alemania a Bombay con 72 vacas. Su trabajo, reconocido por Naciones Unidas, prueba que se puede tener una vida propia bajo el paraguas de una familia real, pese a que las nuevas generaciones de 'royals secundarios' sostengan lo contrario.
«Mis éxitos se los debo a mi familia, a mis hermanos, pero mis errores son solo míos», confesó a su biógrafa. Admira a su sobrino el rey Felipe: «Tiene un sentido del humor muy refinado. Le gusta dialogar, la discusión intelectual». De su hermana doña Sofía añadió: «Tiene unas cualidades que a mí me encantaría poseer: serenidad, criterio, responsabilidad. Aguanta muchas horas de trabajo, el estrés. No necesita dormir tanto como yo, por ejemplo, es más fuerte. Además sabe siempre qué hay que hacer».
Irene de Grecia, imponente en un evento en los años 60. /
Irene de Grecia comparte con su hermana, la reina Sofía un sincero interés por ovnis y otros fenómenos inexplicables (herencia de su madre, la reina Federica), una atracción irresistible por los mercadillos y el animalismo: ambas son vegetarianas. En todo caso, Irene está más cerca de las dimensiones espirituales de la trascendencia humana: ha estudiado los Vedas (libros sagrados del hinduismo) y el budismo.
Irene de Grecia enfermó de cáncer en 2002, un trance que la familia real llevó con absoluta discreción, como todo lo que tiene que ver con Irene de Grecia. Se recuperó completamente, también gracias a la constante compañía de la reina Sofía, quien no se separó de su lado. Perdió, sin embargo, su larga trenza, una de sus señas de identidad.
Eva Celada, su biógrafa, piensa que Irene de Grecia «siempre ha hecho lo que ha querido». Dicen que, en un evento, una invitada quiso presumir ante la hermana de la reina Sofía de lo cara que era la ropa que llevaba. La princesa le dijo: «Pues yo estos zapatos los he comprado por 20 euros en el mercadillo de Majadahonda . ¡A que son preciosos!»