En Estados Unidos los Windsor abandonan su estatus de familia real todopoderosa y descienden al más mundano podium de las celebrities estilo Hollywood. Y por ese descenso de divinos a humanos Kate Middleton y su marido, el príncipe Guillermo, van a tener que enfrentarse en su viaje a Boston con una polémica que envuelve a la corona británica en el país de las barras y estrellas: la acusación de ser una familia racista.
Meghan Markle aportó su granito de arena en la construcción de esa imagen de los Windsor como racistas con sus declaraciones ante Oprah Winfrey, pero desafortunadamente para los nuevos príncipes de Gales ha sido la propia muerte de Isabel II quien ha hecho recordar a historiadores y sociólogos que el racismo es inherente a la corona británica.
Mientras en Europa los medios se implicaban en seguir un minuto a minuto del larguísimo funeral de Estado que se le dio a la monarca el pasado mes de septiembre, al otro lado del océano varios medios apuntaban a una dirección menos complaciente.
Una que los Windsor jamás han afrontado de forma oficial y que espera latente a Kate y Guillermo en el aeropuerto de Boston en cuanto bajen del avión: la de que sus privilegios se han construido «sobre la sangre de esclavos», como recordaba recientemente un ciudadano británico al rey Carlos III en York mientras le arrojaba huevos.
La muerte de Isabel II provocó en Estados Unidos la revisión de su reinado y en el país del Black Lives Matter la monarca sacó un cero en conducta. Desde que comenzó su reinado en 1952, el reinado más longevo de la historia inglesa se negó a ofrecer reparación o disculpas a países como Barbados o Jamaica que sufrieron el expolio y el tráfico de esclavos que enriqueció a la corona y la nobleza.
Curiosamente la corona que no se disculpó con los esclavos, sí compensó económicamente a sus propietarios. Cuando en 1834 Reino Unido abolió la esclavitud en sus colonias americanas (pero no en las asiáticas) adquirió una deuda con los esclavistas que estuvo pagando hasta 2015. Eso es tres años antes de la boda de Meghan Markle y Enrique de Sussex.
Investigadores del University College London realizaron un listado de hasta 46.000 personas y empresas que recibieron esta compensación por la abolición de la esclavitud y la perdida de su «propiedad humana», una deuda sufragada con los impuestos que pagan todos los británicos.
En 2018, un artículo publicado en The Guardian destacaba cómo Reino Unido había sido el país europeo que manifestó una mayor voluntad de pagar a los dueños de esclavos aunque eso supusiera cargar a sus futuros ciudadanos con tener que asumir esa deuda.
En Estados Unidos, al contrario que en Europa, la población afroamericana no parece estar dispuesta a olvidar que Reino Unido fue el responsable de secuestrar a 3,1 millones de africanos para transportarlos a las colonias británicas situadas en América y el Caribe. Un angustioso viaje al que solo sobrevivieron 2,7 millones de personas.
Tampoco parecen olvidar detalles como que hasta l1960 ninguna persona que no fuera blanca podía trabajar como oficinista en el Palacio de Buckingham ni el trato que se le da la familia real y la prensa británica a Meghan Markle, una mujer biracial. De hecho existe un libro de 266 páginas y escrito por dos sociólogos, uno canadiense y otro nortemericano, analizando su caso y con esclarecedor título de «Revelando el racismo sistémico de Gran Bretaña. El caso de Meghan Markle y la familia real».
Los recientes gestos de la reina consorte Camilla, evitando tocar el brazo de una niña negra en un evento en una guardería, y el rey Carlos III, intentando no estrechar la mano de un ciudadano británico negro mientras se daba un baño de multitudes, no ayudan a corroborrar el firme y poco protocolario «no somos para nada una familia racista» con el que el príncipe Guillermo contestó a su hermano tras la entrevista de Oprah. Ahora que viaja a Boston está a tiempo de demostrar que lo suyo no son solo palabras.
20 de enero-18 de febrero
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