Leonor de Borbón durante la entrega de los Premios Princesa de Asturias 2024. /
Leonor de Borbón no solo es princesa de Asturias , sino también condesa, duquesa y señora. Y, según parece, no para mayor gloria suya, sino nuestra. Toda la vida pensando que estos títulos son privilegios reales, de la realeza, y resulta que lo son de todos los españoles.
Esto nos ha llevado a profundizar, junto al historiador Amadeo-Martín Rey y Cabieses, en la razón de ser de las monarquías parlamentarias, cuyos poderes ya no vienen «gratia Dei», por la gracia de Dios, sino de la Constitución aprobada por mayoría. Muy lejos del «Estado soy yo» de Luis XIV, ejemplo máximo del absolutismo, y de la monarquía autolimitada que consagró la Constitución de Cádiz, la Pepa, que estipulaba todo lo que el rey no podía hacer.
Rey y Cabieses pone los puntos sobre las íes más republicanas, y deja claro que ya no hay soberanos, poder divino, y que el auténtico soberano es el pueblo. En consecuencia, el título de princesa de Asturias , por citar el más relumbrante, es de todos. En palabras de este doctor en Historia, Medicina y Derecho, «los títulos de Leonor de Borbón son patrimonio de la nación, igual que la catedral de Burgos, y pertenecen a los españoles».
Dicho esto, el patrimonio inmaterial es mayor aún, porque la primogénita de los reyes Felipe y Letizia es princesa por partida triple. Aunque nunca la veamos lucir como tal, en todo su esplendor, como sus homólogas Elisabeth de Bélgica o Amalia de Holanda , y sí subida al palo mayor, limpiando la cubierta, aferrando velas o atando cabos en el Juan Sebastián Elcano . Pero todo se andará. Doña Leonor lleva el peso de la historia sobre sus hombros.
Hay que rebobinar para comprender por qué la princesa de Asturias lo es igualmente de Girona y de Viana. Los dos primeros títulos muy conocidos por sus premios y fundaciones, que avivan, sin duda, la llama de sus principados. «España es un conglomerado de esos reinos antiguos que se fueron unificando, de ahí que los títulos que lleva Leonor de Borbón estén relacionados con ellos», empieza contando Amadeo-Martín Rey, que es miembro de la Real Academia de la Historia.
Siguiendo el hilo de su relato, «el principado de Asturias, con origen en 1388, tiene que ver con el antiguo reino de Castilla y el rey Juan I. El de Gerona, de 1351, con el reino de Aragón y Pedro IV. Y el de Viana, de 1423, con Carlos III el Noble y el reino de Navarra, que fue el último reino incorporado a la Corona, ya a principios del siglo XVI, en época de los Reyes Católicos». Todo ello acompaña a Leonor a donde quiera que vaya, con la majestuosidad, pongamos, de un cuadro del francés Louis-Michel van Loo.
En cada país, tal y como nos hace saber Amadeo-Martín Rey, «hay un título propio del heredero, caso del príncipe de Gales en Inglaterra, el de Beira en Portugal o el de Nápoles o del Piamonte, en su momento, en Italia». Pero España es diferente también en esto: «La heredera ostenta hoy los títulos de los reinos que se unificaron en el siglo XV y principios del XVI». Como heredera del reino de España, algún día en el trono, lo es a su vez de los tres reinos que lo precedieron, digámoslo así. Al fin y al cabo, fueron creados por los reyes mencionados para sus sucesores.
Y la cosa nobiliaria no se queda aquí. Porque la princesa Leonor es condesa de Cervera, duquesa de Montblanch y señora de Balaguer, dignidades que le dan un barniz más aristócrata y, si nos ponemos literarios, proustiano. El origen hay que buscarlo en idéntico sitio, pues «todos ellos están ligados a la Corona de Aragón, igual que el principado de Gerona». Unidos a Pedro IV el Ceremonioso, Juan I el Cazador y Alfonso V, y a los años 1353, 1387 y 1418, respectivamente.
Leonor de Borbón y su padre, Felipe VI, en los Premios Princesa de Asturias 2022. /
«Y estos son los títulos que tiene, no tiene más, aparte de ser la hija de los reyes», sentencia el también integrante de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía. Esto quiere decir que no podrá ser princesa de Jaén, como pidió hace años una cofradía, queriendo rehabilitar el título que una vez también fue propiedad de los herederos de la Corona de Castilla. En opinión de este especialista, «este sería solo uno de los muchos títulos históricos. Si entramos a considerar todos los que hubo en los antiguos reinos, tendríamos que darle a la princesa de Asturias ochocientos títulos. Ya está establecido los que tienen que ser y no hay más».
No será princesa de Jaén, queda claro, pero sí es « la única princesa que existe en España». Esto, que nos puede llamar la atención por obvio a priori, tiene su sentido, porque en tiempos hubo príncipes por doquier. No así hoy, cuando «no existe ningún otro título de príncipe o de princesa en nuestro país ni puede existir. Los únicos son los que corresponden a la heredera de la Corona en este momento».
En otros países sí que los hay. Incluso en España los hubo. Amadeo-Martín Rey lo recuerda: «No olvidemos al príncipe de la Paz, Manuel Godoy, que fue el presidente del Consejo en época de Carlos IV. O al príncipe de Vergara, Espartero, que da nombre a una calle de Madrid. Eso ya no es así. En España, el único príncipe que existe, en este caso princesa, es el de Asturias. No hay ni puede haber más».
Volvemos a la lección de historia porque hay que salirse del siglo XXI y del XX, y viajar al pasado. Nos la imparte este experto en nobiliaria: «Hasta el siglo XIX todavía existían príncipes como los que he citado, pero son excepciones. Incluso títulos que los reyes habían otorgado en Nápoles y Sicilia, por ejemplo. No olvidemos que fueron reinos que estuvieron bajo la Corona española durante muchos siglos», nos comenta.
«Cuando esos títulos recaen, por las diversas sucesiones genealógicas, en españoles y estos intentan rehabilitarlos, pasan a ser duques, marqueses o condes, porque aquí no pueden tener denominación de príncipes. Entonces, el príncipe de Santo Buono en Nápoles, por ejemplo, se convierte en el duque de Santo Buono en España». Conclusión, « no hay más princesa (o príncipe) que Leonor, y es importante que se sepa». Tiene el título en exclusiva.
En nuestra mente pequeñoburguesa, acostumbrada más al camino de Méséglise que al aristocrático de Guermantes, por decirlo a la manera del mejor cronista que han tenido los salones, Marcel Proust (En busca del tiempo perdido), asociamos automáticamente el título de príncipe a ser hijo de reyes. Le hemos preguntado a Rey y Cabieses por el particular, y nos topamos con el hecho de que «en España y Portugal, las dos únicas naciones donde sucede, los príncipes reales tienen nombres de infantes, infante de España o infante de Portugal. Excepto el heredero, que es príncipe de Asturias, en nuestro caso, y príncipe de Beira, en el del país vecino».
Por tanto, la península ibérica es el único lugar en Europa donde «el hijo de los reyes se llama infante o infanta. Los hijos de los reyes de Inglaterra o Bélgica son príncipes. Infante en España, por tanto, es exactamente igual a príncipe real de otros países». O sea, nuestras infantas Elena y Cristina , pero el príncipe Harry de Inglaterra, la princesa Magdalena de Suecia o el príncipe Joaquín de Dinamarca , ninguno de los cuales son herederos.
Hablando de estos asuntos es fácil pensar que se ha detenido el reloj de la historia. Porque ¿cómo encaja todo esto de los títulos, los principados, condados, ducados y señoríos en la modernidad? Amadeo-Martín Rey no se lo piensa ni un segundo: «Pues como encaja la catedral de Burgos en la modernidad».
La respuesta es contundente y muy solemne. Le sobran al académico los argumentos: «Los títulos de los reyes, en este caso de la princesa, son un patrimonio histórico e inmaterial de la nación española, igual que la catedral de Burgos es un patrimonio material y pertenece a todos los españoles, no solo a los burgaleses. Es tuyo, mío, de todos. Y lo mismo los títulos de la Corona, que son de todos los españoles, nuestros». Es, sin duda, una manera diferente de verlo. A su juicio, «una manera fundamental de verlo. Desde luego, es la mía y como deberíamos promocionar que se viera».
Leonor de Borbón durante la ceremonia de entrega de los Premios Princesa de Girona 2022. /
La noción de lo útil se adueña de la conversación. Viene a la mente el libro La utilidad de lo inútil, tan del gusto de la reina Letizia , cuyo autor, el profesor Nuccio Ordine, fue precisamente galardonado con el Premio Princesa de Asturias. Rey y Cabieses abunda en este aspecto a propósito de la recurrente pregunta de para qué sirve la monarquía: «Lo primero es que las cosas no se juzgan por su utilidad. O sea, el utilitarismo es un grave error. Para qué sirve una flor o un amanecer bonito. Las cosas se juzgan por la raigambre que tienen en nuestro ser y en nuestra idiosincrasia. En nuestro caso, somos una nación que ha sido monarquía durante la mayor parte de su historia. El título de infante o de príncipe forman parte de ella».
Es verdad que las monarquías tienen mucho de medieval, pero también, puntualiza este historiador, que «las naciones más modernas y avanzadas de Europa son monarquías, porque ya me dirás si Bélgica, Holanda o Suecia son monarquías antiguas, medievales o antediluvianas. Al revés, son países modernos, superavanzados y sofisticados».
Un espíritu que encarna Leonor, moderna y educada para el papel que va a desempeñar: «El estadista italiano Domenico Fisichella habla de educazione al ruolo, y es exactamente eso. Esa educación al ruolo es típica de las monarquías. Desde que nació hasta que asuma la Corona, cuando llegue el momento, la única función de doña Leonor es formarse para ese rol». Por contra, «nadie se educa desde el nacimiento para ser político».
Es lo que la princesa de Asturias está haciendo. Lo estamos viviendo en vivo y en directo. No la hemos visto vestida de princesa, pero sí ejerciendo funciones de guardamarina en el crucero de instrucción. Según este diplomado en Genealogía, Heráldica y Nobiliaria por el Instituto Salazar y Castro (CSIC), «forma parte de una estrategia. Pienso que influye su padre, pero sobre todo su madre. Quieren, y esto ya es una opinión personal, que no viva en un cuento de hadas. Que no piense que esto va a ser el traje largo, la diadema, las joyas y los bailes, sino que su vida estará dedicada al trabajo y la entrega».
A ella le corresponderá el papel moderador y arbitral que le está reservado, el de «suavizar, dar linimento, consensuar y fomentar las relaciones entre las fuerzas políticas y sociales de la nación», además de actuar como embajadora de nuestro país y ser «la representante más fidedigna de lo que es España porque representa su linaje». Porque la monarquía, al decir de Rey y Cabieses, «es un símbolo de permanencia. Las naciones necesitan estar ancladas. Para poder crecer, los árboles necesitan raíces. Una planta sin raíces se muere. Pues una nación sin raíces lo mismo. Y el rey y la princesa son la perpetuidad de esas raíces».