La princesa Margarita, el día de su segunda boda. /
Fue un leve gesto lo que llamó la atención de la prensa, en medio de un grandioso momento histórico, la coronación de Isabel lI, en la Abadía de Westminster, en 1953. La hermana de la Reina, la princesa Margarita , retiró una pelusa de la chaqueta del Capitán Peter Townsend, ayuda personal de la familia real. Una escena insignificante, pero, al tiempo, inequívocamente confiada y tierna, que decía mucho. Y lo que decía era que Margarita y Peter estaban viviendo una relación íntima.
Townsend, ex piloto de combate y héroe de guerra, había servido como escudero del rey Jorge VI entre 1944 hasta su muerte, en 1952, y en el momento de la coronación desempeñaba el mismo papel para la nueva reina. Su relación con la familia real era muy estrecha. En los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, Townsend vivió en Adelaide Cottage, en Windsor Home Park, donde hoy viven los Gales, con su entonces esposa, Lady Rosemary Pawle, y sus dos hijos.
En aquella época, Margarita, Isabel y su madre, la reina Isabel, tomaban el té con regularidad en el jardín de los Townsend. Cuando fue nombrado escudero de Jorge VI, en 1947, Margarita sólo tenía 17 años, pero ya se había fijado en él: «Cuando apareció por primera vez, sentí un absoluto flechazo», confesaría la princesa décadas más tarde. Él era 17 años mayor que ella. Un viaje de tres meses a Sudáfrica de la Familia Real, que comenzó en febrero de 1947, propició que el enamoramiento de Margarita se afianzara.
Parte del papel de Townsend era acompañar a la joven princesa, por lo que pasaban mucho tiempo juntos. «Cabalgamos juntos todas las mañanas en aquellos paisajes maravillosos, con un clima perfecto. Fue entonces cuando realmente me enamoré de él». Townsend también acompañó a Margarita en un viaje a Belfast, meses después, y parece que pidió que su habitación, en el castillo de Hillsborough, donde se hospedaban, se trasladara junto a la de ella.
La relación se consolidó durante 1952, el año en que falleció el Rey y la princesa se sumió en una enorme tristeza. Margarita tenía 22 años y Peter, 39. Townsend se divorció. Margarita y Peter querían casarse, y se prometieron en abril de 1953. Pero en aquella Inglaterra de los años cincuenta, traumatizada por el matrimonio y la abdicación de Eduardo VIII, en 1936, casarse con un divorciado no sólo estaba mal visto, sino que estaba prohibido por la Iglesia de Inglaterra y era inconstitucional.
Además, Margarita aún no tenía 25 años ––sólo 23–, por lo que necesitaba la aprobación de su hermana, la reina, por la Ley de Matrimonios Reales de 1772, que decretaba que ningún descendiente de Jorge III menor de 25 años podía casarse sin el consentimiento del monarca. Pero, como cabeza de la Iglesia de Inglaterra, Isabel no podía aprobar el matrimonio. El seguimiento de la prensa era frenético y las teorías sobre el destino de los amantes desgraciados se multiplicaban. Margarita jugo el papel de una Julieta real. Se decía que, cuando ella cumpliera 25 años, en 1955, anunciarían su boda, aun sin el consentimiento de la reina.
Mientras tanto, Churchill dispuso que Townsend fuera destinado a Bruselas, como agregado aéreo de la embajada británica, durante un año, después de lo cual se pidió a la pareja que esperara un año más al menos hasta que Margarita cumpliera 25 años.
Peter Townsend junto a la princesa Margarita de Inglaterra, en una imagen de 1947. /
Pero la elección de Margarita era muy difícil. En caso de prescindir del visto bueno de su hermana, sólo se podría casar por lo civil y tendría que renunciar a su derecho al Trono y a su asignación real. ¿Debía escoger el amor o el deber?
Durante varios meses, Margarita le dio vueltas al asunto, desesperada, y al cumplir los 25, emitió un comunicado, el 31 de octubre de 1955, en el que proclamaba oficialmente el fin de su compromiso con Townsend. La televisión y la radio interrumpieron sus programas: «Consciente de la enseñanza de la Iglesia de que el matrimonio cristiano es indisoluble y consciente de mi deber para con la Commonwealth, he resuelto poner estas consideraciones por delante de cualquier otra», aseguraba.
Tanto la princesa Margarita como Peter Townsend se casaron con otras personas: él, con la heredera Marie-Luce Jamagne, en 1959, y tuvo dos hijas y un hijo más, y ella, en 1960, con el fotógrafo Antony Armstrong-Jones, un atractivo «enfant terrible» de la aristocracia. En una autobiografía publicada en 1978, Townsend dijo que Margarita habría «perdido» demasiado si se hubiera casado con él. «Ella sólo podría haberse casado conmigo si hubiera estado dispuesta a renunciar a todo: su posición, su prestigio, su asignación», escribió.
«Simplemente, yo no tenía el peso suficiente, para contrarrestar todo lo que ella iba a perder, y yo lo sabía». En uno de los episodios de 'The Crown' , se sugiere que Margarita y Peter se reencontraron años después, en un baile, pero parece que no hay pruebas de ello, aunque una de sus damas de honor, Lady Glenconner, asegura que almorzaron juntos, en 1978, y Margarita le contó que estaba envejecido, pero que sus ojos no habían cambiado. Townsend murió, en 1995, de un cáncer de estómago, en Francia.
La princesa Margarita junto a Antony Armstrong-Jone. /
La relación entre la princesa Margarita y Antony Armstrong-Jones se mantuvo en secreto hasta el anuncio oficial del compromiso, el 27 de febrero de 1960. Antony, que fue nombrado Lord Snowdon el día de su boda, era el primer plebeyo en casarse con la hija de un rey en más de 400 años. La pareja tuvo dos hijos: David Armstrong-Jones –ahora conde de Snowdon– y Lady Sarah Chatto, madre del ponderado Arthur Chatto por sus virales fotos fitness .
Su matrimonio acabó en divorcio en 1978, aunque ya llevaban varios años separados y relacionados con otras personas. Margarita tuvo un amor de varios años con Roddy Llewellyn, un jardinero paisajista 17 años menor que ella. Siempre fue un miembro controvertido de la Familia Real.
Murió en Londres el 9 de febrero de 2002, después de sufrir un ictus, a los 71 años. Quienes la conocieron aseguran que Margarita nunca pudo disipar la profunda tristeza de su primer amor frustrado. La familia real tomó buena nota con los años –sobre todo, después de la muerte de Diana– de que los amores contrariados son más peligrosos que el escándalo que generan inicialmente.