Los escándalos y rumores más dañinos que tuvieron que superar Raphael y Natalia Figueroa para celebrar 50 años de matrimonio

Se conocieron a final de los años 60 en una entrega de premios auspiciada por la locutora de radio y poderosa de la radio Encarna Sánchez. Él era la última sensación de la canción y ella, una nueva estrella del periodismo y la literatura. Raphael ya poseía un carisma considerable, pero ella tenía rancio abolengo. El padre de Natalia Figueroa (su digna heredera es Manuela, su nieta ) era Agustín de Figueroa, marqués de Santo Floro, hijo del conde de Romanones , que había presidido varios Consejos de Ministros en el reinado de Alfonso XIII.

Cuando su adorada hija le comentó que estaba viendo a Raphael y que la cosa iba en serio, no quedó muy convencido. Desde el principio se opuso a la relación. De nada sirvió que el cortejo del cantante de Linares fuera de lo más ortodoxo: un lento camino de cafés, comidas y postales (desde cada parada de sus interminables giras) que se alargó alrededor de tres años.

A lo largo de esos meses, la relación entre Raphael y Natalia Figueroa no solo tuvo que sortear la oposición del padre de ella. Los familiares que más obstinadamente se oponían a la boda fueron la condesa de Yebes y Blanca de Borbón, condesa de Romanones. Natalia tuvo que realizar una labor callada pero constante para poder llegar al día de su boda, un 14 de julio de 1972 en Venecia, con toda la familia sentada en los bancos de la iglesia de San Zacarías.

Sin embargo, en la prensa hubo en aquellos primeros años de matrimonio mucha desconfianza hacia el 'don nadie' hijo de un fontanero que había querido emparentar con la alta aristocracia madrileña. Aunque él ya era un joven triunfador y rico, con varias propiedades y otras productivas inversiones, nadie esperaba que el matrimonio perdurara.

Otra desagradable constante desde el minuto uno de su matrimonio fue la crítica al amaneramiento de Raphael, una afectación que daba forma a su personaje artístico y que se censuró muchísimo en la época, y más allá. Los rumores de su homosexualidad llegaron a tal punto, que el cantante de Linares compuso las canciones Qué sabe nadie o Digan lo que digan para mostrar lo absurdo de tanto rumor.

«A mí esos rumores me han pasado siempre de largo», explicó muchos años después. «Me puede enfadar que me digan que una cosa es verdad cuando sé que no lo es. Como nunca ha sido verdad, me pasa de largo». Y añadió: «Estoy muy a favor de todos los movimientos estos que hay y ellos lo saben muy bien. No soy ambiguo en ese sentido, apoyo esta clase de colectivos, pero no pertenezco a ellos. Lo veo normalísimo, pero a mí me pasa de lado».

De hecho, en 2017, cuando cumplió 50 años de carrera, apareció en la portada de la revista gay Zero de nuevo con el apoyo de Natalia Figueroa, aspirante al título de marquesa de Santo Floro. «Nada en esos rumores sobre mi homosexualidad me puede afectar. Además, cada uno es lo que tenga que ser, y bien hecho está. No hay porqué avergonzarse de nada. Pero vamos, yo no estoy en ese caso», volvió a aclarar.

Una segunda circunstancia dolorosa fue la del alcoholismo y la posterior enfermedad de Raphael. Desde 1985 la salud de Raphael se veía afectada por una hepatitis B que se agravó por el consumo de alcohol hasta derivar en encefalopatía hepática. Aquí, se volvió a demostrar que el matrimonio con Natalia Figueroa era irrompible. «Cuando en 2003 me llamaron para el trasplante de hígado, me encerré en la habitación y me negué a ir al hospital», recordó Raphael en una entrevista. «Gracias a las palabras de mi mujer conseguí salir.

Pero aquí me ves. Mi recuperación ha sido fantástica, el trasplante ha sido una inyección de vida, de ilusiones, de trabajo...», confesó. Sin embargo, antes de eso no se cuidaba como debía. El cantante confirmó que abría el minibar de la habitación del hotel y llegaba a consumirlo por completo. «Lo hacía inconscientemente, porque beber me producía sueño y podía dormir. Beber fue el desencadenante, lo que detonó la bomba de relojería que llevaba dentro».