nueva era

Courrèges, el regreso

Las estrellas se rinden ante Nicolas di Felice y su cazadora scuba biker.

Nicolas Di Felice ha entendido mejor que nadie 'la trampa' de Courrèges y ha reactualizado los códigos de la firma hasta convertirse en el favorito de estrellas de la talla de Rosalía, Dua Lipa, Bad Gyal o las hermanas Hadid.

Elena de los Ríos

A cualquiera le temblarían las agujas si tuviera que coser las hechuras del futuro. Esa fue la genialidad de André Courrèges (1923-2016), el hombre que quiso llevar su moda al espacio y terminó creando la estética futurista más característica del siglo XX. Y ese es el legado que dejó a los creativos que han tratado de continuar con su visionaria marca desde 2011, cuando fue vendida a dos ejecutivos de Young&Rubicam.

De todos los diseñadores que lo han intentado, solo el último, el belga Nicolas Di Felice, ha sabido comprender la trampa (el malentendido) que la futurología tiende al que se atreve con ella. Cuanto más se alejan en el espacio-tiempo las ficciones (las textiles incluidas), más furiosamente nos arrojan a los anhelos del presente.

Lo que hoy denominamos retrofuturo marca Courrèges no fue sino el retrato fiel de una generación rupturista, la del 68, deseosa de escapar de la rigidez del New Look de Dior para moverse libremente por su propio tiempo, uno en el que la carrera espacial culminó con el primer paseo por la Luna. Con aquellos mimbres, el minimalismo, el blanco y el negro o las formas geométricas, De Felice ha retratado la captura existencial de una generación que se debate entre la luz (tenue, porque sale de sus smartphones) y la oscuridad de sus circunstancias.

Nicolás di Felipe, director creativo de Courrèges, en el desfile de la colección primavera-verano 2023 de la firma.

Experimentan, en mayor o menor medida, la ansiedad, representada en ese espejo redondo que muchas de sus modelos llevaron en el pecho en el desfile de su última colección de invierno: gracias a un inquietante efecto óptico, daba la sensación de que llevaban un agujero en el pecho. También se liberan, con una intensidad indisimulada, en un club, en una pista, en una rave. Toda su colección de verano está hecha para bailar.

El Courrèges de hoy «smells like teen spirit» como aquel Dior de la era Hedi Slimane. Con una diferencia: si entonces la excitante energía juvenil vestía a compradores de moda maduros y pudientes, hoy son esos mismos jóvenes que inspiran las prendas los que se las ponen, gracias a una política de precios que también es «sign of the times», por seguir citando genios.

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Catherine Deneuve, con abrigo de Courrèges, en el aeropuerto de Londres en 1965.

En la era Di Felice, la mítica cazadora de vinilo que recorre todo el archivo de Courrèges ha bajado de 1.000 a 750 euros. Ninguna locura para una generación que no se corta a la hora de comprar a plazos o en la revalorizada segunda mano. De hecho, aunque la marca vasco-francesa vistió a todas las 'celebs' interesantes de su época (Brigitte Bardot, Catherine Deneuve, la duquesa de Windsor o Jackeline Onassis), lo sustancial fue cómo sus minivestidos blancos, sus altísimas botas planas, los pantalones pirata o las icónicas minifaldas fueron inmediatamente adoptadas por el 'street style' de la época, aunque fuera gracias a copias de modista.

A André Courrèges le hubiera encantado ver en qué ha convertido Di Felice su interés por innovar en materiales, una constante de la moda de los 60 que hoy resulta clave en cualquier colección. Si Paco Rabanne convirtió en señal de identidad el metal, Courrèges hizo lo propio con los derivados del plástico, ejemplo de la irrupción de lo popular y democrático en espacios tan elitistas como la alta costura.

La icónica cazadora de Courrèges en la versión de di Felice en el desfile PV23 de la firma.

Yolanda Zobel, la diseñadora alemana que precedió al belga, ya erradicó en 2018 el uso de PVC y vinilo, hoy desterrados del repertorio sostenible. Di Felice, absolutamente liberado del cliché plástico de Courrèges, experimenta con pieles elásticas, látex, lanas frescas, neopreno, silicona y un vinilo ecológico y más barato que le permite citar literalmente los clásicos de la marca. Lo hace en la copiadísima cazadora boxy, en las minifaldas y en las icónicas botas altísimas que sí rompen con uno de los mandamientos del diseñador francés: llevan tacón.

Además de talento para plasmar en ropa el 'angst' juvenil, algo más reúne a Courrèges y Di Felice que explica el final feliz de la resurrección de la marca. El mismo diseñador belga concedió las pistas que conducen a este sintomático link cuando desveló que su colección favorita del francés, la que más le inspiró, fue la que Andre presentó inmediatamente después de dejar el taller de Balenciaga, donde estuvo 11 años.

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Rosalía, con cazadora de Courrèges.

Cristóbal Balenciaga y André Courrèges compartían el coleccionismo de objetos religiosos del siglo XVII y la obsesión por el corte preciso y perfecto, detalle que hizo ascender al aprendiz hasta primer ayudante y, finalmente, responsable de la clientela joven de la marca en España. Cuando el deseo de diseñar para sí mismo fue irreprimible, fue Cristobal Balenciaga quien le prestó dinero para confeccionar su colección de debut, cosa que hizo en 1972 y sin respetar el intocable silencio que solemnizaba los shows de la época.

Courrèges se presentó al mundo en una chatarrería, mientras sonaban las canciones de Françoise Hardy a todo volumen. Nicolas Di Felice también está obsesionado con la música, en concreto con la electrónica oscura que suena en los clubs de Bruselas (nació en Charleroi, una población industrial a pocos kilómetros). Sus experiencia como 'club kid' y DJ informa, sin duda, la ductilidad de sus diseños y su precisión a la hora de subrayar, un concepto perteneciente a un universo distinto al del vestir. Pero, además, también él salió a la pasarela de Courrèges directamente de los talleres de Balenciaga: estuvo desde 2008 bajo la batuta de Nicolas Ghesquière, su primer maestro fuera de La Cambre, la prestigiosa escuela de moda belga. Con él llegó a Louis Vuitton, para pasar luego a Dior gracias a Raf Simons.

Dua Lipa, Bad Gyal y Bella Hadid, con cazadoras de Courrèges.

El truco de sastrería que Di Felice se sacó de la manga en su primera colección es, sin embargo, cien por cien Balenciaga: dos aberturas laterales para sacar los brazos, mientras las enormes mangas de las chaquetas 'oversized' flotan decorativamente sobre los flancos. El círculo de su influencia se cierra, de hecho, en lo financiero, pues desde septiembre de 2018 Courrèges forma parte del 'dream team' de François Pinault en Kering, junto a Gucci, Yves Saint Laurent, Bottega Veneta y, efectivamente, Balenciaga. El éxito comercial de Courrèges no puede llegar en mejor momento, pues Gucci está en plena transición después de años de hegemonía y Balenciaga trata de superar su particular travesía del desierto, tras un escándalo de marketing que pudo hacer historia por lo letal.

Aunque Courrèges suele explicarse como la obra de un solo hombre, en realidad André fundó la marca junto a su esposa, Cocqueline Barrière, a la que conoció en sus años en Balenciaga. En el 61 lanzaron la marca, en el 66 se casaron y en el 70 tuvieron a su única hija Marie. Ella fue la mujer independiente, libre y ajena a convencionalismos que inspiró la popularización de los pantalones como look formal femenino, el total look blanco o las botas planas. También fue la responsable de los diseños de coches eléctricos que le valieron un premio en 2006, en el Salón de la Invención de Ginebra. Cocqueline y André trabajaron mano a mano hasta 1994, cuando este decidió retirarse para dedicarse a la pintura. Ya estaba enfermo de Parkinson. Cocqueline diseñó cinco años más para la alta costura de París, hasta que en 2002 decidió cerrar las puertas del taller.

Courrèges con su esposa, Cocqueline, y su hija.

Courrèges definió el armario de los Swinging Sixties tanto como vistió a la vanguardia creativa de la época: Andy Warhol adoraba su ropa. «Todo el mundo debería ir vestido de Courrèges, con esas pintas, de color plata», dictaminó. «La plata pega con todo. Debería llevarse de día y con mucho maquillaje». La influencia de Courrèges se dejó notar de Soho a los salones privados más importantes de Nueva York, Londres y París, donde hasta Wallis Simpson pasó por el aro de pagar los diseños de André antes de llevárselos a casa: era famosa por llevarse las prendas de las casas de moda más lujosas sin extender el preceptivo cheque.

Ingeniero de formación y piloto militar en la Segunda Guerra Mundial, André Courrèges detestaba los sujetadores, los corsés y, ya lo hemos dicho, los tacones. «La gente ya no camina por la vida», decía. «Ahora bailan, conducen, toman un avión. La ropa también debe moverse». Comparaba su taller a un laboratorio y admiraba el Constructivismo ruso y la belleza funcional de las arquitecturas de Le Corbusier.

Sus diseños llevaron a la alta costura de París lo más cerca que ha estado nunca de lo urbano: fue mucho más que una bocanada de aire fresco en un negocio que se tomaba (y se toma) demasiado en serio a sí mismo. Coco Chanel le criticó por diseñar ropa para niñas, no para mujeres, aludiendo a la escurrida androginia de sus modelos. Roland Barthes señaló algo muy divertido sobre esta rivalidad: que para que funcionara la marca de distinción en la que Chanel hacía desaparecer las siluetas de la alta sociedad, necesitaba la alocada exhibición de cuerpos amistosamente jóvenes de Courrèges. Para el maestro de la semiótica, la poesía no se hallaba ni en Chanel ni Courrèges, sino en una hipotética conjunción de ambos que nos interrogara con « el profundo espectáculo de su ambigüedad».

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