Joyas
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«El arte siempre está presente en nuestras colecciones», asevera convencida Patricia Reznak, arquitecta de profesión al frente del diseño de la joyería Grassy y nieta de su fundador. « El collar Rembrandt, inspirado en los retratos femeninos del maestro, o las joyas de azabache ideadas para la exposición sobre Balenciaga del Museo Thyssen son algunos buenos ejemplos», explica la directora creativa.
Este año, la firma celebra 70 años de su creación yde la apertura de su emblemática tienda en el número 1 de la Gran Vía madrileña. Y lo hace con un homenaje al arte y la artesanía más puros. Por un lado, con una colaboración con dos manufacturas relojeras que recuerdan los inicios de Alexandre Grassy, quien creó la Unión Relojera Suiza en los años 20 del siglo pasado, con sede en Gran Vía, 29.
La primera manufactura es la de Moritz Grossmann, «una marca de alta relojería que trabaja de forma completamente manual. Son auténticos joyeros». La segunda, Nomos, «representa el primer precio de la alta relojería, como si de un prêt-à-porter de la manufactura relojera se tratara».
Además de una de las tiendas de lujo más exclusivas y emblemáticas de nuestro país, Grassy esconde tras sus puertas una de las joyas secretas de Madrid: su imponente Museo del Reloj Antiguo. La espectacular colección reunida por Alejandro Grassy puede presumir de estar compuesta exclusivamente por relojes que funcionan (o pueden funcionar) y que consiguió, en gran medida, gracias a uno de los coleccionistas privados más importantes del mundo, Francisco Pérez de Olaguer-Feliú.
El Museo del Reloj Antiguo de Grassy abrió sus puertas en la mítica sede madrileña en 1953 y en su catálogo encontramos imponentes piezas de origen inglés y francés, mayoritariamente. Este viaje a través de la historia de la relojería mecánica nos lleva desde los primeros ejemplares con mecanismos de hierro del siglo XVI, hasta los relojes estilo Imperio decimonónicos, cuando a mediados de siglo comenzaron a producirse de manera industrial.
Grassy es sinónimo de lujo, de exclusividad, de elegancia y sofisticación. Pero Grassy también es sinónimo de Madrid. La historia de la ciudad en casi su último siglo va ligada, de alguna manera, a la de la joyería que aterrizó en la capital casi por casualidad a finales de los años 20 y que, 70 años después, sigue siendo un icono vivo de la Gran Vía madrileña.
Además este año, por su 70º aniversario, la firma tendrá una campaña diseñada por el artista Óscar Mariné, «madrileño que creció en la Gran Vía y a quien siempre le fascinaron nuestros escaparates», dice Reznak. En la calle madrileña, queda Grassy para rato.