El escritor Leon Tolstoi lo definía como «el deseo de tener deseos». ¿Qué ocurre cuando estamos aburridos? ¿Dónde queda nuestro empuje? ¿Dónde la capacidad de investigar y disfrutar? El aburrimiento ha existido siempre, pero es hoy cuando más se investiga sobre él. La pandemia tiene mucho que ver. Quedarse encerrado en casa, obligado a ver el mundo a través de los móviles y la televisión, fue el punto de partida de un estado del que nos han enseñado a huir. Hemos crecido en la idea de demostrar que somos útiles todo el tiempo y que el aburrimiento no nos ataca.
Necesitamos producir experiencias y compartirlas. La filósofa Josefa Ros Velasco lo define en La enfermedad del aburrimiento (Alianza Editorial): «Nos aburrimos si tenemos que estar sin hacer nada por obligación, cuando lo que nos gustaría es hacer algo. Y también cuando tenemos que hacer algo por obligación, cuando nos gustaría hacer otra cosa o no hacer nada». Somos criaturas que viven en una sociedad rica que lo ofrece todo: cuando nos quitan lo primero –la libertad de elegir– o no conseguimos lo que ofrece lo segundo, es como si nos estallaran los plomos.
El neurocientífico James Danckert, autor junto al psicoanalista John Eastwood de Out of my skull: The Psychology of Boredom [Fuera de mi cráneo: la psicología del aburrimiento, no editado en España], define el aburrimiento como un estado tiene que ver con el síndrome de «lo tengo-en-la-punta-de-la-lengua», una sensación de que nos falta algo, aunque no sabemos decir qué es. «Es el incómodo sentimiento de querer relacionarse con el mundo, pero no conseguirlo, lo que produce agitación e inquietud», explica Danckert.
Para ser creativos se necesita práctica y entrenamiento y eso no lo proporciona el aburrimiento –asegura el neurocientífico–. Al contrario, cuanto más creativo, más posibilidades tiene el individuo de eliminar el aburrimiento». Y esto es así porque nos empuja a explorar lo que nos rodea para encontrar nuevas y mejores maneras de vinculación. «Por eso el aburrimiento no es bueno ni malo; lo que importa es que hacemos en respuesta a él», sentencia Danckert.
También está ligado con la capacidad de no hacer nada. Pilar Jericó, empresaria, escritora y referente internacional en Liderazgo, Mentalidad para el Cambio y NoMiedo, cree que «estar aburrido es una oportunidad de conexión con uno mismo. Supone parar y reflexionar. Pero no sabemos gestionarlo». ¿Por qué tiene mala fama entonces? «Tenemos que tener en la agenda un hueco para aburrirnos. Lo contrario nos impide reflexionar», señala. Además, no es igual en todas las personas. Una de las peores actitudes es no enfrentarse a él e instalarse en la queja. «Así es difícil sacarle partido», asegura.
Josefa Ros considera que el tedio se conoce poco y hay confusión sobre lo que significa. Para ella, es una experiencia dolorosa y proviene de un desajuste entre nuestra necesidad de estimulación cognitiva y lo mucho o poco estimulante que percibimos el entorno. «Cuando las cosas dejan de representar un reto o novedad, no generan el estimulo necesario para mantener los niveles de excitación cognitiva altos como para que algo nos atraiga y nos mantenga enganchados. Por eso cumple una función en la lucha por la supervivencia. Nos señala que algo en relación con el entorno falla. Tenemos la necesidad de huir de ese dolor que nos insta a producir novedades, nos mantiene en movimiento, engrasa los mecanismos adaptativos, evita el exceso de quietud y, gracias a eso, avanzamos».
Hay quienes se aburren en todas las circunstancias?, «Sí, y son conscientes de ello, pero no son capaces de darle esquinazo, por algún trastorno psicológico, incluso se cree que puede ser neurológico», explica Ros. Las investigaciones científicas tratan de discernir si existe un desequilibrio fisiológico en quien se aburre constantemente.
La propensión al tedio tiene también relación con la curiosidad. Si a una persona no se la ha estimulado, o la han estimulado siempre con lo mismo, como a los niños con las pantallas, no tendrá suficiente curiosidad y su abanico de posibilidades para reducir el aburrimiento se estrecha. «No estoy de acuerdo con dejar a los niños aburrirse –dice Ros–. Es condenarlos a un estado de dolor, cuando lo que piden es que le abras una puerta a algo nuevo».