libros para el otoño
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Dejó su trabajo en un prestigioso bufete internacional como abogada laboralista cuando nació su hijo, hace una década. Dos años después, María Oruña (Vigo, 1976) publicaba su primera novela Puerto escondido (Ediciones Destino) y, desde entonces, no ha cesado la pasión que despiertan sus tramas minuciosas y adictivas, en las que la investigación va revelando el lado oculto de una realidad que, al comienzo, se muestra amable.
El 13 de septiembre publicará la sexta entrega de Los libros de Puerto escondido, las investigaciones protagonizadas por la detective de la Policía Judicial Valentina Redondo, que han conquistado a más de un millón de lectores en 10 idiomas.
Cada relato es una nueva sorpresa para ellos, porque Oruña ensaya un nuevo tipo de narración: desde la novela gótica a la trama de habitación cerrada, al más puro estilo de Agatha Christie. En Los inocentes, la detective debe resolver un crimen múltiple. La historia se sitúa de nuevo en Cantabria, esta vez en el balneario de Puente Viesgo.
MUJERHOY. ¿Por qué una abogada laboralista decide dejar su trabajo para dedicarse a la escritura?
MARÍA ORUÑA. Nunca soñé con ser escritora, siempre pensé que eso era para gente muy lista y formada, todo lo que yo no era. Quería ser periodista de guerra, pero acabe estudiando Derecho y ejercía en un bufete internacional. Cuando fui madre, empecé a trabajar desde casa y pensé en escribir algo que me gustara de verdad. Me puse a investigar un crimen que había sucedido en Ubiarco, en 1953, en mi tiempo libre. Y escribí Puerto escondido con mi bebé en el regazo.
Fue como esa llama que tienes dentro, un fuego que tiene que salir. Contacté con la Guardia Civil, con forenses... Envié el manuscrito a agencias literarias y estuve más de medio año recibiendo noes cada semana, hasta que encontré a una agente. En una semana, tenía ofertas de varias editoriales importantes.
¿Ha encontrado una definición para sus novelas?
Nunca he sido consciente de escribir novela negra. Para mí es un híbrido, con algo de historia, algo de narrativa, un poco de poesía, un poco de intimismo... No sabría describirlo mejor. Hoy digo que escribo misterio, no novela negra.
¿Tuvo claro desde el principio cómo quería que fuera su protagonista, Valentina Redondo?
Sí, era un personaje que me interesaba mucho, por la dualidad que implica. Tiene un ojo de cada color para mostrar sus dos caras: muy estricta, perfeccionista y perseverante en su faceta profesional, en contraste con su vida personal, en la que a veces es bastante insegura. Me gusta que no sea perfecta, mostrarla con sus debilidades y sus fortalezas.
¿Se le pasó por la cabeza que este personaje tendría vida más allá de una novela?
Tenía claro, de una manera no racional, que el segundo libro contaría con los mismos personajes, pero también que repetir el mismo patrón era un engaño para mí y para los lectores. Lo importante es que el lector no se sienta nunca defraudado y que la novela esté trabajada a conciencia.
En cada novela hace un trabajo muy minucioso de investigación. ¿Cómo es ese proceso?
Cuando empiezas a hacer preguntas para iniciar la investigación de una historia, sale otra. Consigo libros, hablo con la Guardia Civil, compro normativas, las estudio... Una vez que he empezado a construir los personajes y tengo la sensación de que lo tengo todo, hago una escaleta, que es lo más difícil, porque es como crear el universo de la nada.
Me fascina la idea de poder gestionar la curiosidad del lector desde el primer capítulo, sin que se sienta defraudado. Los datos científicos y los históricos siempre tienen que ser ciertos. Todas mis novelas empiezan con cosas aparentemente imposibles; ése es el reto.
¿Qué buscaba con esta entrega?
Con Los inocentes, sabía que quería contar una historia en Puente Viesgo, con mucha acción y un crimen masivo, algo que nunca había tocado antes, y que la investigadora tuviera que colaborar con otros cuerpos policiales. Cada libro debe tener su universo. Cuando vea que he tocado todos los palos, terminaré la serie.
Ahora he cerrado un ciclo, seis novelas, cada una con un género detectivesco y temáticas distintas, para las que me he documentado con historiadores, arqueólogos, investigadores paranormales... Y, sí, puede haber más misterios con Valentina Redondo. Pero las series no pueden ser eternas. Y necesito hacer cosas distintas.
En esta novela, el personaje del villano aparece en mitad del relato y le da voz en primera persona, algo poco habitual.
Me pareció interesante crear la idea del doble criminal: por un lado, el ejecutor y, por otro, el cerebro. Yo quería entender quiénes son los inocentes y quiénes son los criminales. Esa reflexión sobre quién es realmente quién, me parece muy interesante. El mal existe, pero hay que considerar cuáles son las circunstancias de cada uno. Me gusta que mis libros planteen preguntas.
Hay una cierta empatía con el sicario, pero también una investigación sobre las distintas caras que tiene el mal.
Sí, he tratado de ponerme en su pellejo, desde su punto de vista: él siempre exculpa lo que hace. La maldad es muy difícil de identificar. El mal se presenta en personas muy amables, que incluso hacen acciones generosas. A veces no es tan fácil distinguir entre las buenas y las malas personas. La cara del mal, a veces, viene en rostros muy bellos.
¿Quiénes son los inocentes?
Como dice Agatha Christie en una cita que menciono, «los inocentes son los que nunca tienen coartada». Incluso los criminales creen que son inocentes, tienen un porqué. Pero ni siquiera nosotros somos inocentes, podemos pecar por inacción u omisión, por no observar a nuestro alrededor.
¿Ha entendido qué es lo que nos atrae tanto de los crímenes?
Hay modas. Pero el modelo de novela negra ya no es estático y acoge más géneros o subgéneros. Puede tener humor o romanticismo. Le ofrece al lector un equilibrio entre el bien y el mal. Y casi siempre el malo tiene su castigo, y esto nos da una satisfacción, porque gana el bien.