BARCELONA ICÓNICA

Teresa Helbig, la diseñadora que quiere vestir a las líderes del futuro: «El verdadero éxito de una colección es que no quede nada para mí, que se lo lleven todo»

En sus inicios, llevó sus colecciones a la calle haciendo ella misma de modelo. Tres décadas más tarde y con un Premio Nacional de Diseño de Moda en sus manos, conserva la misma audacia y aquel espíritu aventurero. También ha sumado un propósito: que sus prendas sigan pasando de abuelas a nietas.

Chaqueta y falda de Teresa Helbig; zapatos de charol de la colección de Teresa Helbig con Flor de Asoka.. / Fotografía: Sergi PONS / Estilismo: Miriam ARRUGA

Manu Piñon
Manu Piñon

Acertar siempre es prácticamente imposible, pero convertir un error en un enorme acierto es algo que está al alcance de muy pocas. Cuando Teresa Helbig (Barcelona, 1963) realizó su primera colección, calculó mal e hizo el doble de looks de los que necesitaba. «Acababa de empezar y ya veía que estaba en la ruina más absoluta», recuerda la diseñadora tres décadas después desde su estudio. Ubicado en el barrio de L'Eixample, en el mismo edificio modernista de 1905, está el showroom de la firma y, algunos pisos más arriba, su propia vivienda. Una frase escrita en la pared no deja lugar a dudas: «Una mujer Helbig nunca pasa desapercibida».

La solución a aquella crisis de sobrestockaje la encontró en este mismo barrio que la inspira a diario. « Cada día salía a la calle vestida de gala varias veces, cambiando de look varias veces, para comprar el pan, pasear al perro o lo que fuera. La idea era que la gente se fijara en las prendas, me preguntarán por ellas y entonces ya les contaba que lo había diseñado yo», relata entre risas, sorprendida por su audacia e inconsciencia juvenil.

Mujerhoy. ¿Es correcto decir entonces que las calles de L'Eixample fueron su primera pasarela?

Teresa Helbig. ¡Totalmente! Y yo la primera modelo, porque tampoco tenía dinero para que nadie desfilase. Cuando alguien se interesaba por un diseño, me la subía a casa, que era enana, con mi hijo Pol, que era un bebé, para enseñarles el resto de la colección o que se probaran ese look que me habían visto puesto. Sólo tenía un espejo en el baño y ni siquiera era de cuerpo entero. Para que las clientas se vieran la parte de abajo, se tenían que subir a la bañera. [Risas] La agenda de visitas era un papel con un imán en la nevera, imagínate cómo fueron aquellos principios.

¿ Conserva alguna clienta de las que conoció por la calle?

Sí, unas cuantas. Pienso en concreto en Nuria, una mujer a la que yo seguía para que me viera. Me parecía absolutamente ideal y acabé un día siguiéndola siete calles hasta que llegó a una tienda de zapatos de Robert Clergerie y descubrí que trabajaba allí. Entré y fui directamente a por ella. «Necesito decirte que me encanta tu estilo y me gustaría enseñarte mi colección», le dije. Y a día de hoy seguimos siendo amigas.

Pero pienso también en Joanne, que no se pierde una colección y que vuelve temporada tras temporada, dos veces al año. Se acaba de comprar el abrigo de pelo, que no se lo va a poder poner hasta diciembre, pero se la ve entusiasmada con él, apreciando cada detalle de la confección, cada parte del proceso. Si algún día se hace un museo con mis diseños, habría que contar con ella seguramente. [Risas]

En la Casa Batlló, la diseñadora lleva chaqueta en rombos de charol y piel y camisa de gasa, ambas de Teresa Helbig. En la mano derecha, anillo doble y anillo con tachuelas, ambos de Teresa Helbig editados por Obsessive Collectors. En la mano izquierda, anillos de Pomellato y anillo Pantera de Cartier. Fotografía: Sergi PONS / Estilismo: Miriam ARRUGA.

Habla de algunas clientas como parte de su familia, de su casa. ¿Se ha producido un relevo generacional entre ellas?

Sí, pero no sólo de madres a hijas, sino de abuelas a nietas. Hay chicas jóvenes que están deseando heredar prendas que compraron en su día sus madres. Hace poco se me acercó una chica en Madrid para enseñarme una foto de un traje que había pertenecido a su abuela. Es una sensación muy chula.

También conecta con una idea de sostenibilidad muy integrada, que en su caso siempre ha estado ahí sin recurrir a discursos o tendencias del sector.

Yo soy de los 80 y eso me ha marcado, porque entonces ahorrabas mucho para comprarte el Alaïa o el Mugler que querías que fuera esa prenda que te iba a acompañar toda la vida. Entonces no necesitábamos tanta ropa, querías cosas que perdurasen, que te hacía ilusión llevar y que no te preocupaba repetir.

¿Cómo es su armario hoy?

Tampoco es tan amplio, no creas... A ver, tengo ropa de sobra, a quién quiero engañar. [Risas] Prendas de mis colecciones cada vez menos, prefiero ser la última en elegir, que se lo quede una clienta. El verdadero éxito es que no quede nada de una colección para mí, que se lo lleven todo.

Junto a Josep Font, que lo obtuvo en 2014, es la diseñadora más vinculada a Barcelona que ha recibido el Premio Nacional de Diseño de Moda. Cuando se lo concedieron el año pasado, ¿sintió que también se estaba reconociendo a la ciudad?

Podría ser, sí. Lo que tengo claro es que para nosotros fue como una palmada en la espalda, cuando te animan para que sigas y de algún modo te confirman que lo estás haciendo bien. Creo que también conllevaba un reconocimiento a esa mirada un poco de nicho que hay en Barcelona, dirigida a una gente que tiene en común más que una forma de consumir moda, yo creo que sobre todo comparte una forma de disfrutar de la vida.

¿Y cómo cree que ha influido Barcelona en su trabajo?

No me he parado a pensarlo, pero seguramente se haya traducido en una actitud más relajada, en cierta intimidad y cercanía. No hemos tenido de repente una explosión de popularidad, sino que hemos evolucionado como algo urbano, integrando desde el modernismo a las vanguardias con absoluta naturalidad. Sin perder nunca esa sensación de que teníamos algo especial, único y pequeñito entre manos, que empezó espontáneamente de la nada y que ha ido haciendo su propio camino.

Miles de personas de todas las nacionalidades llegan a Barcelona fascinados por su estética, pero también por un aura de modernidad complicada de definir. ¿Qué percibe usted cuando sale fuera con sus diseños?

Les mola mucho, eso lo tengo claro, y aprecian lo que tenemos que ofrecer. Lo noto especialmente cuando voy a Nueva York o Los Ángeles, porque hay otros países en los que no cuadra. Y en Londres también gusta mucho. Lo que pasa con los norteamericanos es que valoran un montón la artesanía, son capaces de cogerse un vuelo para venir al taller y ver el proceso de cerca. No dudan en permitirse ese lujazo, igual que si tienen que reservar una habitación de hotel para probarse un traje.

Con una carrera más que contrastada, ¿hay algo en el horizonte que le ilusione alcanzar?

El espíritu aventurero no lo pierdo, da igual el tiempo que pase. Además de crecer internacionalmente, quiero que se produzca un paso generacional, seducir a gente joven que se cruce con el proyecto. Hay gente en el equipo que ha nacido en este siglo, que trae una forma nueva de pensar. Mi pareja [Chema Paré] y yo somos macro modernos, súper digitales, y hemos conseguido que en el estudio ya no haya ni un solo papel. Nuestras técnicas son totalmente artesanas, pegadas a la tradición, pero por ejemplo las etiquetas son un código QR que te informa sobre el proceso completo de esa prenda que tienes en las manos.

Hablábamos de futuro y gente joven; ¿cómo se le ocurrió crear Petite Helbig, su línea de moda para niñas?

Surgió durante la pandemia como una forma de mantenernos activos y, a la vez, tener un proyecto que nos ilusionase en un momento tan complicado. Era algo que tenía desde hace mucho en la cabeza por mi hija, Zinash, que tiene ahora 11 años pero que siendo muy pequeña ya decía que iba a ser la presidenta del Gobierno algún día. Te diré que se va ahora dos semanas a Washington y ella se ha encargado de pedir otra semana más por su cuenta, porque ya es súper independiente. Quería hacer prendas para niñas como ella, que no ven barreras de ningún tipo, para las que están llamadas a ser las líderes del futuro. Me parecía interesante plantear que una prenda que les pudiesen regalar las empoderase y, a la vez, pudiera heredarla otra a medida que van creciendo.