Carmen Dominguín formaba parte de una popular estirpe de toreros y se casó con el diestro más venerado de su época, Antonio Ordóñez. / GTRES

MADRE DE LA DIVINA

Todo lo que sabemos de Carmen Dominguín y por qué se culpaba de la mala vida de su hija, Carmina Ordóñez

Fue la figura más misteriosa del clan Ordóñez, en un tiempo en el que las mujeres debían caminar dos pasos por detrás de los hombres. Hablamos de Carmen Dominguín, la madre de Carmina Ordóñez.

Quienes alababan la belleza de Carmen Ordóñez, apodada 'la Divina' precisamente por su cara de diosa, piropeaban a través de ella a su madre, Carmen Dominguín. Carmina se parecía más a ella que a su padre y, de hecho, el torero siempre decía que su hija mayor era la guapa mientras que Belén, la pequeña, la que era su vivo retrato, era «atractiva».

Antonio y Carmen, bellos, ricos, enamorados, tuvieron dos hijas destinadas a brillar en la alta sociedad. Qué dolor debió ser para ellos el destino que les aguardaba. Carmen y Belén, hermanas que se querían y se odiaban, vivieron extrañas vidas paralelas relatadas por la crónica social de la época.

En julio de 2004, poco después de la muerte de Carmina, la periodista María Eugenia Yagüe escribió en 'Crónica': «Las hermanas Ordóñez siempre han tenido una atracción fatal por la autodestrucción. Era su destino». Ese negro destino no pudo tener su origen en el legado de su madre, Carmen González Lucas, Carmen Dominguín desde que asumiera el apellido artístico de sus tres hermanos, Domingo, Pepe y Luis Miguel, todos toreros.

Carmen Dominguín jamás se apartó de la vida que se le suponía a las mujeres ricas de la alta sociedad de la época, bellas, elegantes y ángeles en sus hogares. Sus padres fueron Gracia Lucas Lorente, una gitana almeriense que vivió en una cueva antes de hacerse pelotari, y el torero Domingo González, apodado Dominguín. Se enamoraron en el Frontón de Madrid, donde ella había acudido a jugar. Él tenía los ojos azules.

El torero, su mujer Carmen y sus hijas Belén y Carmen, en 1963. / gtres

Domingo Dominguín tuvo más éxito como apoderado que como diestro. Llevó a su hijo Luis Miguel, guapísimo como su madre, a la cima de la popularidad con maniobras de marketing novedosas y arriesgadas: a los 20 años le enfrentó con el mismísimo Manolete. Una de las oportunas decisiones de Domingo Dominguín fue apoderar a Antonio Ordóñez, un talento carismático y aguerrido para completar los carteles que deseaba para su hijo Luis Miguel.

Ordóñez, proveniente de su propia saga de toreros, se vistió de luces a los 16 años y se anunció como Niño de la Palma IV. En su primer año de novillero toreó 65 novilladas y llamó la atención del negocio. En su alternativa, en 1951, ya estaba ligado a los Dominguín. De hecho, le conocían desde niño, pues el apoderado era amigo de su padre, el torero El Niño de la Palma. Dos años después se casó con Carmen, la hija de su manager taurino.

La boda de Carmen y Antonio salió en las revistas

La boda entre Antonio y Carmen se celebró en la finca Villa Paz, en Cuenca, que había pertenecido a la hija de Isabel II de Borbón. Asistieron más de mil invitados, relataron las revistas de la época. Entre ellos estaba el general García-Valiño, héroe en la Guerra Civil, prueba de la buena relación del matrimonio con Franco. Como contrapartida, el torero se relacionaba con héroes de la disidencia cultural como Orson Welles, enterrado en la finca familiar en Ronda.

La pareja Ordóñez Dominguín salía en las revistas, pero en realidad poco se sabía de Carmen, siempre en ese segundo plano silencioso al que se relegaba a las esposas de la alta sociedad española. Los que la conocieron y llegaron a hablar con los periodistas dijeron que su bondad era proverbial. En realidad, le llovían las virtudes: generosa, alegre, educada, cortés al máximo, con mucho sentido del humor y muy enamorada de su marido.

Carmen debió de tener su carácter, aunque no lo mostrara. De hecho, sabemos que fue ella la que rompió el contrato de su marido con su padre, para acabar con el enfrentamiento en las plazas entre Antonio Ordóñez y Luis Miguel Dominguín, su hermano. Fue otra 'genial idea' de su padre que terminó en las páginas de la revista 'Life' y en un libro, 'El verano peligroso', por cortesía de Ernest Hemingway.

El título no era ninguna exageración. La rivalidad que el apoderado Dominguín promovió entre ambos toreros fue tal, que no era raro que hubiera cogidas en sus corridas. Las de Antonio, las peores. Ante el ultimátum de Carmen, temerosa de quedarse sin su marido, Ordóñez cambió de apoderado. Es el único detalle que ha trascendido de la influencia de Carmen Dominguín en Antonio. Eso no significa que no fuera clave.

La familia Ordóñez al completo, fotografiada en su casa de Madrid, en 1971. / luis alonso (archivo abc)

Sea como fuere, ni el temperamento de Antonio Ordoñez ni la inteligencia amable de Carmen Dominguín pudieron sujetar los deseos de libertad de Carmuca (así llamaban a Carmina en casa) y Belén. Se casaron con sendos toreros, pero pronto volaron solas hacia la libertad, las fiestas y las portadas. Precisamente por su bondad y sus sólidos principios, se preocupaba por el futuro de sus hijas. «Creo que he sido muy blanda con ellas», contó a sus amigas. «No sé cómo les irá».

Carmen se culpaba de la deriva de Carmina y Belén, un tormento que llegó a la crónica social de la época. En 1982, cuando 'la Divina' y su hermana tenían 27 y 26 años, su madre falleció debido a un cáncer. El golpe fue tremendo. En el velatorio, y según una crónica de María Eugenia Yagüe, un amigo íntimo del matrimonio Ordóñez pronosticó:

«A partir de ahora, esto va a ser un desastre, esta familia se va al garete». Efectivamente, las dos siguientes décadas estuvieron llenas de altibajos que no apuntaban nada bueno. En 2002 falleció la otra figura materna de Carmen y Belén: Elena Linaza, su tata de toda la vida y paño de lágrimas de las Ordóñez Dominguín. En 2004 murió Carmina y ocho años después, su hermana.