El diseñador Karl Lagerfeld, el empresario Bernard Arnault y su mujer, Hélène Mercier-Arnault. /
Hay páginas y páginas llenas de palabras que describen y escudriñan a Bernard Arnault, el hombre más rico del planeta. En las fotografías que acompañan a los textos se ve casi siempre a un señor de 73 años con un elegantísimo traje y, a su vera, una mujer casi desconocida. ¿Cómo es posible que se conozca tan poco de su esposa, Hélène Mercier-Arnault?
Nacida en Canadá hace 62 años, la esposa del cofundador, presidente y director ejecutivo de LVMH se ha esmerado en dos cuestiones: lograr sus objetivos y hacer poco ruido mediático. Parece un empeño contradictorio, si se considera que se dedica precisamente a eso; a hacer sonar con maestría un instrumento. Es una aclamada pianista.
Hélène, que decidió conservar su apellido y añadirle el de su pareja, encierra innumerables contradicciones. Está vinculada a las élites del arte, lo que no le exime de ser fan de series americanas como la conocida Gossip Girl. Le interesa poco la fastuosidad, pero la hemos visto disfrutando de la compañía de Karl Lagerfeld , Kim Kardashian o paseando por Sevilla para asistir al desfile de Dior.
En ese evento, de la mano de Bernard Arnault, se acercó más que nunca a la cultura española. Descubrió las casetas que simulaban la Feria y coincidió con la familia real española: Victoria Federica de Marichalar y su padre, Jaime de Marichalar. También con personajes como Eugenia Martínez de Irujo y su hija, Tana Rivera.
El francés Bernard Arnault ha superado al sudafricano Elon Musk (que acaba de comprar Twitter) gracias a liderar el mayor grupo de artículos de lujo. Al propietario de Louis Vuitton se le atribuyen unos 175.000 millones de euros, una fortuna que se ha labrado desde sus 22 años, cuando se adentró en el negocio de su familia.
Las innumerables horas de trabajo las compaginó con encontrar el amor. En 1973 se casó con su primera mujer, Anne Dewavrin, la madre de sus hijos Delphine y Antoine. Con ellos se mudó de Francia a Estados Unidos en 1981 (y tres años después volvió a su país natal).
No obstante, cuanto más éxito cosechaba, peor le iba en lo personal. Finalmente, en 1990 se anunció su separación. El luto por su ruptura duró poco más de un año. En 1991 se casó por segunda vez con la concertista de piano canadiense Hélène Mercier-Arnault. Con ella tuvo tres a Alexandre, Frédéric y Jean.
Los cinco descendientes de Bernard ocuparon cargos dentro de la empresa, pero Hélène Mercier-Arnault emprendió su propio camino. Es hija de abogados, toca el piano desde los seis años y estudió en una de las universidades más prestigiosas, Juilliard School of Music de Nueva York, como cuenta la revista Gala.
Gracias a esos conciertos conoció a personajes tan relevantes como Diana de Gales. Incluso llegaron a hacerse amigas. También coincidió con Bernard, que tenía 11 años más que ella.
Él era de un mundo ajeno a la pianista (o eso pensaba ella). «Estaba llena de prejuicios. Sentía que para tener éxito en los negocios había que ser cruel, insensible, mentiroso y ladrón», reconoció en conversación con Libération. En su vida siempre escogió mantenerse al margen de los problemas externos. «La primera vez que abrí un periódico tenía 30 años», cuenta en una entrevista de 2009 con el periódico francés Le Figaro.
Pero Bernard se deshizo de sus ideas preconcebidas y se encontró con alguien que le conmovía. «No puede ser insensible ni cruel», reflexiona. La artista valora la emotividad y aquello que la provoca. «Amo la nostalgia», ha reconocido, sobre un aspecto que favorece su marido. Siempre será recordado por la defensa a las tradiciones frente a lo moderno. «¿Puedes decir que dentro de 20 años la gente seguirá usando el iPhone? Tal vez no. Pero seguirá bebiendo Dom Pérignon».
El primer vínculo que tuvo Hélène con el arte le marcó profundamente. Cuando era niña, su referente fue su hermana mayor, Madeleine. De ella heredó su curiosidad. La vió con un violín en la mano y quiso contagiarse de esa sensación de tocar. A los seis años se sentó por primera vez frente al piano.
Por eso, la tragedia familiar que vivió fue inmensa. Un día, a sus 41 años, su hermana mayor se arrojó al vacío desde un alto edificio. «Sufría un trastorno bipolar», recuerda en una entrevista. Le poseía la culpa por haber viajado y construido su propia felicidad familiar, sin darse cuenta de lo que ocurría.
Su marido, desesperado, le sentenció una frase: «Cuida de los vivos». Le abrió los ojos. Utilizó su desconsuelo como inspiración, aunque esta vez empleó sus dedos para escribir una especie de diario de confesiones.
Diana de Gales, Hélène Mercier-Arnault y su marido, Bernard Arnault. /
El arte le sirvió de escudo contra la tragedia. Redactó un libro publicado en 2009 para desmigar su pena, llamado Au fil des notes (Según las notas). Continuó con el piano. «La música es más que una pasión, me define», describió a Le Figaro. Desde los 12 años (la primera vez que se enfrentó al público) es su prioridad, y le ha llevado a países como China, Rusia o Japón.
«Un músico no conoce la tibieza», dice en su autobiografía. Lo que sí le acompaña es la soledad, la que la encierra en su deseo de «perfección», que la lleva a los extremos. La exigencia es un método imprescindible para la alcanzar la calidad que busca en los 20 conciertos que da cada año. «Tiene un carácter independiente», apunta su marido al medio francés.
El primer hombre del que se enamoró fue del compositor Frédéric François Chopin. El último, el magnate que le abrió las puertas al mundo de la moda. «No me gusta la ostentación», confirmó en una charla con el medio Le Parisien.
Pero su marido supo cómo seducirla. «Cuando conocí a Bernard, la conversación giró en torno a los estudios de Chopin», recordó la canadiense: «Me gustó su cultura musical, su austeridad, su fantasía y su profundidad. Me invitó a tomar el té en su casa y se puso a tocar».
Le pareció irresistible: «Vi una sensibilidad a flor de piel, un ímpetu». Se sentó junto a él y posó sus manos en el teclado. Tocaron a cuatro manos. «Muy pronto ocurrió algo inevitable». Se enamoraron.