A pesar de la estampa de familia feliz, las peleas eran habituales entre Julio Iglesias e Isabel Preysler. /
Se podría decir que Isabel Preysler es un trampantojo de la alta sociedad y el papel cuché: parece que lo «ha vendido» todo, pero en realidad siempre ha contado muy poco. Y el secreto más blindado de esa vida amorosa que aparece con imágenes retocadas en las revistas es sin duda lo qué sucedió entre bambalinas durante los siete años en los que estuvo casada con Julio Iglesias: una historia de celos, control, decepción y ruptura.
Como el propio cantante, la Isabel Preysler que dijo entre lágrimas «sí quiero» en aquella boda precipitada del 20 de enero de 1971 no era, ni mucho menos, la misma persona que «escapó» de esa misma relación en 1978.
Vestida de blanco y llorando en Illescas había una joven filipina desconocida para la prensa y el mundo. Isabel Preysler enía 20 años y rodeada de extraños y fotógrafos se casaba con un hombre al que conocía desde hacía menos de un año y del que aún creía que acabaría siendo abogado.
Siete años más tarde, cuando todavía no era legal divorciarse en España y él ya era una estrella consagrada, Isabel Presyler dejó a su marido y padre de sus tres hijos sin mirar atrás para escándalo de todos incluida su propia familia. ¿Qué sucedió en esos años de matrimonio para que la joven tímida sufriera una transformación de ese calibre?
El único motivo por el que Isabel Preysler se vistió de novia en 1971 era que estaba embarazada. Ella planteó a Julio Iglesias una opción diferente al matrimonio: dar a luz en Estados Unidos a salvo de miradas indiscretas y seguir con su relación como hasta entonces.
Este plan fue rápidamente rechazado por el cantante que no sólo estaba enamorado perdidamente de la joven filipina, sino que le temía a cualquier cosa que pudiera afectar negativamente a su incipiente carrera como artista. Tener un hijo fuera del matrimonio era, claramente, una de esas cosas a evitar.
Por ello ejerció el manido papel de «caballero español», le quitó de la cabeza a su novia la idea de una unión de hecho, y organizó a toda prisa una boda que no satisfizo a la novia pero sí a él mismo y sus objetivos. Porque, en realidad, Julio Iglesias solo estaba casado y comprometido con una cosa: su carrera.
A Isabel Preysler le quedó claro rápidamente que ella siempre sería el segundo plato en la mesa de Julio, en concreto, desde su luna de miel, que fue brevísima. Tras unas escasas jornadas juntos en Canarias, el cantante y su joven esposa partieron a una gira por Latinoamérica.
Julio Iglesias no era en ese momento la estrella en la que se convirtió después. Sus conciertos no llenaban, los hoteles en los que se alojaba poco tenían que ver con los lujos, los autobuses de la gira, lo mismo. Pero Isabel no se quejaba de nada, acompañaba a su marido, comía bocadillos cuando tocaba y, sobre todo, callaba cuando había que callar.
«Isabel es una mujer única. Entregada, compartidora de lo bueno y lo malo, exquisita y muy divertida en la intimidad», aseguraba Alfredo Fraile, el mánager de Julio Iglesias que la vio acompañar a su marido en tantas giras.
Entre el silencio que contraponía al carácter explosivo de su marido (que él mismo alababa) y la sonrisa serena y estoica con la que parecía soportar todo, desde los hoteles de dudosa estampa al acoso de la prensa, poco a poco se fue creando esa imagen estereotipada de Isabel Preysler como encarnación de la sumisa y exótica mujer oriental.
Pero Isabel no callaba siempre. El periodista Jesús Mariñas relata a menudo una situación a la que él mismo asistió: Julio Iglesias mostrando encantado los jerséis que había escogido para el Festival de San Remo e Isabel Preysler dejándole claro que tenía un gusto horrible. De sumisa chica oriental, nada.
A las giras interminables que dejaban a Isabel Preysler en la soledad madrileña, la madre de Chabeli le podía sumar otros agravios. Como el hecho de que la obligaran a dar a luz a su primera hija en Estoril para que la prensa pudiera anunciar sin avergonzarse que ese rollizo bebé de casi cuatro kilos era sietemesino.
Julio Iglesias y su mujer hasta 1978, Isabel preysler /
O que su suegra la llamara despectivamente «la china» mientras su suegro contrataba el servicio de su casa de San Francisco de Sales con un único criterio: espiarla. Porque lo más insoportable del matrimonio de Isabel y Julio no era la distancia (que también), sino el control.
Como buen infiel de manual Julio Iglesias era profundamente celoso. Vigilaba al milímetro la vestimenta de Isabel, controlaba si se sentaba de frente o de espaldas a los hombres y si le acompañaba a las giras, la hacía encerrarse en el baño en cuanto el camarero traía la cena a la habitación.
Cuenta Pilar Eyre que en una ocasión Isabel y los tres niños acompañaron a Julio a un viaje a México. En siete días no se vio que salieran de la habitación ni ella ni los niños. Cuando los periodistas que mejor la conocían se acercaron a llamar a su puerta para pedirle que bajara a la fiesta del hall del hotel, ella abrió con la cadena puesta y por la rendija dijo «no me deja, no me deja».
Pero sin duda lo más doloroso para ella era la sensación de abandono que le quedó tras el nacimiento de sus tres hijos. Mientras Julio Iglesias alquilaba con su amigo Pedro de Felipe una casa para encontrarse con sus amantes, ella hacía de tripas corazón y criaba casi en solitario a sus hijos,
Esos hijos que Julio Iglesias definió en una entrevista como «perros callejeros» por el poco caso que les hacía. Años después el propio Julio José Iglesias lo confirmaría al decir que durante su infancia hubo años en los que sólo vio a su padre en seis ocasiones.
Antes del final hubo momentos de rebeldía, como la noche en la que Julio Iglesias debutó en el emblemático Olympia parisino e Isabel llegó al final del recital porque había preferido irse de compras con sus amigas. O como cuando se escapaba con Carmen Martínez-Bordiú a Nueva York para poder ir a la discoteca sin nadie vigilando lo que hacía. Y, por supuesto, cuando su suegra la pilló con el marqués de Griñón, Carlos Falcó .
Vídeo. Isabel Preysler: todas sus historias de amor
Con el paso de los años las broncas fueron ganando en epicidad. Isabel Preysler estaba cada vez más segura de que esa forma de estar juntos no era la que quería ni para ella misma ni para sus hijos. «Me llamaba «pequeñaja» intentando crearme una sensación de inseguridad que yo no tenía», confesó Isabel Preysler años más tarde.
En 1978 la «pequeñaja» abandonó al hombre que valía 500 millones de pesetas. Hasta el último momento él veló por su imagen pública y la obligó a firmar un comunicado que Julio Iglesias le dio a su íntimo amigo, el periodista Jaime Peñafiel, para que lo publicara.
Ella no habría hecho así las cosas, pero de nuevo Julio Iglesias se impuso: «Tú lo firmas y punto», le dijo. Seguramente en ese momento Isabel Preysler también sonrió y calló. Pero se salió con la suya.