Los rumores sobre las supuestas escapadas del Duque de Edimburgo fuera de Buckingham empezaron a finales de los años cincuenta. El Príncipe Carlos y la princesa Ana ya habían nacido –en 1948 y 1950, respectivamente–, pero quedaban por llegar el príncipe Andrés, que lo haría en 1960, y el príncipe Eduardo, nacido en 1964. El príncipe Felipe de Edimburgo era un firme apoyo para su esposa, pero, se decía, necesitaba airearse discretamente fuera de palacio.
Se aseguraba que encabezaba un grupo denominado El Club de los Jueves, que había conocido a través del barón Henry Sterling Nahum, fotógrafo de la corte, y amigo íntimo del Príncipe. En él figuraban importantes personajes de la sociedad, las artes y la política, incluso de los medios de comunicación. Se hablaba de los actores David Niven y Peter Ustinov o el escritor James Robertson Davis.
Según se contaba, el club se reunía de forma clandestina una vez por semana, los jueves, para almorzar en el restaurante Wheeler, en el Soho, aunque lo importante no era la comida, sino la ingente cantidad de la bebida.
Consumían vino, seguido de oporto y brandy, además de los mejores cigarros, y las sonoras risas y las bromas continuaban hasta bien entrada la tarde. La atmósfera era muy masculina, subida de tono a medida que corría el alcohol, y acababa más de una vez en encuentros sexuales.
En 1956, Felipe inició una gira en solitario por la Commonwealth. La excusa era la inauguración de los Juegos Olímpicos de Melbourne, Australia, pero los rumores sobre las desavenencias en el matrimonio real arreciaron. No volvió hasta pasados seis meses.
En mitad de la gira, su secretario privado, Michael Parker, íntimo amigo suyo, al que había nombrado cinco años después de casarse, dimitió, porque se estaba divorciando de su mujer por adulterio. Se dice que fue él quien introdujo al Duque de Edimburgo en un mundo de fiestas de dudosa reputación y que era quien le ayudaba a conseguir citas con mujeres. Era una especie de «conseguidor» de total confianza para él.
Los rumores sobre las correrías del príncipe Felipe no terminaron ahí. Hay sospechas (rotundamente desmentidas por Palacio aunque incluido en la trama de la segunda temporada de The Crown) de que pudo estar involucrado con uno de los acusados del caso Profumo, el mayor escándalo sexual ocurrido en el Reino Unido en los años 60.
John Profumo era un brillante político del Partido Conservador, ministro de la Guerra y una pieza clave en el Gobierno de Harold McMillan, a comienzos de los años sesenta, en plena Guerra Fría. Profumo, de 49 años, casado con la actriz irlandesa Valerie Hobson, muy conocida en la época, mantuvo una relación extramatrimonial con una bailarina de un club del Soho, de 19 años, llamada Christine Keeler, que le llevó a dimitir y terminó hundiendo, meses después, el gobierno de McMillan.
Profumo conoció a la joven en 1961 a través de un amigo, el carismático doctor Stephen Ward, un pintor y osteópata que tenía entre sus clientes a Winston Churchill, Frank Sinatra o Elizabeth Taylor. También se rumoreó que entre sus clientes estaba Felipe de Edimburgo.
Ward organizaba conocidas fiestas para su nómina de influyentes amigos y clientes. Profumo y Keeler protagonizaron una breve relación, que no llegó más allá de unas semanas.
Pero, el escándalo estalló, un año después, cuando la prensa investigaba un incidente en casa de una joven bailarina amenazada con un arma en su domicilio por un amante despechado. La joven víctima de los celos era Christine Keeler y, tirando del hilo, los periodistas dieron con otros amantes suyos: John Profumo, y, lo que hizo estallar el escándalo, el agregado naval de la embajada rusa, Yevgeny Ivanov.
Parece que los romances habían sido simultáneos y las sospechas de traición, espionaje y revelación de secretos se dispararon. Keeler estaba siendo investigada por el MI5, el servicio secreto británico, que intentaba, a su vez, convertir a Ivanov en un agente doble.
Profumo acabó por comparecer ante la Cámara de los Comunes, en marzo de 1963, y lo negó todo. Pero, dos meses después, en junio, el Ministro de Defensa se desmentía a sí mismo, ante la aparición de nuevos detalles sobre su relación, asegurando que había mentido al Parlamento.
El 5 de junio dimitió de todos sus cargos, en el gobierno y en el partido conservador, abandonando definitivamente la política. McMillan y todo su gobierno dimitieron poco después.
La investigación llevó a todos los implicados ante un tribunal para dirimir si aquellas relaciones eran delictivas. En el juicio se desveló que por el piso de Keeler pasaban hombres muy importantes de la política y la aristocracia, como el vizconde Astor.
Ward, el osteópata, la acompañaba a lujosas fiestas a las que asistían hombres de las altas esferas con las que Keeler y otras jóvenes intimaban a cambio de todo tipo de favores.
Pero Profumo no fue el peor parado de este escándalo. Stephen Ward, acusado de proxenetismo, no pudo soportar la presión, y acabó con su vida con una sobredosis de pastillas para dormir dos días antes de declarar, en agosto de 1963. Los rumores llegaron hasta la Casa Real. Se decía que Ward tenía amigos en la realeza y la prensa publicó incluso que pertenecía al «club de los jueves».
Entre las obras pintadas por Ward apareció un retrato del Príncipe, según relata la segunda temporada de «The Crown», que también cuenta que existían fotos de alguna de las fiestas que organizaba Ward en las que aparece una silueta sospechosamente parecida a la del Duque de Edimburgo. En Buckingham se impuso el «nunca dar explicaciones, nunca quejarse».
Con la muerte de Ward el caso fue desapareciendo de las primeras páginas lentamente. Tras el escándalo, Profumo trabajó, durante cuarenta años, en programas sociales y de ayuda a los jóvenes sin recursos, hasta su muerte, en 2006. Christine Keeler murió en 2017, tras haber escrito numerosos libros sobre el caso.