
JUNTOS PERO NO REVUELTOS
JUNTOS PERO NO REVUELTOS
Carolina de Mónaco perdió a su marido, Stefano Casiraghi, en un trágico accidente náutico, en 1990. Se quedó sola y desconsolada con apenas treinta años y tres hijos pequeños y trató de pasar el duelo aislándose en una villa de la Provenza con ellos. Pasaron nueve años hasta que volvió a casarse (de nuevo embarazada), esta vez con uno de los nobles de más abolengo de Europa: Ernesto de Hannover.
Su linaje se remonta a la Edad Media, fue la dinastía reinante en Gran Bretaña hasta la muerte de la reina Victoria. Carolina y Ernesto eran amigos desde la infancia. Coincidían en la Costa Azul, en verano, y en las pistas austriacas, en invierno. Él era uno de los candidatos que hubiera deseado Grace de Mónaco para la primera boda de su hija. Pero tuvieron que pasar 17 años desde su muerte para que Carolina y Ernesto hicieran realidad ese proyecto.
Ernesto de Hannover había vivido un primer matrimonio de 16 años con Chantal Hochuli, hija de un multimillonario arquitecto suizo, con la que tuvo dos hijos, Ernesto Augusto y Christian. Carolina y Chantal eran amigas y la ruptura de su matrimonio –y la supuesta traición de Carolina– fue un duro golpe para ella. Los rumores sobre el «affaire» de la princesa y Ernesto empezaron a correr por las redacciones de la prensa de sociedad. Chantal lo negaba todo.
Hasta que, en febrero de 1996, los «paparazzi» fotografiaron a Carolina y Ernesto saliendo de un hotel de lujo en Bangkok. El divorcio de Chantal y Ernesto llegó en septiembre de 1997. Poco después, Carolina y Ernesto se dejaron fotografiar, por primera vez, juntos, en la boda de Pierre D'Arenberg y Sylvie de Castellane. Pasaban sus días entre Francia, los castillos de los Hannover en Alemania y Austria, y la isla keniata de Lamu, donde Ernesto tenía una propiedad.
Ernesto de Hannover era un hombre de gran atractivo, culto e inteligente y con una gran fortuna. Se casaron el 23 de enero de 1999. Fue una unión civil, en el Palacio Grimadi, en Mónaco, a la que asistió solo la familia. Ese mismo día era el 42 cumpleaños de Carolina, que vistió un elegante traje gris perla de Chanel. Carolina pasó a ser, entonces, princesa de Hannover y Alteza Real. Estaba embarazada y su hija Alejandra nació en el mes de julio.
Tras casarse, los príncipes de Hannover dividen su tiempo entre sus residencias en París y Mónaco, y los palacios de los Hannover. Sin embargo, aquel matrimonio que parecía perfecto, que había llegado en la madurez, aguantó apenas una década. Ernesto es un hombre irascible, que soporta mal la persecución de los medios informativos, a la que no está acostumbrado, y con un grave problema con la bebida, que le lleva a sonoras salidas de tono que inmortalizan los fotógrafos. El matrimonio hace vidas separadas, desde hace más de 15 años.
Carolina de Mónaco y Ernesto de Hannover. / GTRES
Ernesto se pelea con la prensa y con su hijo mayor, al que culpa de malvender el patrimonio familiar. Se ha dejado fotografiar, en los últimos años, con la española Claudia Stilianopoulos, en Madrid, pero no parece que la relación vaya a más. Carolina, por su parte, vive una vida tranquila, sin amores –tan solo fue relacionada con el galerista italiano Gerard Faggionato en 2010–, y mantiene una excelente relación con sus dos hijastros, Ernesto y Christian.
A pesar de esta separación, Ernesto y Carolina no firman el divorcio. Parece que Carolina ha hecho siempre lo imposible por apoyar a Ernesto, aunque hay quien cree que su apoyo tiene más que ver con el título nobiliario del que disfruta, y que no quiere perder, que con el afecto. Sin embargo, los hijos de Ernesto parecen conformes con la situación.
El matrimonio con Carolina los protege de un posible nuevo enlace de su padre, en el que no confían, y que podría poner en riesgo la fortuna familiar. El impedimento a ese futuro es el matrimonio con Carolina. Y no parece que vaya a romperse. Quizá hay incluso un pacto entre Carolina y Ernesto. Libertad a cambio de estabilidad.