La marquesa de Urquijo el día de la cominuín de su hija / archivo abc

María Lourdes Urquijo Morenés: así era la discreta aristócrata que se hizo famosa por su trágico final en el crimen de los marqueses de Urquijo

En 1980 se produjo un crimen que conmocionó al país, el asesinato en su casa de Somosaguas de la marquesa María Lourdes Urquijo Morenés y su esposo.

Fue el crimen que marcó la Transición. Los marqueses de Urquijo fueron asesinados la noche del 1 de agosto de 1980. Un crimen con el que María Lourdes de Urquijo y Morenés, marquesa de Urquijo, entró a formar parte del triste listado de aristócratas españolas marcadas por un trágico destino al estilo de Margarita Gómez-Acebo.

En el momento de su muerte María Lourdes era la quinta marquesa de Urquijo, decimocuarta de Loriana y décima de Villar del Águila. Además era la única heredera de un banco en dificultades, el Banco Urquijo, que había fundado su familia en 1918 y que se encontraba en el momento de su muerte inmerso en un polémico proceso de fusión con el Banco Hispano Americano.

Nada hacía prever el final que tendría María Lourdes «Marieta» cuando nació el 15 de junio de 1935 en Madrid. Sus padres, Juan Manuel Urquijo y Landecho y María Teresa Morenés, formaban parte de la alta sociedad y acumulaban tantos títulos como palacios, fortuna y reconocimientos. Hasta bautizaron a una variedad de rosa con el nombre de su abuela, Pilar Landecho Allendesalazar, tercera marquesa de Urquijo.

La infancia de la única hija de los Urquijo transcurrió en la más estricta intimidad, ni su propia hija Miriam supo decir si su madre pisó alguna vez un colegio. María Lourdes de Urquijo se educó pasando por las manos de sucesivas fraus alemanas que la educan en los principios germánicos y la enseñan alemán desde la cuna.

Las costumbres alemanas arraigan en ella de tal manera que de adulta instaura la tradición de no celebrar a los Reyes Magos sino a Papá Noel en Navidad. Aunque su formación fuera irregular, María Lourdes acaba siendo una experta en todo aquello que le interesa: habla cinco idiomas, toca el violín y es una estudiosa del mundo del arte.

A pesar de ser la futura heredera de una formidable fortuna su timidez, las pocas ganas de asistir a eventos sociales y la profunda religiosidad de la joven Marieta supone un handicap para encontrarle una pareja adecuada. Aquellos que la conocieron de adulta la describen como una mujer espiritual, disciplinada, atenta a su confesor y vinculada al Opus Dei.

El padre de Marieta, en primera instancia, aspira a que la joven se case con un miembro de la acaudalada familia Güell, pero de forma sorprendente la joven impone su criterio: quiere casarse con alguien, a priori, «por debajo» de su nivel, un amigo de la infancia.

El elegido es Manuel de la Sierra y Torres, hijo de diplomático, tan religioso como ella y alguien al que la futura marquesa conoce desde hace tiempo: las abuelas de ambos jóvenes, Mariate y Mercedes, son amigas y poseen casas de verano vecinas en la misma zona de Tarragona y los jóvenes han pasado juntos largas veladas en la playa desde niños.

A pesar de las reticencias del padre de la novia la pareja se casó el 12 de diciembre de 1954 en la iglesia de Santa Bárbara de Madrid. La joven marquesa de Loriana se casó vestida de raso Mikado y con velo de tul sujeto con magnífica diadema de brillantes, que había pertenecido a su abuela. Los condes de Barcelona fueron los padrinos de la ceremonia y para el banquete la familia abrió su palacete del paseo de la Castellana a la alta sociedad madrileña.

En el momento de la boda Manuel de la Sierra se había formado como abogado y había trabajado en el Instituto de Cultura Hispánica junto Manuel Fraga. Las puertas del Banco Urquijo no se abrirían para él hasta que no falleció su suegro.

Con el matrimonio María Lourdes acaba por abandonar Llodio y se instala en Madrid, en la casa del Paseo de la Castellana en la que permanecería 18 años, momento en el que la familia se trasladó a la casa de Somosaguas donde los marqueses fueron asesinados.

Como era tradición en la familia, cuando nacen sus hijos Miriam y Juan, la marquesa contrata a dos tatas, María y Consuelo, que ayudan en la crianza de los niños. Las amas se encargan de gestionar a los niños, pero María Lourdes extrema el cuidado en su educación: les procura los mejores colegios bilingües, les obliga a aprender cinco idiomas y no duda en presentarse con un tupper y un chófer a la salida del colegio para que su hija no abandone las clases de piano en el conservatorio y como durante el trayecto.

En este status quo la salud de la marquesa es una de las grandes incógnitas. Su propia hija habla de cómo su padre comprendía que a su madre « le faltaran las fuerzas». Miriam afirma que su madre padecía «fuertes y frecuentes dolores de cabeza, razón por la que no gustaba demasiado de hablar, y a veces, incluso, le molestaba alguna conversación en su proximidad». Otras fuentes hablan de que además tenía problemas al andar.

Tras su asesinato, el mayordomo de la familia, Vicente Díaz Romero, fue bastante menos generoso en esa descripción de los problemas de salud de María Lourdes: «Era muy limitada. Nos poníamos a hacer centros de flores y la teníamos que pedir que no nos ayudara porque no era capaz de hacer nada. Con un soplido la tirabas. La habían sacado a la hora de nacer con fórceps y eso, a la pobre, la pasó factura».

En lo que todo el mundo sí estaba de acuerdo es que su muerte fue un error: ella no era el objetivo la noche de los asesinatos. Todo estaba dispuesto para que los marqueses fueran al día siguiente a sus vacaciones en Cádiz. El marqués fue el primero en morir. La marquesa dormía en otra cama, una pequeña a los pies del vestidor. Al despertarse el asesino la disparó dos veces.