Rainiero de Mónaco y Grace Kelly posan junto a sus tres hijos: Carolina, Alberto y Estefanía. /
Cien años han pasado ya desde que Rainiero de Mónaco llegara al mundo en el palacio del príncipe de Mónaco, Montecarlo. Aquel 31 de mayo de 1923 se convertía en segundo hijo de Carlota de Mónaco y el príncipe Pedro conde de Polignac. Con los años, y junto a Grace Kelly , formaría una de las familias con más glamour de la realeza europea, aunque la relación con sus hijos no fue siempre un camino de rosas.
El hoy príncipe Alberto de Mónaco siempre apareció unido a su padre, el príncipe Rainiero. Pero tras su fallecimiento, el 6 de abril de 2005, Alberto II trató de marcar su huella con una modernización política y económica de todo lo que había recibido de su padre, un principado que aparecía en las crónicas del corazón de todo el mundo, pero que se percibía anclado en los años sesenta.
Los tres hijos de Rainiero (Alberto, Carolina y Estefanía) siempre han mostrado su unión, especialmente en los últimos años, y un gran respeto por sus padres. Pero la realidad es que los tres se enfrentaron a una relación complicada, especialmente con Rainiero. Una relación que, por momentos, se convirtió en un conflicto, especialmente entre el príncipe y su heredero.
Rainiero implicó a Alberto en la vida política y económica del principado, desde muy niño. Pero Alberto, de carácter afable y bondadoso, consciente de su responsabilidad, no podía evitar sentir una enorme presión, especialmente si pensaba en la historia de sus padres, que ocupó portadas durante décadas. El heredero debía estar a la altura y esas expectativas no siempre eran fáciles de seguir.
De hecho, la tardanza de Alberto en casarse y fundar una familia – que está en entredicho , desde el principio– puede tener mucho que ver con esta presión. Rainiero hizo sentir ese peso a su hijo desde el principio. «Alberto debía ser perfecto», explica el historiador francés Philippe Delorme. »Esto hizo que las relaciones entre padre e hijo no fueran siempre buenas. Rainiero se sentía siempre insatisfecho, Alberto nunca hacía lo suficiente».
La enfermedad, sin embargo, unió a padre e hijo. Alberto era consciente de que llegaba su turno en la historia del Principado. Padre e hijo tuvieron que aprender a trabajar juntos. Rainiero se sometió a una operación de corazón en 1994 y en los últimos años, sus conversaciones fueron largas. En 2001 se enfrentó a un cáncer de pulmón. Empezó entonces a delegar en Alberto, que le representaba especialmente en los viajes al extranjero. Pero la exigencia no disminuyó. Carolina, la primogénita, y Estefanía sintieron también esa presión, aunque a su manera, puesto que no iban a ocupar el trono. Pero fue la forma en la que fueron educadas, al igual que su hermano.
Los Grimaldi siempre parecían una familia feliz: en esta imagen Grace Kelly toca el piano para Rainiero y sus hijos Carolina, Alberto y Estefanía. /
Carolina confesaba, hace unos años, en el libro Alberto II, el príncipe y el hombre, publicado cuando el príncipe cumplió sesenta años, la infancia solitaria que habían vivido los tres hermanos. La prueba de ello es que solo comenzaron a compartir la mesa con sus padres a partir de los 14 años. Hasta entonces, convivían prácticamente el cien por cien del tiempo con su «nanny» británica. «Se habló mucho de que nuestra forma de ser educados era muy moderna, pero la realidad es que estábamos alejados del mundo», explicaba Carolina.
«Cenábamos en la guardería con nuestra cuidadora, Maureen King». Aquello creó una estrecha relación entre los hermanos. La complicidad era especialmente fuerte entre Alberto y Carolina. Y los tres estaban más apegados a su «nanny» que a sus padres. Rainiero nunca entendió que sus hijos necesitaran a otros niños. Y, luego, a medida que fueron creciendo, vivió con sorpresa y sensación de fracaso que se rebelaran y no cumplieran sus designios.
Estefanía creció también bajo los focos, a pesar de que siempre se dijo que fue la preferida de Grace y Rainiero. La tragedia de la muerte de su madre, en septiembre de 1982, elevó esa presión hasta límites insoportables para la joven princesa. Pero su padre vivía su propio infierno y no tenía fuerzas para fijarse en su benjamina. El resultado fue un grave trauma afectivo para Estefanía, que inició una vida llena de altibajos entre Mónaco, París y Los Angeles: novios, discos, estilista en Dior, escándalos, relaciones de pareja desiguales y fracasadas.
Rainiero no se sentía con fuerzas para oponerse, pero era evidente que su hija menor no había cumplido ninguna de sus expectativas. Las relaciones entre ellos se degradaron irremediablemente , cuando Estefanía decide casarse con su guardaespaldas, Daniel Ducruet. Es quizá la frialdad de Carolina ante los pasos que da su hermana la que muestra lo que Rainiero no puede. Sin embargo, Estefanía no se aleja del todo: su padre sigue siendo su ancla. Su pérdida fue el último paso de los tres príncipes hacia la independencia de sus vidas.