Reina María de Teck /
El porte altivo y elegante que muestra en las fotografías y sus fabulosas joyas, que parecían cubrirla por entero, definen su figura, que fue una de las más influyentes de la realeza británica en las primeras décadas del siglo XX. María de Teck, la reina Mary, es hoy una figura borrosa y antigua para las nuevas generaciones, pero su personalidad, disciplinada y austera, fue decisiva en la educación de la reina Isabel II. De ella heredó su sobriedad y su fabulosa colección de joyas.
Victoria Mary Augusta Louise Olga Pauline Claudine Agnes nació el 26 de mayo de 1867, en el Palacio de Kensington, cerca del de Buckingham. Sus padres fueron el príncipe Francisco, Duque de Teck, e hijo del duque Alejandro de Würtemberg, y la princesa María Adelaida de Cambridge, nieta de la reina Victoria.
Fue la primera princesa británica cuya lengua materna era el inglés, aunque lo hablaba con un fuerte acento alemán. Pero, a pesar de ser princesa de nacimiento, María era solo « alteza serenísima» y no pertenecía a la primera línea de la realeza. Fue un bebé «muy sonriente», según la reina Victoria , que siempre tuvo por ella una debilidad. Recibió una educación estricta, con un gran sentido del deber, y aprendió a ser una mujer fuerte y a utilizar su mano izquierda para resolver todo tipo de conflictos familiares.
A pesar de su posición menor en la familia, la reina Victoria la protegió y la escogió como esposa del heredero de la Corona, su nieto el príncipe Alberto Víctor, duque de Clarence y de Avondale, hijo mayor del príncipe de Gales. Este le propuso matrimonio, en 1891, y ella aceptó, aunque estaba enamorada del conde de Hopetoun. María tenía 24 años y aceptó. Pero lo que podía haber sido una época feliz se convirtió en tragedia. Alberto se contagio de gripe y, poco después, contrajo una neumonía. Falleció, en pocos días, en el Palacio de Sandringham, en 1892.
A pesar de la desgracia, la reina Victoria siguió pensando que Mary era la candidata ideal como reina consorte de Inglaterra. Tras la muerte de Alberto, su hermano Jorge, duque de York, se convirtió en heredero al trono y, en 1893, le pidió también la mano a María, que fue princesa de Gales a partir de 1901 y reina consorte, como esposa de Jorge V, en 1910.
La boda entre ambos se celebró, en 1893, en el Palacio de St. James. Desde el comienzo dieron la imagen de un matrimonio discreto y austero. María era una mujer culta, amante de la literatura y divertida, pero, según el testimonio de su hijo Eduardo VIII, que renunció al trono por la divorciada Wallis Simpson , fue una madre dura, fría y exigente.
María se distinguió por su gusto por las joyas, reuniendo una colección fabulosa, que pasó, en su mayor parte, a Isabel II . Su imagen cubierta de hilos de diamantes hasta poco antes de su muerte se convirtió en un símbolo de su reinado. Sin embargo, María era de tal austeridad que rayaba en la racanería.
Nunca compró flores frescas, reutilizaba las que decoraban Buckingham cuando debía acudir a una cena. Y desarrolló una pasión por el coleccionismo que casi se convirtió en una forma de cleptomanía.
Quizá la leyenda popular es exagerada, pero lo que más le gustaba era adquirir nuevas piezas y restaurarlas para enriquecer el ajuar de los Windsor. Le apasionaban las figuras de jade, los esmaltes, los elefantes de ágata, los juegos de té de oro y de plata. En sus años de reinado añadió a los palacios reales más de 2.000 pinturas, libros, fotografías y objetos de arte, incluida una importante colección de piedras semipreciosas. Le encantaba pasar horas recorriendo sus residencias, reordenando la decoración.
Esta afición por el coleccionismo y su extremada austeridad provienen, según sus biógrafos, de una infancia con estrecheces económicas debido al derroche de su madre, la princesa Adelaida, a la que le gustaban, sobre todo, las fiestas, y llevaba una vida extravagante. Esto convirtió a Mary en una férrea ahorradora. Pero también le hizo desarrollar una peculiar querencia por las posesiones de otras personas, lo que provocó incómodas situaciones en su círculo. Las anécdotas son innumerables.
Podía acudir de visita y sentarse en una silla y si decía, «me encanta esta silla», había que regalarle todo el juego. El anfitrión no podía negarse. Se dice que, cuando anunciaba su llegada, las familias guardaban sus posesiones en el ático y sacaban los muebles más antiguos. Parece que visitaba los anticuarios de Londres y solía escoger objetos que no pagaba.
Fue conocida también su pasión por reutilizar y rediseñar joyas. Reunió diamantes legendarios durante su reinado. Recibió, por ejemplo, como regalo el famoso diamante Cullinan III de 158 quilates, junto con el Cullinan IV con forma de cojín de 63,6 quilates. Las dos últimas piedras de esta serie se convirtieron en un broche que Mary legó a su nieta, Isabel II, quien se refería con cariño a él como «Granny's Chips» «(«Esquirlas de la abuela»).
También encargó diseños que se podían utilizar de varias maneras e hizo desmontar piezas para modernizarlas, aunque se tratara de regalos de la reina Victoria. María enviudó en 1936. Jamás comprendió la decisión de su primogénito, Eduardo VIII, de abdicar por el amor a una estadounidense divorciada, una de las tragedias de su vida. Falleció en marzo de 1953, apenas diez semanas antes de la ceremonia de coronación de Isabel II .