LOS WINDSOR más escandalosos Sarah Ferguson y el príncipe Andrés: dos bichos raros en el Palacio de Buckingham

El príncipe Andrés carga con la cola del vestido de Sarah Ferguson el día de su boda. / getty images

Silvia Vivas
Silvia Vivas

Confirmando que los Windsor tienen problemas con sus «repuestos» (que se lo digan al príncipe Guillermo y su hermano Harry ), hay que concederle al príncipe Andrés su esfuerzo como pionero en el complejo papel de convertirse en el segundo heredero al trono más molesto para su familia.

Para 1986, cuando el príncipe Andrés y la pelirroja Sarah Ferguson se casaron, el hijo favorito de la reina Isabel II ya era el vástago de su majestad poseedor del peor apodo concedido por la prensa británica hasta la fecha: Andy Randy, algo así como «Andresito el cachondo».

Sarah Ferguson, por su parte, no quedó mejor parada ante la opinión pública cuando se descubrió que tan solo tres años después de aquella boda de campanillas (y embarazada de cinco meses del príncipe Andrés) tuvo su primer encuentro amoroso con su amante tejano, el magnate Steve Wyatt.

Con estos antecedentes (y todo lo que vino después, incluyendo escándalos sexuales, infidelidades públicas y entrevistas bochornosas) sorprende que, a fecha de hoy, sigan formando parte de la familia real británica, sigan viviendo en sus propiedades y mantengan viva la esperanza de que les hagan un hueco en la coronación de Carlos III.

Pero ese es el extraño privilegio de ser etiquetados como los extravagantes de una familia tan poderosa como desestructurada capaz de tirarse los trastos a la cabeza vía entrevista de la BBC, Netflix y a golpe de tabloide.

Los momentos más raros y humillantes de la trayectoria del príncipe Andrés

Empezando por la humillación más reciente que afecta al duque de York, no hace falta bucear mucho para darse cuenta de que su caída en desgracia se aceleró con la acusación de abusos sexuales de Virginia Giuffre y la nefasta entrevista en televisión que concedió para lavar su imagen (y acabó cavando su propia tumba por su falta total de empatía y argumentos).

Tras el esfuerzo que se ha realizado para alejarle de fotos, cámaras y micrófonos, ahora sus defensores emplean para exonerarle de toda culpa unas declaraciones realizadas desde la cárcel por la colaboradora de Epstein, Ghislaine Maxwell . ¿Su argumento? Que el príncipe es demasiado «estúpido, mimado y privilegiado» como para enterarse de qué está pasando a su alrededor, tráfico de personas, prostitución y abusos sexuales a menores incluidos.

Lo más triste es que algunos de los periodistas que han tenido la posibilidad de compartir eventos y oxígeno con el hombre del que se afirma que lo único que aprendió en Eton es a ser arrogante, ven en las tres palabras pronunciadas por Maxwell un retrato fidedigno del hermano pequeño de Carlos III.

«Su reputación de bufón arrogante y torpe no carece de fundamento», escribía uno de ellos en una revista británica. «Fui testigo de su grosería en un almuerzo al que asistí en su honor a mediados de 2000 en la sala de juntas de Vogue de Condé Nast UK, organizado por el entonces jefe de la división, Nicholas Coleridge -continúa-. Andrés se mostró incómodo, pero eso no le impidió dar un monólogo no solicitado de 30 minutos sobre las dificultades de hacer retroceder un petrolero para llegar al puerto. Estaba tan acostumbrado a que lo escucharan que nunca aprendió a escuchar».

Sarah Ferguson y el príncipe Andrés en las carreras de Ascott. / gtres

Para empezar, el príncipe Andrés jamás brilló demasiado en el organigrama familiar (salvo su estelar aparición en la Maldivas que décadas después copiaría Harry) aunque tenía bastantes papeletas de acabar convertido en rey, al fin y al cabo el propio padre de la reina Isabel II era un segundo hijo obligado a asumir el trono.

Pero una década de difrencia de edad (y medio cerebro según los más malintencionados) separaban al heredero Carlos del segundón, Andrés, y los hermanos jamás hicieron buenas migas ni tuvieron ganas de hacerlas.

Que el príncipe Andrés cultivara una pose de macho militar adicto a las juergas y las bromas pesadas aumentaba aún más la distancia entre ellos. Eso, y su afición por los romances nefastos, como cuando se enamoró de una estrella del porno light llamada Koo Stark.

Si al menos hubiera cumplido bien con sus funciones oficiales quizá las cosas no estarían como están ahora, pero Andrés no supo estar a la altura del standard familiar ni en 1984, cuando decidió que era buena idea en pleno viaje oficial en California rociar a los fotógrafos con pintura blanca. En una familia que enorgullece de «no quejarse y no dar explicaciones» ante la prensa no tienen cabida herederos con semejante actitud.

El imposible acoplamiento de Sarah Ferguson en la corte de Isabel II

Por su parte Sarah Ferguson, que llegó a las carreras de Ascot de la mano de Diana de Gales para enamorar al príncipe playboy, fue durante un breve espacio de tiempo un alivio para la corte de Isabel II.

Emparejados casi a la fuerza por las circunstancias los duques de York comenzaron una vida juntos compartiendo un coeficiente intelectual inofensivo, lavando el coche a dúo en el patio de palacio y sorprendiendo a todos con la costumbre de tirarse profiteroles a la cara.

Lo más chocante fue descubrir que, a pesar de su pasado como crápula, el príncipe Andrés no era, ni mucho menos, un atleta sexual sino un amante aburrido que se golpeaba la cabeza con el poste de la cama en las noches de pasión.

Tras disfrutar de su primer amante tres años después de su boda, con el que confesó ver las estrellas, Sarah Ferguson pasó a considerar a su marido un hermano y no un esposo. Quizá por eso aún viven juntos a pesar de estar divorciados desde hace décadas.

Si el momento más humillante del príncipe Andrés está aún por llegar, el de Fergie sí está claro: cuando se publicaron las imágenes de la duquesa con su segundo amante tejano chupándole los pies.

Vídeo. Carlos y Camilla: una historia de amor imposible con final feliz

Desde que se publicaron aquellas imágenes, Sarah Ferguson continúa orbitando en la esfera de influencia de los Windsor a pesar de su divorcio y de ser, claramente, la predecesora de Meghan Markle y los duques de Sussex.

Antes que Meghan, Sarah Ferguson ya recibió los ataques de la prensa sensacionalista por su físico (la bautizaron como Duquesa cerdito) y por ser mala madre. También publicó sus memorias mucho antes de que el Spare de Harry existiera y concedió una entrevista a Oprah Winfrey además de impulsar todos sus negocios usando, por supuesto, su pasado como miembro de la familia real.

Escribe literatura erótica, ha hablado en cámara de todos y cada uno de los miembros de la familia real británica, incluso ha opinado en público del Megxit. Y en contra de la postura oficial de Carlos III y los aceptados bajo su ala, ha defendido a muerte a su ex marido ante las acusaciones de abusos, eso sí, desde un resort en la nieve que nadie sabe cómo ha financiado.

Y a pesar de ser mucho más escandalosa que cualquier habitante de Montecito, sigue viviendo con su ex marido en una propiedad de la corona. Una rareza más de las muchas que sólo se le permiten a los duques de York.

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