Centenario surrealista

Cómo entender una obra surrealista: aprende a hacerlo de la mano de Dora Maar, Cocteau y Man Ray en esta exposición

Vamos a homenajear a Breton en el centenario del «Manifiesto surrealista» dejándonos atrapar por la belleza de esa chispa que salta de la contemplación. Hay fotografías de Dora Maar y Cartier-Bresson. Salen Leonora Carrington, Colette o Cocteau.

Centenario surrealista, una exposición organizada por Loewe y la Fundación Loewe en el marco de PhotoESPAÑA 2024 / DR

Ángeles Castillo
Ángeles Castillo

«Este verano las rosas son azules; la madera es vidrio», escribía André Breton en 1924. Era el punto final pero seguido del « Manifiesto del surrealismo» y también toda una declaración de intenciones poéticas. Es fácil echar cuentas: estamos en su centenario. Es el año de Breton y, por tanto, de la escritura automática, esa que «se presta a la creación de las más bellas imágenes».

Por fortuna, no hay que irse muy lejos para hacer caso al padre de este movimiento cultural y recrearse en las fotografías de época, contemporáneas, collages y algún vídeo de autores y autoras empeñados en subvertir la realidad. Están en «Centenario surrealista», una exposición organizada por Loewe y la Fundación Loewe en el marco de PhotoESPAÑA 2024 que puede verse hasta el 14 de septiembre en Leica Gallery Madrid (José Ortega y Gasset, 34).

Pero ¿qué nos quieren decir Dora Maar , Man Ray, Kati Horna, Berenice Abbott o Henri Cartier-Bresson con estos trabajos? Según los organizadores, con María Millán como comisaria, «las obras de veinticuatro artistas y colectivos de Europa, América y Asia a lo largo de todo un siglo ponen de manifiesto un fenómeno que enriqueció la composición, temática y estética de la práctica fotográfica».

Qué obras no te puedes perder en la exposición «Centenario surrealista»

Son transgresores, tocados por el «rayo invisible» bretoniano que, al final, alumbra eso que se llamó la noche de los relámpagos, lo que nos emociona. Así que no esperes nada convencional ni canónico, más bien encomiéndate a los dioses que hicieron grande a Buñuel, abre bien los ojos y mira fijamente a Jean Cocteau porque te está tratando de revelar algo en «El testamento de Orfeo», otra biblia surrealista, y fuera de él. Le fotografiaron Abbott, Lucien Clergue, Philippe Halsman, Germaine Krull y Dora Maar -sí, la musa de Picasso-. A todos ellos hay que seguirles la pista.

Leonora Carrington en su estudio, Mexico, 1956. Fotografía de Kati Horna.jpg / DR

Digamos que el surrealismo puso los sueños y deseos más inconfesables en el centro de todo tras la Primera Guerra Mundial y con el psicoanálisis de Freud como telón de fondo. De esta forma era posible manipular la representación de la realidad, y la fotografía con todas sus posibilidades técnicas lo servía en bandeja de plata: exposiciones múltiples, negativos superpuestos, solarización, fotomontaje y a menudo atrezo absurdo e iluminación dramática. El hombre, lo dice Breton, propone y dispone.

Ahí está la «Oda a la necrofilia» (1962) de Kati Horna, en la que se ve a una mujer encapuchada junto a una máscara mortuoria, o su «Sanatorio de muñecas» (1963). Horna retrata también a Leonora Carrington en su estudio, a quien luego vemos jugando al surrealismo por obra (2012) de Javier Martín-Domínguez. O Horst P. Horst, conocido sobre todo como fotógrafo de moda (él fotografió a Marlene Dietrich para Vogue en 1942), autor aquí de «Robert Wilson on Paul Walter Chair» (1990), esa icónica imagen de un hombre apoltronado en una silla enorme sobre un fondo de nubes pintadas, confrontando lo real con lo artificial.

Jean Cocteau, 1929. Fotografía de Germaine Krull.

Y qué decir de las imágenes de la inolvidable coreógrafa Martha Graham hechas por la inefable Imogen Cunningham y Barbara Morgan con trajes que alteran el cuerpo y poses desacostumbradas, como aquella de los pies. O de esa «Marioneta de un señor bien» (1929) de Tina Modotti.

En palabras de Breton, «lo que son soluciones imaginarias es vivir y dejar vivir. La existencia está en otra parte». En la exposición aparece fotografiado en 1950 por Cartier-Bresson en Saint-Cirq-Lapopie, uno de los pueblos más bonitos de Francia, por cierto, y hay muchos. También hace acto de presencia el ingenioso Alexander Calder, fotografiado con su circo en París por André Kertész en 1929, lo mismo que la revolucionaria Colette, esta vez un año más tarde.

Tres marionetas en un barco, 1929. Fotografía de Tina Modotti.

El surrealismo siguió vivo en obras posteriores de artistas como David Wojnarowicz, caso de la titulada «New York» (1988), un collage de un tren de vapor y un esqueleto inspirado en las radiografías. Y gozó de gran fortuna en América Latina, allí donde vino al mundo el realismo mágico, sobre todo en México, de gran imaginación y libertad creativa. ¿Un ejemplo? «El ojo» (1950) de Lola Álvarez Bravo, originaria de Jalisco y famosa por sus retratos de Frida Kahlo. Otro, «Y por las noches gemía» (1945), de Manuel Álvarez Bravo, quien también logró fotografiar lo eterno (1935).

Cien años ya, en resumen, de aquella definición que André Breton quiso darnos de una vez por todas del surrealismo. A saber: «Automatismo psíquico puro por el cual nos proponemos expresar, ya sea verbalmente, ya sea por escrito, ya sea de cualquier manera, el funcionamiento real del pensamiento». Y sigue: «Dictado del pensamiento, en ausencia de todo control ejercido por la razón, fuera toda preocupación estética o moral».

Ya solo queda aprendérselo aunque sea de memoria y disfrutar de la exposición. Porque, como reza el «Manifiesto», la imaginación está a punto de recobrar sus derechos.

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exposición

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