Los Agnelli vivían una vida de «glamour» y lujo, entre suntuosas villas, espléndidos coches, yates, fiestas. Marella Caraciciolo dei Principi di Castagneto, procedía de un mundo muy diferente. Había nacido en Florencia. Su padre era un patricio napolitano, el octavo príncipe dei Castagneto y tercer duque de Melito. Marella se había criado en un entorno culto, refinado y conservador. Su madre, Margaret Clarke, era norteamericana. Su día a día transcurría entre maravillosos jardines y esplendorosas villas, en las que nobles y expatriados norteamericanos mantenían interminables disquisiciones filosóficas, mientras que los Agnelli salían en todas las columnas de cotilleo de la prensa italiana (ya te hablamos por aquí de una de las más rebeldes, Clara Agnelli). Después de la guerra, la familia de Marella se instaló en Roma. Marella Estudió Arte en el Museo de Bellas Artes de París y luego pasó una temporada en Nueva York, trabajando para Condé Nast con el fotógrafo Erwin Blumenfeld. Volvío a Roma en la primavera de 1953.
La joven princesa y el «avvocato», conocido así en su familia por su licenciatura en abogacía, se prometieron al final del verano de ese año. Gianni viajó de Turín a Roma para pedir su mano. Su padre aceptó, pero su madre no pudo ocultar su disgusto. Su ritmo de vida le pareció poco adecuado para Marella. La pareja se casó el 19 de noviembre de 1953 en la capilla del Castillo de Osthoffen, a las afueras de Estrasburgo, donde el padre de Marella trabajaba como secretario general del Consejo de Europa. La novia llevó un exquisito diseño de Balenciaga. Gianni llevaba bastones porque había sufrido un accidente de automóvil varias semanas antes. Adoraba tanto los coches como la velocidad y, aparte de los modelos de su marca, tenía debilidad por los Ferrari.
Tras la boda, Marella y Gianni se instalaron en la casa familiar de los Agnelli, en Turín. Condé Nast le había ofrecido un trabajo como corresponsal en Italia, pero al casarse tuvo que dejarlo. Poco a poco fue entendiendo cómo era la vida con un Agnelli. Un día decidió pasar un fin de semana en París para hacer unas compras. Cuando llegó al coche-cama que había reservado, se encontró con las toallas y las sábanas de su casa con sus iniciales, sus jabones y cremas favoritos y flores frescas. Gianni lo había preparado para ella. Una vida de lujo muy distinta a aquella a la que estaba acostumbrada.
Marella tuvo que aprender a ser una perfecta anfitriona y ama de casa, algo para lo que no había sido educada en su familia. Fue la Contessa Volpi, una institución de la sociedad veneciana, quien le dio la lección definitiva: «Recuerda, mi querida niña», le dijo, «puede que todo lo necesario para encontrar un marido sea una cama, ¡pero se necesita toda una casa para conservarlo!». La Contessa Volpi le enseñó cuántos pares de sábanas se necesitan para cada cama, dónde bordarlas con las iniciales, cuántos servicios de porcelana son necesarios o cuántos sirvientes hay que asignar a cada casa, dónde hacer sus uniformes y cómo administrar sus horas de trabajo. También le enseñó algo esencial para una anfitriona de la alta sociedad: la«ubicación» correcta en las cenas formales y el menú adecuado para tener éxito.
En la década de 1950, los Agnelli eran una parte esencial de la «jet set» internacional. Se reunían en Nueva York, luego llegaba la temporada de esquí, en St. Moritz, que duraba hasta marzo y, en verano se trasladaban a la Riviera francesa. En el verano de 1954, sin embargo, los Agnelli se quedaron en Nueva York, donde nació su primer hijo, Edoardo. En octubre de 1955, en Lausana, Suiza, nació su hija Margherita. Cuando Edoardo y Margherita aún eran pequeños, a Gianni le encantaba deslumbrarlos con gestos espectaculares, como invitarlos a que fueran con ellos en un viaje de última hora a la Riviera. La familia salía de Turín y, 40 minutos después, Gianni y los niños saltaban a las olas directamente desde un helicóptero. Los Agnelli solían también pasar varias semanas en Turín todos los veranos antes de instalarse en Villa Perosa, la casa familiar de los Agnelli desde principios del siglo XIX, construida a los pies de los Alpes, en el Piamonte. Estaban allí desde mediados de agosto hasta finales de septiembre. Marella convirtió la villa, con el tiempo, en una joya rodeada de un jardín maravilloso.
A principios de los años sesenta, Marella y Gianni habían reunido una importante colección de arte y utilizaron sus casas para exhibirla. El primero de esos espacios fue Villa Bona, construida en una colina que domina Turín, de estilo minimalista. A principios de la década de 1970, compraron un apartamento en Roma, en el quinto piso de un palacio de finales del siglo XIX. En sus estancias en Nueva York pasaban horas recorriendo galerías del centro y visitando estudios de artistas. En 1969, construyeron un apartamento, en Milán, para albergar su colección de pintores norteamericanos. En 1980, se mudaron a un dúplex en el 770 de Park Avenue, la zona de mayor lujo de la ciudad. En estos años, Marella se convirtió en la íntima amiga del escritor Truman Capote, al que invitaba a menudo a sus cruceros por el Mediterráneo. Para Truman fue uno de sus «cisnes», sus amigas de la alta sociedad con las que se sinceraba y compartía confidencias.
Entre los amigos más cercanos de los Agnelli estaban los Kennedy, a los que visitaban a menudo en New Port. Se dijo que Gianni y Jackie Kennedy habían tenido un idilio. Nunca se probó, pero no por eso dejó Gianni a un lado su fama de playboy. Desde la actriz Anita Ekberg a Virna Lisa, Rita Hayworth o Pamela Harriman Churchill figuraron en su lista de conquistas. Marella aguantó las infidelidades de su marido. Estuvo profundamente enamorada de él. Gianni murió el 24 de enero de 2003. Entonces, para enjugar su duelo, Marella se embarcó en la reforma de una villa en Marrakech, Ain Kassimou, rodeada de unos maravillosos jardines. Fue su último proyecto. Marella falleció en 2017, un 23 de febrero, a los 91 años, en Turín.