Los reyes Carlos III y Camilla. /
Cuando un nuevo rey asciende al trono del Reino Unido, la tradición marca que la efigie de las monedas de curso legal cambie de sentido para empezar a mirar al lado opuesto. Con fama de tímido y reservado, serio e intelectual, pero extremadamente sensible, Carlos III , que el 6 de mayo será coronado en la abadía de Westminster tras más de siete décadas en la incómoda piel del heredero, no aspira a reinventar la monarquía británica, pero sí a hacerla suya. Lo contrario, en realidad, sería una extravagancia.
«Todos los reyes son diferentes. Tienen que serlo. El de Carlos será un reinado con personalidad propia. La diferencia se verá, sobre todo, en el estilo personal, en las pequeñas cosas», explica Robert Hardman, veterano periodista especializado en la familia real británica que escribe para el Daily Mail y anteriormente lo hizo para el Telegraph.
«Carlos es más... táctil. Isabel II tenía una especie de aura que dejaba a todos sin palabras en su presencia, era más reservada, nunca dio una entrevista. A Carlos le gusta más hablar, es más accesible y, de una manera extraña para un monarca, más informal», explica Hardman, que este año ha publicado su tercera biografía sobre la desaparecida soberana, 'Isabel II. Vida de una reina' (Planeta).
Jefe de estado de 15 naciones de la Commonwealth , cabeza de las fuerzas armadas, de la iglesia anglicana y símbolo de la unidad e identidad nacional británicas, el rey tendrá poco margen para cambios de calado. Por eso, los gestos serán el lenguaje con el que él y su corte tratarán de marcar el tono de su reinado.
El primero se ha repetido como un mantra desde la muerte de Isabel II. La idea de una « monarquía adelgazada», con menos miembros en activo, es, para la periodista Victoria Murphy, una forma de «ahorrar dinero y, con suerte, generar menos escándalos que alimenten a los tabloides».
Para Hardman, sin embargo, no ha sido una decisión estratégica, sino una realidad autoimpuesta. «La monarquía adelgazada era inevitable: Harry dejó la familia, Andrés ha sido enviado al exilio interior y la generación más joven no tendrá un papel activo hasta dentro de 15 años».
Aunque la princesa Ana, el príncipe Eduardo –que acaba de recibir el título de duque de Edimburgo– y su mujer, Sophie, mantendrán sus compromisos, el núcleo duro en torno al monarca se ha estrechado. «La corte estará centrada en la línea de sucesión, su columna vertebral. Eso significa que los príncipes de Gales, Guillermo y Kate, y George, su hijo mayor, jugarán un papel clave», explica Robert Booth, periodista de The Guardian.
Sin embargo, los cambios son tan sutiles que, para muchos, resultan casi imperceptibles. «Las carísimas renovaciones del palacio de Buckingham continúan y la financiación de la monarquía, a través de la Subvención Soberana del Tesoro y los ducados de Cornualles y Lancaster, tampoco han cambiado. No se ha reducido el número de residencias oficiales o privadas, por lo que, de momento, no estamos asistiendo a ningún cambio en cómo se financia o gestiona la casa real. Por lo que ha demostrado hasta ahora, no tiene intención de agitar el barco, quiere ceñirse al modelo que su madre estableció», explica Murphy, que trabaja para medios como Town & Country Magazine o Good Morning America.
Más gestos: en la corte no habrá damas de compañía. «Camilla seguirá estando acompañada en las visitas oficiales, pero por «acompañantes de la reina», con un papel más limitado. Se trata de un intento de modernización de un título que se considera anticuado. El mensaje es que se está haciendo un esfuerzo para que todo sea más discreto. Sin embargo, las mujeres seleccionadas son damas de la aristocracia», destaca Murphy.
La diversidad de la corte (sólo un 9,6% de la plantilla de la casa real procede de minorías étnicas) es otro asunto pendiente. Sobre todo, tras el episodio protagonizado por lady Susan Hussey, la dama de compañía de Isabel II que en diciembre ocupó los titulares de la prensa tras insistir en averiguar la procedencia de Ngozi Fulani, una directiva negra (y británica) de una ONG, en una recepción. El caso derivó en acusaciones de racismo. «Es cierto que el grado de diversidad no es el que debería y creo que el rey será el primero en reconocerlo. Pero no creo que sea inmediato. Sería peor hacer algo sólo para aparentar», argumenta Hardman.
Desde la muerte de la reina, la fusión entre los equipos que operaban en Buckingham, cuartel general de la monarquía, y Clarence House, residencia del heredero, ha dado lugar a un centenar de despidos hasta definir quién formará parte del círculo de colaboradores del monarca.
« Clive Alderton, su principal secretario privado, es su ayudante desde hace tiempo y una figura clave», explica Robert Booth. Alderton, de 55 años, es un experimentado diplomático que ha sido embajador en Marruecos y empezó a trabajar para el príncipe en 2006 hasta convertirse, en 2015, en secretario privado.
Johnny Thompson, caballerizo de Isabel II y estrella accidental de los eventos en los que acompañaba a la reina por su impresionante percha uniformada, será también el de Carlos III, que contará con la ayuda del ex periodista William Shawcross, comisionado de nombramientos públicos, y de Peter St Clair-Erskine, un excomandante de policía educado en Eton al que el rey acaba de distinguir como primer dignatario de su corte.
Pero el monarca también tiene confidentes en sir Nicholas Soames, miembro de la cámara de los lores, nieto de Winston Churchill y uno de sus amigos más íntimos desde los años 70; el terrateniente y filántropo Charles Palmer-Tomkinson; o el tercer conde de Mountbatten de Birmania, Norton Knatchbull.
Sin embargo, la última incorporación a su círculo de colaboradores ha despertado suspicacias. « Tobyn Andreae ha sido, hasta hace muy poco, editor jefe del Daily Mail, el periódico que históricamente más se ha interesado por la familia real. Su experiencia se percibe como una forma útil de comunicarse con un amplio sector de la opinión pública», explica Booth. «Le conozco bien porque solía ser mi jefe –cuenta Harmdan–. Es un excelente periodista. Su último día en la redacción fue el mismo que murió Isabel II. De pronto, pasó de ser el nuevo director de comunicación del príncipe de Gales a ser director de comunicación del rey. Si tratas de gestionar a los medios, tiene sentido contratar a quien entiende cómo funcionan».
Andreae no es el único fichaje. El de John Sorabji, experto en legislación constitucional, ha sido interpretado como una forma de garantizar que no ceda a la tentación de traspasar los límites de su cargo. No es una sospecha gratuita. Siendo príncipe, expresó opiniones políticas, compartió postulados polémicos y ejerció lo que uno de sus secretarios definió como «disidencia del consenso político». «Si eso es entrometerse, estoy orgulloso de ello», dijo en 2006, cuando se supo que envió 27 cartas con opiniones sobre urbanismo, agricultura o educación a ministros del Gobierno laborista, un escándalo que hizo temblar los cimientos constitucionales del Reino Unido.
Su transición de heredero a rey siempre ha despertado temores por eso. «Al príncipe le apasionaba el medio ambiente, la arquitectura, la educación, la música, Shakespeare... Sus pasiones no han cambiado», explica Robert Hardman. Pero sí tendrá que modificar su forma de abordarlas. «Hace años, le pregunté cómo creía que cambiaría cuando fuera rey. «Tendré que hacer las cosas de manera diferente, pero seguiré teniendo poder de convocatoria», me explicó. Eso ya está ocurriendo. Hace poco, organizó un encuentro con expertos en medio ambiente en Buckingham. Eso es lo que vamos a ver: no volverá a dar esos discursos en los que decía que teníamos 100 días para salvar el planeta; apoyará las mismas causas de forma diferente», dice el periodista.
Del mismo modo, tendrá que evitar ciertos foros políticos. «Fue interesante que no acudiera a la COP 27 [la Cumbre del Clima celebrada en Egipto]. Se le aconsejó que no sería la ocasión adecuada para su primera visita al extranjero como rey», explica Murphy. Julie Taddeo, historiadora especializada en la monarquía británica y profesora de la Universidad de Maryland (EE.UU.), aclara que sus discursos contarán con el visto bueno del Gobierno y que, aunque se reunirá semanalmente con el primer ministro de turno, «acatará el principio constitucional para evitar polémicas». Él mismo zanjó el asunto en una entrevista con la BBC en 2018. «No soy estúpido. Soy consciente de que ser rey es un ejercicio diferente. La idea de que seguiré haciendo lo mismo es un sinsentido».
Hardman le da la razón. «Tiene asesores en todo tipo de materias, pero no hay que olvidar que nadie en la historia ha sido heredero durante tanto tiempo como él. La idea de que llega al puesto sin saber cómo funciona ignora el hecho de que lleva 70 años observando a su madre y que es prácticamente el único que estuvo en la coronación de 1953». Precisamente por eso, es de esperar que «se fíe tanto de sus instintos como de las personas que le rodean», como apunta Robert Booth.
No será, eso sí, un reinado exento de desafíos. Para empezar, su popularidad, un talón de Aquiles del que se resiente desde los 90, tras el escándalo de su divorcio y la muerte de la princesa Diana. Aunque en la última década ha conseguido que dos tercios de los británicos le den su aprobación, su hijo, Guillermo, sigue despertando más simpatía. «A sus 73 años, Carlos no tiene el encanto de la juventud, arrastra un reguero de escándalos y, tras el Brexit, su país se enfrenta a divisiones internas. Además, algunas naciones de la Commonwealth podrían rechazarle como jefe de Estado y existe la posibilidad de que Escocia o Irlanda del Norte (o ambas) voten a favor de abandonar el Reino Unido con él en el trono», explica Taddeo.
Otro motivo de preocupación es el revisionismo de la etapa colonial, cada vez más presente en el debate público. «Cuando más nos alejamos en el tiempo del Imperio Británico más crece la preocupación sobre ese pasado. Y, obviamente, el rey es el representante de esa historia», opina Hardman.
Pero también tendrá que poner en orden los asuntos domésticos. La gran incógnita que planea sobre la coronación es si el príncipe Harry y Meghan Markle estarán presentes en una ceremonia a la que irán más de 2.000 personas. «La puerta para restaurar su relación está abierta. Al rey le encantaría. Apenas ha visto a sus nietos y eso le entristece. Es una persona indulgente, no le cuesta perdonar y querrá darles otra oportunidad. Creo que les invitará y que ellos vendrán, aunque sólo sea a la ceremonia religiosa», explica Hardman. Si lo hacen, podrían eclipsar a Carlos III; si no, el culebrón de los Windsor continuará. Porque hay cosas que ni un nuevo monarca es capaz de cambiar.
Terrateniente y filántropo, es uno de los amigos más cercanos del rey desde los 70. Esquiador olímpico en 1964, fue su instructor de esquí. Estaban juntos en 1988, cuando un alud mató a uno de sus amigos e hirió al príncipe y a la esposa de Palmer-Tomkinson mientras esquiaban en Suiza.
El nuevo director de comunicación de los reyes estuvo trabajando, hasta hace muy poco, como editor adjunto del Daily Mail, el diario sensacionalista que más se ha hecho eco de las desavenencias en el seno de la familia real.
Es el secretario privado de Carlos III desde 2015 y tiene una larga trayectoria como diplomático. Tras ocupar diferentes puestos en Polonia, la Unión Europea, Singapur y Francia, en 2006 fue nombrado secretario privado adjunto de los príncipes, cargo que dejó en 2012 para ser embajador en Marruecos.
Nieto de Winston Churchill, el barón Soames de Fletching es uno de los amigos más íntimos del monarca. Miembro de la Cámara de los Lores, fue ministro para las Fuerzas Armadas con John Major. Criticó a la princesa Diana antes del divorcio y ha sido acusado de conducta sexista en el parlamento.