La reina Sofía junto a su madre, Federica de Grecia, durante unas vacaciones de verano en Mallorca. /
La muerte de la reina Federica de Grecia , en una clínica de Madrid, durante una sencilla operación de cirugía estética, hace 42 años, fue un duro golpe para la reina Sofía . Estaba pasando unos días de vacaciones en Baqueira y se enteró al regresar. La madre de doña Sofía falleció a los 63 años, (había nacido un 18 de abril de 1917), a pesar de que tenía buena salud: no sobrevivió al infarto que le sobrevino durante la anestesia.
Quién la conoció asegura que doña Sofía se parecía más a su padre, el rey Pablo de Grecia , y no tanto a su madre, una mujer muy activa y llena de iniciativa a la que culparon siempre de entrometerse durante el reinado de su marido y de su hijo Constantino.
La propia doña Sofía describió a su padre, en el libro La Reina, de Pilar Urbano, como «un hombre templado, mesurado, más apacible y sereno que la reina Federica, que era más dinámica y más activa». Quizá doña Sofía haya heredado esos rasgos de su padre, –«teníamos caracteres más afines»–, pero su personalidad tiene mucho de esa actividad y de esas ganas de contribuir que tuvo su madre.
Federica de Grecia la moldeó como reina y la aconsejó en los momentos difíciles. Sin ella, doña Sofía habría sido una monarca diferente. Fue ella quien apostó por el matrimonio de doña Sofía y don Juan Carlos y la primera en darse cuenta de que el príncipe Borbón, Juanito, se había enamorado de Sofía, en la boda de los duques de Kent, donde los reyes coincidieron, en 1961, tras haberse conocido siete años antes en el crucero Agamenón, en el que habían participado con otros jóvenes de la realeza.
Federica fue rápida e invitó a los Borbón a pasar unos días de vacaciones en Corfú. La propia Doña Sofía ha contado que Federica planeó cada paso de aquel noviazgo, hasta el punto de llegar a poner en peligro la relación. Cuando finalmente el compromiso estaba en marcha, cuidó de todos los detalles y organizó una boda a la altura de una princesa real. Siempre tuvo muy presente esta diferencia con Juanito, cuyo padre había perdido el trono. Sin embargo, en el futuro se dibujaba la reinstauración monárquica en España y la posibilidad de que Sofía fuera reina.
Por esta razón, Federica le transmitió a doña Sofía todo lo que debía aprender una monarca. «Del rey Pablo tiene el amor a la sabiduría, la serenidad y la bondad de corazón. De la reina Federica, la energía, la mente inquisitiva y el talante emprendedor», aseguraba en la biografía de doña Sofía de Pilar Urbano, la princesa Irene, su hermana.
Hay otro detalle que muestra la experiencia como reina de Federica, algo quizá sin importancia, pero que marca el vínculo de un monarca con la gente: saludar. «Me enseñó a hacerlo mirando a las personas a la cara, de modo que cada uno se sienta individualmente saludado», recordaba doña Sofía.
La decisión de mandar a Sofía al colegio alemán Schloss Salem , fue también de Federica. En aquel internado, dirigido por su hermano Jorge Guillermo de Hannover, la princesa Sofía aprendió la disciplina que debe caracterizar a una reina, pero también su amor por el arte.
Además, fue gracias a Federica cómo Sofía aprendió la empatía y la solidaridad con los demás, acompañando a su madre a visitar las zonas más pobres de Grecia o a los soldados que combatían en la frontera con Albania o Yugoslavia. «Mi madre quería que nos acostumbrásemos a vivir para los demás, a estar para los demás, ¡a ser para los demás!», apunta doña Sofía en La reina.
Federica de Hannover era la única hija de los cinco que nacieron del matrimonio entre Ernesto Augusto III, duque de Brunswick, y la princesa Victoria Luisa de Prusia. Era nieta del emperador Guillermo II de Alemania y, como miembro de la casa de Hannover, figuraba en la línea de sucesión del rey Jorge III de Inglaterra.
Creció en un ambiente masculino. Su pasatiempo favorito era montar a su pony, Purzel. Con apenas 20 años, llegó a Atenas para casarse con Pablo de Grecia, del que era sobrina, y que había sido su amor de adolescencia. Se conocieron en 1935, cuando ella vivía interna en el Colegio Americano de Florencia y visitaba en la ciudad italiana a sus tías Elena de Rumanía e Irene de Grecia, hijas del rey Constantino I, en Villa Esparta.
La reina Federica, con vestido de gala y corona.
Se comprometieron durante la celebración de los Juegos Olímpicos de Berlín, en 1936), pero no fue hasta la primavera de 1937 cuando Pablo le pidió matrimonio y le regaló una pulsera con zafiros, que sacó del bolsillo de su chaqueta. Federica ya tenía la edad que su padre había señalado para comprometerse. Siempre se dijo que Pablo diseñaba las estrategias y que ella las ejecutaba.
Cuando el rey Juan Carlos llegó al trono, Federica rechazó trasladarse con su hija al palacio de la Zarzuela y ni siquiera asistió a la proclamación de su yerno. Quería evitar a los nuevos monarcas las habladurías que habían invadido el reinado de su hijo Constantino II, según las cuáles ella se había inmiscuido, y con poca fortuna, en los asuntos políticos del reinado.
Se instaló entonces, con su hija Irene, en La India. Sin embargo, a pesar de la lejanía, doña Sofía siempre recurrió a ella. Lo hizo, por ejemplo, tras descubrir las infidelidades del rey Juan Carlos. Pero, Federica, le advirtió: «Una reina no se divorcia». «Nadie me ha dado jamás mejores consejos que mi madre», ha dicho siempre la reina Sofía. Le enseñó a no tener rencor, a dejar que el tiempo pase, para que quien nos ha herido rectifique o se ponga en su sitio, y a no tener nunca enemigos. Ese sacrificio y esa clase siguen, sin duda, marcando su comportamiento hoy.