La noticia fue una losa internacional: Carlos de Inglaterra y la princesa Diana de Gales se iban a divorciar. Era 1995, a las 16.30 en España, una hora menos en Londres. La fecha exacta: el 28 de agosto, pero los acuerdos duraron hasta febrero. La gente estaba expectante, era esperado pero impensable. El proceso fue complicado bañado en un secretismo que la recién estrenada serie The Crown ha tratado de captar (complicado, por su magnitud).
Tomaron la decisión a dos semanas del decimoquinto aniversario de boda, tal y como recuerda la revista Paris Match. Por una parte, Inglaterra había sido testigo de las balas psicológicas que se lanzaban Lady Di y el heredero aI trono.
Por la otra, se aseguró que había sido una decisión amistosa. Tan cercana ya amable que necesitó el beneplácito de Isabel II. La reina del Reino Unido lo dio con gusto, movida por la tremenda entrevista en la BBC de su entonces nuera con Martin Bashir.
La repercusión de esa charla, cargada de falsedades, marcó una nueva perspectiva de la familia real. Provocó una sensación de ruptura. Querían presionar a la mujer del rey y, al final, la cadena tuvo que indemnizar con más de 117.000 euros a la ex niñera de los príncipes Enrique y Guillermo.
En realidad, las negociaciones fueron amargas. «Si la princesa gana ciento veinte millones de francos, pierde lo que le parecía esencial: su título de Alteza Real. Lo luchará hasta el último momento», prosigue el artículo de la revista Paris Match de aquel día.
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¿Quién era Diana de Gales sin la segunda parte de su nombre? Ese era su gran objetivo, que bebía de otro más general; mantener lo máximo de su anterior vida. Todo, menos Carlos.
Al final, la princesa se quedó con cada centavo que tenía Carlos, según explicaba Geoffrey Bignell al periódico Telegraph. El responsable de asuntos financieros de aquella época explica que le pidieron que liquidara «todo» para que pudiera darle «el efectivo». De hecho, tuvo que pedirle dinero a su madre.
Este pequeño agujero en el bolsillo de Carlos pasa desapercibido en The Crown. Igual que el detalle de su colección; se le permitió mantener la enorme caja de joyas preciosas que había acumulado en esos años de relación. Solo contaba con una excepción, según recoge Vanitatis: la tiara Cambridge Lover, un regalo de su ex suegra.
Dos peticiones reales y una como madre: ser princesa, mantener su hogar en Londres en el palacio de Kensington y participar en todas las decisiones relacionadas con sus dos hijos, según El País. Esos fueron los tres requisitos de Lady Di, quien quería liderar la educación de los príncipes Guillermo, de 13 años, y Enrique, de 11.
La ex mujer de Carlos III, a sus 34 años, aceptó divorciarse con condiciones. Asesorada por su abogado, Anthony Julius, apostó por mantener su hogar. Allí pasó sus días y compartió estancia con Carlos desde su matrimonio, en 1981, hasta finales de 1992.
Con su retirada dejaba una vía libre: la posible relación de un Carlos, de 47 años, y una Camilla Parker Bowles, de 50. El matrimonio llegó mucho después, en 2005. Pero eso nunca lo sabría Diana, quien falleció trágicamente en un accidente de coche en 1997.
Era de esperar que una princesa quisiera mantener sus privilegios, lo extraño fue que Diana se resistía independizar su oficina del lugar que compartía con su ex pareja. No le importaba compartir. Allí, San Jaime, pasaba su media jornada junto a una colaboradora llamada Jane Atckinson.
Más raro todavía era la difusa línea entre lo personal y lo político. Estaba claro que la casa real era, antes que una familia, una institución. No obstante, la implicación social de la princesa Diana fue tal, que el primer ministro de entonces, John Major, quería respetar el título de la princesa (en The Crown lo vemos como un mediador).
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Se le unió el líder de la oposición, Tony Blair. Según El País, el político deseaba que enfocara «su popularidad, habilidad y su gran estima social entre los británicos en el interés del país».
Diana de Gales era algo más. A medio camino entre una aristócrata y una mujer sencilla, contaba con una popularidad que ahogaba a Carlos III. La opinión pública estaba de su lado.
Lo definitivo, según explica el diario ABC ese día de febrero que se cerró el acuerdo, fue precisamente su voz alzada. «En aquella entrevista, Diana hizo dos cosas peligrosísimas», se describe: «confesar su adulterio y poner en duda la capacidad de Carlos para acceder al trono». Al menos, en una de las dos cosas estuvo equivocada.