Contar mucho, pero revelar muy poco. Este era el diagnóstico de la revista especializada en cine Hollywood Reporter, tras la emisión de los primeros tres capítulos de la docu-serie 'Harry y Meghan' , producida por Netflix. Las críticas han sido la norma. Desde aburrida e insustancial a mentirosa y victimista, la opinión, más o menos agresiva, sobre ella ha sido poco favorable. Sin embargo, hay algunas cosas que revela , sin querer, que son interesantes.
En uno de los primeros capítulos, llama la atención un momento que dice muchas cosas sobre la pareja. Meghan Markle imita, sentada en el sofá, junto a Harry, una larga e impostada reverencia, al hablar de la primera vez que se encontró con la reina Isabel II. Es difícil no ver en ello una burla y el propio Harry, al que la cámara enfoca en primer plano, mira la broma de su esposa con un aire claramente incómodo.
Las pistas sobre la relación que da este momento son valiosas. Podemos ver, por un momento, que Meghan impone el tono y el ritmo, mientras Harry sigue la pauta marcada por su esposa. Muchos de quienes han visto los tres primeros capítulos de la serie experimentan una incómoda sensación: la historia hubiera sido otra si Harry hubiera elegido a una mujer con menos ego. Meghan, para bien o para mal, no era la adecuada.
Eso queda claro, a pesar de que el príncipe insista en que se enamoró de ella por ser como era y porque vio que tenía las cualidades necesarias para una vida pública. El resultado es que acabaron huyendo de la realeza. Pero, ¿ es Meghan una manipuladora? ¿Es Harry la víctima de una estrategia de su esposa?
Markle es una mujer de fortísima personalidad. Esa es la otra cosa que queda clara en en el documental: es independiente, luchadora, valiente, una mujer de éxito acostumbrada a conseguir lo que quiere. Fue una niña querida, a pesar de la separación de sus padres, sobresaliente en sus resultados académicos, con sentido del humor y un encanto arrollador.
Harry fue, por el contrario, un niño solitario y triste, un adolescente conflictivo y un joven con problemas de adicciones y salud mental. Desde muy niño, su vida apareció en los periódicos. Sus meteduras de pata –juergas que acababan en peleas con los paparazzi, fiestas con disfraces inconvenientes, como el de soldado nazi– recibían una atención estratosférica.
Durante muchos años, según él mismo explica en la serie, quiso huir, no podía soportar la vida pública, ni hacerse cargo de su dolor por la pérdida temprana de su madre. Tomó drogas, bebió. Y tuvo varias relaciones con chicas que parecían sensatas, pero que no aguantaron la presión de los medios. El fantasma de Diana sigue rondándolo hoy, como explica hasta la saciedad en el documental.
Parece un hombre tranquilo y cariñoso, y sensible, demasiado sensible para no dejarse arrastrar por una mujer combativa, cuyo atractivo es difícil de ignorar. Decir que no buscó en Google a Harry antes de conocerle demuestra que Meghan vive en su propio mundo hecho a su medida.
La aparición de la actriz fue, sin duda, un tsunami que arrasó la vida de Harry, hasta llevarle a romper definitivamente con su familia. Hay algo interesante que señala el príncipe: en la familia real británica son siempre las mujeres las que sufren esa especie de rito iniciático destructor antes de integrarse en ella. Los responsables de comunicación le espetaron, cuando se quejó de la persecución que padecía Markle, que ya habían pasado por lo mismo su madre, Diana, y Kate Middleton.
Meghan no iba a ser una excepción. Pero sí lo fue. La chica californiana, acostumbrada a los focos, hizo lo que ninguna otra había hecho antes: trató de acomodar la realeza a su medida y cuando vio que no era posible, renegó de su papel.
Es notorio en el documental que ella no cree en la monarquía. Sin embargo, la ruptura no puede dejar de significar un enorme trauma para Harry, un trauma que, sin duda, saldrá a la luz, con los años. De hecho, días después de la transmisión de los primeros capítulos, una fuente cercana a Harry aseguraba que el príncipe solo quiere reconciliarse con su padre y su hermano, según publicaba el tabloide británico «The Mirror».
Es difícil para Meghan escapar a la comparación con otra norteamericana que alejó a un rey de la corona, traumatizando a todo un país. Era Wallis Simpson , la divorciada por la que Eduardo VIII renunció al trono. El subconsciente británico no puede evitar medirlas por el mismo rasero. En una familia que nunca se queja y nunca explica nada, la actitud de Harry y Meghan es incomprensible y dolorosa.
En la entrevista que concedió a la revista Variety en septiembre, Meghan explicaba que «la manera de ver el mundo que tenemos mi marido y yo es a través de nuestra historia de amor, es lo que hizo a la gente conectar con nosotros. A la gente le gusta el amor». Puede que en su momento fuera así, pero el idilio ha terminado y las críticas son, cada vez, más ácidas. De hecho, a Wallis y Eduardo el amor no les sirvió de nada.
Varias voces se han alzado en twitter tachando a Meghan de «manipuladora». Es el caso del conocido financiero Ben Goldsmith, que asegura que esa es la razón de que la gente no aprecie a Meghan. Es la teoría de Goldsmith y de varias cabeceras de la prensa sensacionalista. Y es también la teoría favorita –« manipuladora, trepadora social y controladora»– del periodista Piers Morgan, acérrimo enemigo de los duques de Sussex, obligado a dejar su programa de televisión por sus críticas de tono racista.
Pero hay otras voces que se han indignado con el reportaje. «Harry repite que es realeza y que su madre fue Diana. De acuerdo, pero también Guillermo es su hijo. La diferencia es que no mercadea con su nombre. Diana se preocupaba por los demás, Meghan solo por si misma», aseguraba en sus redes la diseñadora de joyas Sabine Getty, amiga de las princesas Eugenia y Beatriz.
20 de enero-18 de febrero
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